Día 2 . Callejear La Habana

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23 de Septiembre  de 2015

Me levanté obligada por el despertador, porque tuve la osadía de pedirle ayer a Elsa que me hiciera un desayuno y lo sirviera a las 7 de la mañana, me urgía salir a conocer La Habana. Desayuné un plato de variadas frutas con pan y café en medio de una charla frecuente en Cuba: “la vida en Cuba”. Aún no aclaraba la mañana y yo ya estaba desayunando, conversando y tomando las primeras fotografías del alba desde el balcón de la casa de Yadira.

Aún lista y casi calzada, me devolví a dormir. La razón fue ese tipo de pequeñas cosas que hacen los instantes de felicidad como una frazada. Se cumplía un año de dormir bajo el incesante calor de noches centroamericanas y caribeñas, con ventiladores que parecían motores de una gran nave y desnuda hasta donde las habitaciones compartidas de hostales así me lo permitían. Aquí por el contrario, aunque el calor de Cuba se torne insoportable en las calles, en mi habitación tengo aire acondicionado que no he reparado en disfrutar, y en mi primera noche dormí con una frazada esponjosa hasta las narices

Cuando logré desapegarme de las cobijas blancas, salí a callejear advertida de la oleada de piropos y chiflidos que me vendrían encima, así que me puse los audífonos e intenté ignorar los sonidos exteriores para evitar molestarme desde el primer día con Cuba, su capital y su gente. De todas formas fue inevitable ganarme la lotería del acoso. Muchos hombres, muchos se acercaban a mí en la calle a una distancia que me hacía sentir cohibida y me soltaban lo que se les ocurría. El más desadaptado fue uno que me abarcó en la salida de un hotel mientras esperaba el bus y me preguntó si deseaba ver su “manatí” (con una imposibilidad morbosa de decir pene), cuando reaccioné e intenté escapar de la escena, replicó: “los cubanos lo tenemos tan grande que a las extranjeras les asusta, pero le puede tomar una foto y se la muestra a sus amigas”.

¡Bienvenida a La Habana!, no llevaba ni dos horas caminando y ya me perseguía la necesidad de cautela. Los hombres cubanos son por lo general guapísimos, tipos altos, fornidos, de piel canela y ojos expresivos, pero parecen animales en celo encerrados en su propia jaula mental. Valga la aclaración que no deseo ofender a aquellos hombres respetuosos que también son una cantidad considerable, tan solo me refiero a los que en la calle me hicieron cambiarme de acera, aquellos burdos y un tanto misóginos.

Apartando los recuerdos de estos personajes en mi segundo día, La Habana es una ciudad enorme que patoneando solo se conoce por sectores. Antes de salir de casa, Yadira me sugirió una lista de parajes turísticos pero no me indicó cómo llegar a ellos ni dónde estaban ubicados, así que salí a explorar la ciudad sin saber exactamente hacia qué lugar dirigirme, mi única pista era que estaba en el centro, lo que era una ventaja porque todo se encuentra allí, el resto se lo dejé a mis pies y a mi instinto.

No me tomó mucho tiempo estrellarme con la primera estructura icónica, El Capitolio, quedaba a pocas cuadras de la casa de Yadira convirtiéndose en el punto de referencia para no perderme, porque si en algo me considero pésima viajera, es en la ubicación espacial y la lectura de mapas. El recinto se encontraba encerrado por bardas metálicas que indicaban reparaciones en el edificio, así que proseguí mi camino hasta el primer parque que me topé.  Allí, un bus turístico parecía esperar por mí, una señora en la puerta me invitó a dar un paseo por la ciudad por 5 CUC, por lo general me resisto a este tipo de excursiones, pero me pareció la oportunidad perfecta para una primera mirada de la ciudad

Me subí al autobús descapotado y bajo el intenso sol que comenzaba a calentar La Habana, me dispuse a un recorrido de una hora y media. Eso si nunca me hubiese bajado, sin embargo tenía la ventaja de poder bajarme en cualquier paradero, husmear la zona el tiempo que fuera de mi antojo y después tomarlo de nuevo sin un costo adicional.

El bus comenzó su recorrido por el Paseo de Martí y se estrelló con el Castillo de San Salvador de la Punta, fuerte que defendía a La Habana en época de piratas, prosiguió por el malecón, momento de éxtasis porque el mar donde sea que pueda verlo y escucharlo me va a exaltar de felicidad y pasamos frente a la más irónica obra de arquitectura e ingeniería en Cuba, una plaza con un monumento empotrado llamado “Monumento a La Revolución”, y por poco en el medio, el edificio de la nueva embajada de Estados Unidos con una bandera casi más grande que la plaza.
Callejear La HabanaComencé a aburrirme del paseo en el bus, prácticamente como yo lo estoy contando eran las palabras que salían sin gran pasión de la guía turística, comenzó a hacer un listado de hoteles, calles, restaurantes y cuanto edificio pasábamos algún nombre le inventaba, pero de historia, nada. Al cabo más o menos de 5 minutos dejé de prestarle atención y decidí bajarme en cada paradero para descubrir por mí la ciudad, aunque el autobús solo se detuviera en lugares turísticos.

Callejear La HabanaTras varias vueltas entre calles arboladas, llegamos a una de las imágenes más icónicas que al menos yo tenía de La Habana, los enormes retratos del Che Guevara y Camilo Cienfuegos, héroes de La Revolución, con las inscripciones “Hasta la Victoria Siempre” y “Vas Bien Fidel” bajo la cara de cada autor. Allí me bajé, era La Plaza de La Revolución dónde se han hecho las más reconocidas marchas y discursos a favor del sistema socialista, y se ha convertido en el punto de encuentro para las masas. Además de semejantes rostros en las fachadas de dos edificios, pude subir al Monumento de Martí, el primer hombre en la historia de Cuba que intentó una revolución. Desde esas alturas la perspectiva fotográfica mejoró y también la propia. “Estoy en Cuba”, me dije como si acabara de aterrizar en el aeropuerto. Parece que mi mente necesitara imágenes icónicas que le recuerden el lugar del planeta que estoy pisando, si no es así, no lo entiendo, no me lo creo. ¿Será que se borraron en mi cabeza las fronteras?

El bus tardó en pasar de nuevo y en adelante me entretuve con las situaciones y la rutina cubana, más no con el listado de lugares que hacía la chicas al micrófono.
Es que es imposible no perderse en la admiración de viajar en el tiempo a través de las calles de La Habana, los autos en su mayoría son muy antiguos, de esos que solo había visto listos para llevar a una novia platuda en su boda. Algunos están pulcros y brillan al sol cubano porque los utilizan para paseos turísticos por la ciudad, esos son simplemente deslumbrantes, pero también están los que son del común, autos rodando con más de cuarenta años encima, muchos descompuestos. No es una exageración si digo que en el día vi por lo menos a diez personas con el capó de su auto levantado y sus cabezas en el motor indagando sobre problemas mecánicos. Realmente es una isla que vive en otro tiempo.

También llamaron mi atención las gasolineras, todas pequeñas y de una sola bahía con techos rayados en la serviteca al costado. Pero estas antiguas lonas al estilo de los 60´s no las veía únicamente en estos lugares sino en tiendas, farmacias y heladerías. La arquitectura es antigua y pesada, los edificios son grandes bloques de cemento con cientos de pequeñas ventanas, o, con adornos barrocos, balcones y altos techos. Pero no es solo la arquitectura en su forma lo que la hace antigua, son los colores. Rosa pálido, turquesa y azul bebé, a veces verdes claros y amarillos desteñidos. En pocas palabras, hoy caminé en el set de Brillantina, pero rústico.

De las costumbres más encantadoras es el chismorreo en el balcón. Cada vez que miraba hacia arribe había alguien observando…me, asomados en los viejos balcones de rejas arabescas y decorados con plantas o con ropa, porque casi todos funcionan como tendederos.

Me bajé muchas veces más en el recorrido y fije casi siempre mis ojos en el antaño flotando en el aire. La última vez que caminé, fue frente a un trocito de océano donde el hombre del “manatí” me cohibió y preferí asegurarme en el autobús como turista. Para finalizar, la ruta nos llevó al barrio  Vedado donde viven los que han logrado lo que la mayoría del país no, hablando de logros capitalistas. Definitivamente no hay ecuanimidad económica en la población como me imaginaba.

Callejear La HabanaA las 5 de la tarde después de haber andado todo el día entre buses y caminatas, llegué al Casco Antiguo, una de las zonas más conocidas en La Habana y en general en las ciudades de América Latina. Allí convergen muchas plazas donde se encuentran viejos edificios, museos, casas de cultura y de gobierno. Ya para esa hora de la tarde yo no caminaba, solo deambulaba anotando lugares para visitar al día siguiente o cualquier día que volviera a callejear La Habana. Me senté en la “Playa Vieja” a ubicarme en un mapa que me dieron en la poca informativa oficina de información turística y no me moví durante la siguiente hora, observando balcones, ventanas y  la gente, callejeros, la vida en Cuba se desarrolla en las calles, ¿será la falta de tecnología e internet? Las personas andan por ahí comiendo, leyendo el periódico, sacándose los mocos y persiguiendo turistas para pedir dinero, leche o cualquier enser, algunos van con sus ventas y cuentos chinos – ¿o cuentos cubanos? – Y otros simplemente pidiendo limosna o utilizando a sus hijos para generar lástima y pedir un tarro de leche, cómo la mujer que amablemente me pidió que le tomara una foto a su hijo y cuando accedí, me pidió dinero por “utilizar a su hijo para mi beneficio”.

Para finalizar el segundo día, hice una fila de 30 minutos para entrar a un centro de telecomunicaciones, la única manera de conectarse a internet. Compré una tarjeta de 2 CUC con un saldo de 30 minutos, pero cerraban muy pronto y no alcanzaba a avisar a casa que estaba bien.  No pude comunicarme, pero si presencié como el vigilante del lugar, sacó a empujones a los cubanos que llevaban mucho tiempo conectados. Si alguna vez nombré a Panamá como el país de las prohibiciones es porque no conocía Cuba. Al final resulta que todos somos presos de algo y ninguna libertad que se proclama, ya sea socialista o capitalista parece en realidad existir. Aquí les regalan educación pero no tienen derecho a la comunicación, por ejemplo, allá tenemos todo a nuestro antojo pero somos presas del dinero.

Este post corresponde a una serie de 17 escritos de Cuba, uno por cada día que estuve en la isla. Para leer el día tres puedes seguir este enlace: Día 3 . Contradicción Cubana

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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