25 de septiembre de 2015
Antes del viaje, conversé con un cubano quien me recomendó La Habana como el último lugar para visitar en el país, porque me podía aturdir de tal manera que iba a odiar Cuba sin haberla conocido. No la odio, pero si me aturde por la mezcla incesante de sonidos y acoso. Los motores y los pitos de los autos, se embarullan con las extravagantes voces que gritan un saludo o una conversación, con los alaridos que surgen de las ventanas pidiendo una llave o el acceso a un edificio y con los espeluznantes chiflidos y barbaridades que me gritan por ahí. Contradictoria es la música que se entreteje en esta baraja de sonidos, porque en cambio de aturdir, da un ambiente festivo a La Habana. Algunos sonidos de percusiones nacen del alma cubana y se escuchan a través de las puertas y ventanas, instrumentos de viento al unísono se tocan en algunas instituciones y las guitarras en cada cuadra como típicas compañeras van en búsqueda de dinero. “Dos gardenias para ti, con ellas quiero decir, te quiero, te adoro, mi vida…” es de las más escuchadas y aplaudidas por el público foráneo, mientras en algunos pub se pierde entre la gente el sonido de un jazz.
En las noches hay gritos y escándalos que en un barrio bogotano serían acallados en segundos por la policía, pero acá duran horas. Cuba es sonido, pero a veces me ofusca escucharlo por la necesidad de selección. Le sonrío a algunos que me saludan “que mujer más linda”, pero voy alerta a los piropos agresivos y con el codo en alto para detener a quienes se lanzan por más. El clamor femenino también lo esquivo porque es el dinero lo que las acerca a mí y no la curiosidad, en un museo me rogó una mujer monedas por debajo de la mesa, por una línea de información oral que estaba escrita en las infografías. Los vendedores o prestadores de servicios me persiguen también incansables, ayer un taxista me siguió media cuadra, “taxi, taxi, taxi, taxi, taxi, taxi…” a pesar de haberme negado al servicio previamente, intencionalmente me puse los audífonos para ignorarlo y me gritó: “Pobrecita, desconectada de la realidad con esos nuevos aparatos” y podría tener razón, pero en esta ciudad necesito una vía de escape auditiva.
Con todo el sonido que se deforma en ruido, salí de nuevo a callejear pero con el objetivo de encontrar la mejor manera de salir de La Habana hacia otras provincias. Inverosímil, como este proceso que en otros países se soluciona con 5 minutos de internet, o saliendo a hacer dedo a la carretera, a mí me tomó en Cuba desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde caminando.
El plan inicial que traía en mente era conocer Santa Clara donde básicamente se honra al Che Guevara, aunque podría decir que es así en cada esquina cubana. La respuesta automática es el Viazul, cuando pregunto cómo voy a Santa Clara. Este es el servicio de transporte para turistas costoso al límite de la ridiculez. Por un recorrido de una hora y media en una carcacha cobran 10 dólares. Los turistas lo pagan sin refutar por comodidad y porque no saben, por ejemplo, que en ese mismo recorrido de dos horas de La Habana a Varadero, el costo del pasaje en un camión es menos de un dólar, sin embargo ningún local emite esta información porque los extranjeros somos dinero ambulante para los cubanos.
Mirando y caminando, encontré la estación de tren y pregunté si había viajes a Santa Clara. Me miraron de arriba a abajo, tal vez sorprendidos de ver a una extranjera preguntando por el servicio y me contestaron que si podía subirme pero no me cobrarían 10 MN como a todos los pasajeros, sino 10 CUC. Ante las miradas y el costo 25 veces mayor por ser extranjera, sentí la segregación cubano – turista y me encabroné, soy coloquial porque me enojé no es suficiente para describir lo que sentí. ¿Cómo explicar mi fastidio? sé de los sueldos miserables de 20 dólares mensuales que les pagan y entiendo el turismo como fuente de ingreso, pero me siento enjaulada en mi posición de mochilera, viajera que necesita ahorrar y que acostumbra buscar las posibilidades menos costosas para moverse.
Me sentí encerrada en La Habana, todas las vías de escape económico las cierran y los horarios de transporte son reducidos, si tomara el tren, llegaría a la 1 de la mañana a Santa Clara, noticia que generó en las mujeres que me dan hospedaje una especie de histeria, recalcando que estaba en Cuba y que tomar un tren podría ser lo último que haría en mi vida. Así que estoy en un conflicto de ahorro mochilero vs mujer viajando sola, porque la máxima del viaje es, por dinero no arriesgar el pellejo.
Ante la histeria y los costos por ir a Santa Clara, tomé como segunda opción ir a Viñales, pero la misma historia me recitaron de comprar un pasaje en Viazul o hacer una excursión de 5 horas por 60 dólares, nadie quiso decirme como hacen los cubanos para llegar a este destino. De Varadero, ni que decir siendo el punto más turístico de Cuba. No hay tren que se dirija allí, el taxi colectivo cuesta 50 dólares, el Viazul cuesta 10 y de nuevo estas mujeres se dedicaron a aterrorizarme al comentarles que unos amigos habían llegado por 1 dólar, haciéndome ver por décima vez que estaba sola y además loca. ¡Ya sé que estoy sola! ¿Lo podré disfrutar? ¿Me lo permiten sin reclamarme? Es curioso porque todo el tiempo recalcan que Cuba es segura, pero cuando hablo de alguna excursión sin pagar el Viazul gritan ¡NO, NI SE TE OCURRA, ESTÁS SOLA!
Maniatada para salir sin pagar como turista, porque hasta en los taxis colectivos que le habían cobrado a mis amigos 1 CUC, a mí me querían cobrar 10 por ESTAR SOLA y poseer cabellera ligeramente rubia y piel blanca, me arrebaté recordando que en 3 días es mi cumpleaños y decidí que si me obligaban a gastar dinero, lo haría en algo que realmente se me antojara. Que tal seguir la recomendación de mi amiga Dani, también mochilera, ¿y pagar una noche en un All Inclusive de Varadero?
Pensando en la posibilidad, riéndome maliciosamente de mi bolsillo y burlándome de mí por la versatilidad del viaje, me pasé la tarde caminando de hotel en hotel, así como la mañana de estación en estación, buscando la mejor posibilidad de reserva en un hotel todo incluido en Varadero. Había hoteles 4 estrellas desde 50 dólares la noche en adelante, sin embargo aunque el precio fue el ítem número 1 para tomar la decisión, también lo fue la amabilidad en las agencias de turismo. Quizá fue mi short de mezclilla con un par de símbolos de la paz en los bolsillos traseros (no lo compré así, me lo regalaron), mi camiseta desparpajada, adornada por una cadena con una bolita de corazones y pepitas en su interior como un cascabel, que llama a los ángeles en caso de emergencia y mis botas un tanto sucias por la lluvia de los últimos días, que el trato hacia mí fue pésimo. Al verme casi reían, en la mayoría de agencias me dijeron que un all inclusive era caro y buscarían algo muy económico para que lo pudiera pagar, sin que lo hubiera pedido. Cargo con una dualidad en mi cuerpo, mi ropa y mi actitud, para los agentes de turismo me veo patética buscando hoteles 4 estrellas, pero si voy a dormitorios en hostales se preguntan porque no pago un hotel. ¿Se podrán contrarrestar las dos etiquetas y desaparecerán pudiendo librarme de estas?
Finalmente encontré a una mujer en un hotel, que me ayudó a buscar el all inclusive más barato obviando las miradas y comentarios discriminatorios. El viaje es caprichoso, o lo seré yo también. En la mañana encerrada en La Habana, me embarqué en una búsqueda infructuosa de economía para salir y en la tarde la manera más costosa de todas, la terminé reservando con la excusa de celebrar mi cumpleaños y seguir los consejos de amigos errantes.
Mi cumpleaños es en 3 días, de manera que aún tengo dos para seguir conociendo la capital cubana. Siento que está pendiente todo y nada, porque el todo no parece mucho aunque lo sea. Me dicen que no me puedo ir sin haber visto las noches, es cuando la ciudad se mueve y se convierte en una fiesta, pero sigo rehusándome a hacerlo porque soy un alma diurna, que se acomoda mejor a la energía del sol que a la luz de la luna. Tengo pendientes también, los lugares que anoté el segundo día cuando subí al bus turístico, entre esos el Museo de La Revolución como medio para entender la historia de Cuba. Si ningún imprevisto se presenta, continuaré mañana callejeando La Habana, parecida a un preciado museo de antigüedades aunque no sea por elección.
Este post corresponde a una serie de 17 escritos de Cuba, uno por cada día que estuve en la isla. Para leer el día cinco puedes seguir este enlace: Día 5 . Persecusión Habanera