Día 3 . Contradicción Cubana

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24 de Septiembre de 2015

27 kilómetros separan Las Playas del Este de La Habana. Hay dos maneras de llegar, una es tomando un taxi colectivo por 1 CUC hasta Guanabo, aunque a mí me quisieron cobrar siempre 5 veces más, o, un autobús turístico por 5 CUC el viaje redondo, haciendo paradas en cualquiera de las playas que son muy similares entre sí, se diferencian solo por el hotel o el restaurante cercano.

Tomé el autobús en el Parque Central, haciendo un recorrido que a mi parecer fue eterno, el cronómetro indicó tan solo media hora de viaje, pero mis ansias de playa expandieron mi percepción del tiempo. Esta ruta, que también conecta a La Habana con Varadero, está bordeada por la selva tras pasar un túnel que da fin a la ciudad, allí, le seguí el juego a una cubana sentada a mi lado, quien me dijo que pidiera un deseo y contuviera la respiración desde el inicio hasta el final del túnel para que este se cumpliera. La cuestión es que metros antes de ver la luz, respiré… Después del juego y los árboles ya llegando a la playa, hay decenas de casas de verano que parecieran abandonadas, dicen que a veces cubanos las alquilan para estar algunos días de vacaciones, pero la mayoría tienen los vidrios rotos, se esconden tras largos pastizales, su pintura está descascarada y no parece haber pasado un alma por ahí en los últimos años.

Bajé en las playas de Mar Azul ubicadas frente a un hotel, caminé por un puente sobre pastizales húmedos donde los mosquitos comieron mis piernas en cuestión de segundos, picaduras que alivié con una rápida huida hacia el mar, metiendo con afán los pies al agua sin haber observado antes el panorama. Segundos después, cuando la comezón dejó de ser un fastidio y pude detenerme a observar la playa, me llevé una sorpresa generadora de tanta desilusión, que caí en el extremo de las carcajadas. Había vivido los últimos 5 meses en Tulum bajo la sombra del sargazo, un alga marina que invadió las playas de la Riviera Maya en México, convirtiéndolas en jardines marrones putrefactos. Recordé entonces, las últimas palabras de mi despedida con Alma mi amiga en Tulum: “¡Colombiana, celébralo! vas a conocer el Caribe sin sargazo”. Fantaseaba, incluso cuando corrí hacia el mar, con las playas de La Habana inmensamente desérticas, de arena blanca, bañadas con el océano de variados azules que reposan sin olas y dan abrigo a peces de colores y mantarrayas escondidas en el fondo. Sin embargo, las mismas algas flotantes que tantos líos me causaron con  los huéspedes como recepcionista de Papaya Playa, estaban a la vista en una delgada hilera adornando el reconocido Caribe cubano, la diferencia, solo era la proporción. Sin embargo, el mar si era exactamente como lo había imaginado y aún mejor, manchado de tonalidades azules y de fondo blanco visible a la distancia. No era ni mucho menos una playa inmensamente desértica como la imaginé, pero tampoco estaba abarrotada de opciones para comer o tomar así fuera un vaso de agua, salvo una cabaña donde encontré almuerzo de arroz y fríjoles por 3 CUC con mojito incluido.
Contradicción CubanaCon el estómago lleno, los ojos desorbitados de tantos azules y el espíritu enarbolando emoción por mi nuevo saludo a la playa, me acosté en el camastro a venderme como si fuera un buen pedazo de churrasco, claro, sin saberlo. Con una actitud obsesiva compulsiva que suelo tener en especial cuando viajo sola, saqué de mi mochila mi bitácora de dibujo, los lápices de color, el cuaderno de escritura con su bolígrafo colgado de las argollas y mi pareo. Los organicé de tal manera que no se vieran en desorden, que no se fueran a perder y que además los tuviera a la mano. Amarré de diferentes maneras el bolso al camastro hasta atármelo a la muñeca para que no me lo fueran a robar y me dispuse a respirar para conseguir algo parecido pero mucho menos evolucionado que la “iluminación”, y así pasar toda la tarde en las Playas del Este. Justo al conseguirlo, después de unos 15 minutos armando y desarmando el camastro hasta que todo quedara exactamente como me gustaba, llegó un hombre vendiendo mojitos y me preguntó si era mexicana o colombiana. “¿Cómo lo supo?” – le pregunté. “Porque lleva mucho tiempo amarrando sus pertenencias a la silla, ¿cree que se las van a robar?, no se preocupe que en Cuba no pasa nada” y se despidió burlándose de mi paranoia al parecer derivada de mi nacionalidad.

En toda la tarde, no tuve un solo minuto para dibujar, escribir o seguir buscando la iluminación, porque, vuelvo a la frase que se me fue volando entre otras palabras, “me acosté en el camastro a venderme como si fuera un buen pedazo de churrasco”. La escena que imagino desde otra vista que no es la mía era así: Una joven turista, sola, mona (que en Colombia significa rubia), con dinero suficiente para disfrutar de un mojito en un camastro de las playas de La Habana, se desviste para quedar su cuero expuesto al sol que brilla con cada rayo y se recuesta de manera tal que parece querer seducir a todo cubano. ¿Qué más querría si no sexo y alcohol, si está sola? Mujer sola es lo mismo que mujer necesitada en Cuba, no hubo manera en que comprendieran, que aquel momento mágico de soledad y silencio frente al océano, era producto de mi voluntad.

Muchos hombres se acercaron ofreciéndome una noche apasionada, así como mujeres a intentar venderme manicuras por ¡20 dólares! No importaba si a los hombres les inventaba que tenía novio o estaba casada, siempre respondían que si me había dejado sola, era porque ya no me quería y estaba saliendo con una cubana; peor aún era la situación si decía que estaba sola, ya no existía excusa que valiera para esquivarlos. Entre tantos carnívoros, un músico pasó diciéndome que quería darme una serenata, le pedí que siguiera su camino y me metí en una aparente lectura de mis cuadernos para ignorarlo. Sin embargo se sentó en mi camastro, si, en serio, un tipo que apenas conocí y a quien estaba ignorando se sentó en mi camastro y físicamente se acercó demasiado. Me levanté de un brinco, lo miré a los ojos y le dije que desapareciera, se levantó no exactamente para irse sino para burlarse de mi actitud y tratar de nuevo de acercarse. “¿Es que tienes esposo?”, por lo general hubiese contestado que no lo tenía y tal vez hubiese proclamado un discurso feminista, pero con este hombre dudo que hubiese funcionado, así que le respondí que sí lo tenía y me estaba esperando en el hotel. Se rio de nuevo “yo siempre he querido estar con una colombiana y los cubanos lo tenemos grande, te puedo dar mucho placer”. Supongo que la sangre hirviendo en mi cabeza por la ira, se hizo notar a través del enrojecimiento de mi cara, porque solo fue necesaria una última mirada para que agarrara su tambor y se despidiera. “Usted es de esas que les asusta un miembro grande, yo mejor me voy”. Disculpe, ¿de esas?, ¿esas cuáles?, las que se acuestan con quien les da la gana, con quien lo sienten ¿y no con el primer chango ávido de sexo que se acerca?, ¿de esas que estableces límites por respeto a sí mismas y a su cuerpo?, ¿de esas que pueden estar solas y enamorarse de la vida hasta cruzar a una pareja como compañía? ¿De esas que no necesitan del primer “macho” aunque desagradable sea para suplir necesidades físicas?, ¿de las que tiene el derecho y lo toma de decir sí o no, cuando así le dé la gana?, pues sí, soy una de esas, pedazo de… convertí este post en desahogo que no pude expresar en ese momento porque me ganó el miedo, o la prudencia de no decírselo.
Contradicción Cubana
¡Es tan apasionante Cuba! con sargazo o sin este, las playas son tan auténticas, paradisiacas y soñadas de una isla en medio del Caribe, paisajes inolvidables que con solo un registro quedan grabados en la memoria, que no necesitan de distractores hechos por el humanos para ser encantadores. Cuba es todo lo que esperaba volver a ver como viajera, historia, sociedades diferentes, otra cultura, paisajes que reacomodan mi percepción del maravilloso pasaje por el planeta Tierra. Pero ¡es tan chocante al mismo tiempo!, me lleno de rabia sintiendo que tengo todo para enamorarme de un país y un motivo tan fuerte para aborrecerlo.

Me devolví en el autobús con esta contradicción en mi cabeza. La lluvia comenzó a caer justo cuando bajé y me dirigí desde el Parque Central hacia la casa de Yadira. “La próxima vez no vengas sola, ya te lo habían advertido” me dijo ella cuando terminé de contarle la historia. Sin embargo me aferro a que solo es el comienzo chocante de una gran historia que viene por delante, me pregunto por qué en cambio de darse cuenta y evolucionar en este problema social que no solo aqueja a Cuba, la culpa siempre termina siendo mía. “Eso te pasa por no tener novio”. No me cabe esta idea en mi cabeza todavía. Muchas mujeres dueñas de casas donde me hospedé se rieron de esta y de otras historias que les conté, incluso de algunas que parecieran divertidas y ligeras como las de todas aquellas mujeres y hombres que vi suplicando por la calle un matrimonio con un extranjero, suplicándome por una semana todo pago, por objetos materiales a cambio de placer sexual. Pero no es un chiste, es el grotesco reflejo de una sociedad atrapada en el delirio del consumismo sin poder consumir, prefiere vender su cuerpo y su dignidad.

Hoy me acuesto cargada de ira y de tristeza pensando también en destinos y viajes, tratando de no mezclar negativas sensaciones con paisajes. ¿Cuál es mi siguiente destino?, esa es la pregunta con la que trato de distraer mi mente para no abrumarme. El primer candidato para salir de La Habana es Varadero, porque no me puedo perder, siendo amante de la playa y el mar, una de las que dicen ser “las playas más hermosas del mundo”.

Este post corresponde a una serie de 17 escritos de Cuba, uno por cada día que estuve en la isla. Para leer el día cuatro puedes seguir este enlace: Día 4 . Salir de La Habana

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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