Día 5 . Persecusión Habanera

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26 de Septiembre de 2015

Demasiados puntos interesantes mencionan en inglés y español los guías de los buses turísticos en La Habana, pero olvidan, aunque el autobús lo bordeé, hacer mención al Museo de La Revolución lejos de ser poca cosa, por las históricas hazañas que dentro del edificio se libraron y por su inmensidad arquitectónica postrada en inmediaciones del Casco Antiguo.

Conocí su fachada callejeando La Habana una tarde que perdí el rumbo y me salí del mapa, no entré aquella vez porque sospeché que tan descomunal tamaño no lo recorrería en los 30 minutos que restaban para su cierre, así que lo dejé para uno de muchos días que todavía me quedaban para ese entonces “habaneando”, y hoy, noté que ya son pocos por lo que planeé darle fin a la ansiedad de conocerlo.

Tardé mucho en llegar, solo una ruta equivocada desde el malecón me había llevado a verlo y demoré en hallar la forma de encontrarlo desde el lado opuesto. A pocos metros de la entrada luego de volteretas inútiles por otras calles, me vislumbré toda la mañana viajando en el tiempo o entendiendo el viaje, porque solo caminar por Cuba ya es un paso al pasado, sin embargo justo en la entrada apareció Pablo, un funcionario del museo quien agradeció mi interés en la historia cubana, pero me informó que este estaría cerrado hoy y los próximos días por ser la sede de la conmemoración de los CDR el 28 de septiembre. En esta fecha de 1960, se fundaron en La Habana los Comités de Defensa de la Revolución como organizaciones gubernamentales de vigilancia, con el fin de salvaguardar el naciente sistema político y dar orden a tareas sociales. Por esa razón, no solo el museo de La Revolución estaba cerrado sino que las calles comenzaron a vestirse de fiesta, para en las noches siguientes, hacer un ágape entre vecinos del barrio.

Pablo no perdió el tiempo y mi visita, me dijo que si estaba realmente interesada en la historia de La Revolución, podría ir a tomarme un “coctel del Che” a dos cuadras del museo. Con el itinerario esquivo y reacomodando los planes, me fui a la tiendita propuesta por Pablo para probar lo que sería básicamente una limonada con curaçao carísima. Allí me atendió una mujer que quiso convencerme de pagar 4 CUC por el tal coctel, luego 3 CUC, luego 2 y luego 1,50, al final accedí tal vez porque no tenía ya mucho por hacer, pero le dije que quería pagar con Moneda Nacional, campante y sin vergüenza, me dijo que podía hacerlo “claro, son 100 MN” (1,50 CUC en realidad son 37 MN). Cruzamos miradas desafiantes, sabiendo yo que ella quería sacar ventaja y tal vez ella entendiendo que yo no lo iba a permitir, le dije que pagaría 1,50 en CUC y me tomé un diminuto vaso de coctel. La señora me contaría después que supuestamente allí, en una esquina de esa tiendita, el Comandante Guevara tomaba el coctel de limón que yo acababa de degustar y dedicaba sus horas a escribir en una máquina ahora empotrada sobre una mesa rodeada de sus fotografías, y a su lado, una campana que al parecer tocaba para hacer llamados al pueblo cubano. Tras la romántica y seguramente fantasiosa historia de la tienda, me pidió consumir otro coctel. Sin caer doble vez en la trampa del “Che” como objeto mercantil, busqué mis monedas para pagar el primer vaso e irme, pero no contaba con que Pablo haciendo cara de coincidencia llegaría a sentarse a mi lado antes que alcanzara a levantarme.

Mi antipatía no fue lo suficientemente cortante, Pablo pidió un “coctel del Che” y comenzó típicamente la verborrea. Creí estar de suerte porque al contrario de muchos, la conversación no fue directo a asuntos sexuales, sino a la producción de tabaco en la provincia de Pinar del Río a pocas horas de La Habana. No era en vano por supuesto el discurso, finalizó la historia invitándome a la cooperativa en una calle contigua dónde justo hoy y solo hoy, estaban vendiendo el tabaco más barato que nunca antes. Me prometió que no quería venderme nada, que solo me daba la información porque era una persona muy buena que deseaba colaborarme con un suvenir de precio de oro a precio de huevo para mi familia.

Aunque mi negativa fue rotunda, él insistió hasta que bajé de la silla en la barra y me despedí. Sin embargo algo debía hacer para no dejarme ir, así que cambió de planes y me invitó a una fiesta en la noche con música de Buena Vista Social Club en el Vedado, el barrio acaudalado de La Habana. Cómo mi negativa fue reiterativa, anotó en una servilleta un teléfono, sus datos y un supuesto tiquete para entrar a la fiesta y podernos ver, se levantó y se fue. Terminé de contar mis monedas y pagué 1,50 CUC, ¡sorpresa! cuando la señora me reclamó que eran 3, ¿por qué?, “su amigo se tomó uno y no lo pagó, lo tiene que pagar usted”. Como el miedo supera los límites de la estupidez, con rabia pero en silencio pagué por los dos cocteles y entendí que, 5 días no han sido suficientes para ganarle la contienda a la viveza cubana.

Pero allí no acabaría la historia, esta fue solo el prefacio de una persecución por la venta de puros. Salí de la tienda, y, sin museo que visitar, emprendí el callejeo habanero buscando un nuevo lugar u otro objetivo. A varias cuadras del “rincón del Che Guevara” salió una mujer frente a una puerta en una calle poblada y me preguntó si conocía a Pablo. Quedé inmóvil, pensaba contestar que no, pero mis cuerdas vocales no emitían sonido. En cuestión de segundos antes de contestar, apareció el susodicho y me invitó a pasar con la mujer administradora de la cooperativa. Reaccioné ante los escalones de un edificio que supuestamente debía subir para ver los habanos, y con miedo, rabia y paranoia, me negué a pisar siquiera el primero tratando de huir sin hacer evidente el miedo. En el acto, un hombre bajó con una caja enorme que abrió frente a mí y Pablo me dijo que la había hecho bajar porque sabía que siendo colombiana iba a desconfiar de él,  luego me dio todo un discurso acerca de Pablo Escobar y lo peligroso de vivir en Colombia, contrario a Cuba donde nunca sucede nada (tal vez a Pablo no le enseñaron lo que significa el acoso).

Abrieron la caja repleta de Habanos Cohiba, tal vez los más famosos en el mundo. Ignorante, absolutamente ignorante en el tema, sin las mínimas ganas de comprar y siguiendo el juego para no arrancar a correr, me mostraron una caja por 24 habanos y otra más pequeña por 5. La de 24 según la mujer, costaba 400 CUC pero me la dejaría en solo 70 por la promoción de la cooperativa. ¿Qué tal la rebaja? No solo la persecución sino la promoción me hicieron dudar de la validez de los habanos. Pablo me invitó a sentir el aroma para comprobar su originalidad, pero a mí me dio igual porque en la vida jamás había sentido el olor de un habano, luego lo sacudió sobre mi mano y no cayó ni un residuo en mi palma comprobando que era de buena de calidad, ¿mentira o verdad?, no lo sabía. Les di la gracias por “querer ayudarme” a sorprender a familia e intenté irme, pero no, un plan B tenían, mostrarme la cajita por 5 habanos de 50 CUC. Pregunté: ¿24 habanos por 70 CUC y 5 POR 50CUC? “Sí, porque uno es V Siglos y el otro XV siglos…”

Era esa la información que me hacía falta, entender mínimamente el habano, sacudirme la ignorancia y así, en caso de intento obsesivo de venta, tener al menos una idea de lo que me estaban hablando para huir de la escena con elegancia o aprovechar la promoción si es que realmente existía. Sin embargo no era el caso e insistieron hasta dejarme la caja de 5 habanos en 20 CUC. Para evadirlos y con el agua al cuello, les dije que no traía dinero conmigo. “No te preocupes, ve al cajero, Pablo te acompaña”, les comenté que no tenía tarjetas, “Eso no es problema chica, Pablo te acompaña a tu casa y sacas el efectivo”, y qué más, ¿pasamos la noche juntos y luego te invito a otro coctel del Che que me tocó pagar? Ya negarme no pude de otra manera, finalmente se hartaron, me despidieron con rabia y me dejaron con alucinaciones de persecución por las calles de La Habana.

Casi aterrada del complot para intentar venderme una caja de Cohiba, me fui caminando hacia la Plaza de la Revolución solo por el placer de la soledad. Desde el Centro Histórico la Plaza queda lejos, pero quería alejarme de las mismas calzadas y de los persecutores. Anduve por la avenida Salvador Allende, de altas y viejas edificaciones, balcones, ropa colgando y colores pastel, hasta llegar a la avenida Boyeros más amplia con desolados parques infantiles y un complejo deportivo. A pesar de llevar una hora caminando, me aventé otras más hasta llegar al zoológico, no con la intención de entrar, sino por la transformación del ruido y el acoso en el sonido del viento y la soledad. Ya por estas avenidas alejadas del centro pude caminar en paz, nadie parecía notar mi presencia o poca importancia le daban.

Con dolor en los pies tras haber caminado alrededor de 3 horas, le pregunté a una viejita por el paradero de la guagua (autobús) de vuelta al centro, además de indicarme el lugar me regaló 1 MN por si acaso no tenía cambio para pagar. Bajé en el último paradero frente al Parque de la Fraternidad, allí me senté a observar a varias mujeres dedicadas a leer la mano y el tabaco, a niños jugando y a parejas conversando frente a frente, mirándose a los ojos, sonriéndose, sin celulares irrumpiendo su momento.

Ya cuando el sol brillaba amarillo despidiéndose tras los árboles, hice la última caminata hacia la Plaza Vieja por un banquete de comida. Allí, una de mis plazas preferidas por el movimiento, la cercanía al malecón, la música y la venta callejera de libros, escuché a los gritos “colombiana, eh, colombiana”, aceleré el paso e ignoré las voces, pero un tal Erwin me alcanzó corriendo, me sonrió y me dijo que era amigo de Pablo, que si aún quería los habanos por 20 CUC me podía llevar de nuevo a la cooperativa y haríamos un buen negocio. Las reacciones silenciosas explotaron en las más dulces palabras que pudiera decirle a un acosador, “Erwin, ¿Podrían dejarme de joder?, ¿hay alguna manera en que entiendan el no como respuesta?, di la espalda y me fui casi corriendo sin comer, más paranoica que nunca.

Llegué a casa de Yadira con ganas de irme de La Habana, ella se rio de la historia sabiendo que no estaba en peligro y que los cubanos de vez en cuando llegan a ser insoportables. Así, una vez más como si no hubiese sido repetitiva los días anteriores, replicó: “muchacha, eso te pasa por venir sola a Cuba” y me envió a dormir con la barriga llena de arroz rojo y un vasito de té para aplacar la histeria.

Este post corresponde a una serie de 17 escritos de Cuba, uno por cada día que estuve en la isla. Para leer el día seis puedes seguir este enlace: Día 6 . La Vida en Cuba

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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