Varios meses antes de emprender mi primer viaje mochilero comencé a planearlo, tenía en mi cabeza todo organizado, guardaba en mi bolsillo un resaltador para ir tachando cada paso y asegurarme de haber cumplido con el itinerario. La rigidez no funciona si el plan es con mochila y poco dinero, aunque de eso me daría cuenta en el camino. No puedo recordar cuantas veces cambiaron mis destinos y cuantas listas hice que enumeraban cada lugar por conocer.
La idea que tenía era llegar a Buenos Aires, ¿por qué Buenos Aires? porque tuve la oportunidad de ir unos años atrás tan solo cinco días y me había encantado, me prometí volver algún día a conocerla de verdad. Además, una de mis grandes amigas residía en esta ciudad y me invitó a vivir en su casa. No existía algún otro destino que me brindara tales beneficios.
Pero, ¿cómo le dices a tu mamá, a tu familia, a tus amigos y a ti misma que vas a dejar todo atrás y emprender un viaje?, acababa de terminar dos carreras que mi papás habían pagado con gran esfuerzo, medios audiovisuales que al final la aborrecía y diseño gráfico, mi gran amor. Tenía dos cartones para salir a buscar trabajo y comprar un carro, una casa y ahorrar para un matrimonio de película con un hombre de “familia bien”. Cómo sentía la presión de hacerlo pero no quería y no tenía la valentía de decirme a mí y a los que me rodeaban que había decidido que mi vida fuera de otra manera, no había otra forma que inventarme una excusa, una que yo me creí y me facilitó la tregua con mi propia conciencia, “como quiero ser ilustradora, voy a seguir estudiando”. Lo de ser ilustradora era y sigue siendo verdad, pero después de ocho años de estudiar en una universidad ya estaba al cuello y no quería ver un salón de clase, pero si no tenía un propósito ¿a qué me iba?
Ahora me respondo con tanta seguridad que me asombro… a vivir, a aprender, a ser libre y feliz. Pero en ese momento veía la vida a través de los ojos de los demás, me habían enseñado en mi casa, en el colegio, en la esquina, la sociedad, que atenerme a ciertas reglas de vida me llevaría al éxito y este estaba dado por la cantidad de dinero, posesiones materiales y posición social. Por supuesto que dejar todo atrás e irse a recorrer Sur América con mochila no es el mejor plan para conseguir todo lo anteriormente mencionado. Así que decidí hacer un curso de ilustración en Buenos Aires lo que me llevaría por lo menos cuatro meses fuera de Colombia y solo como una posibilidad me devolvería por tierra.
Sin embargo la idea del viaje se hizo progresivamente más ambiciosa, pero entre más destinos quería conocer más dinero necesitaba, no sabía mucho de otras maneras de viajar más que de turista con una tarjeta débito o lo que es peor, con una de crédito en el bolsillo que alcanza para un mes de viaje y el resto de la vida pagándolo. Pero había una persona que podría indicarme el camino hacia un viaje diferente, mi prima Ximena quien recorrió durante cuatro años Sur América vendiendo artesanías. No concebía en ese momento de mi vida como era posible que alguien viviera de esa manera lejos de la ciudad, de la estabilidad y de la aparente seguridad de estar aferrada así fuera a una piedra, por la que en algún momento pudiera intercambiar por dinero.
La idea de aprender a hacer artesanías me llamaba como una cuestión terapéutica, gracias a la vida tengo cierto talento y habilidad para las cuestiones manuales y hacerlo me lleva casi a otro estado de conciencia, pero venderlo en las calles de Sur América era otra historia a la que no me arriesgaba, prefería quedarme en Bogotá ahorrando y después con seguridad salir a recorrer el subcontinente. Sin embargo pensé que nada perdía con unas clases de tejido y lo tomé como el plan B, solo por si acaso me podría sacar de un apuro. Durante largas tardes de charlas acerca de aquel país del sur del continente, cerveza, fernet y mate -el fernet una bebida alcohólica común en Argentina y el mate una infusión de yerba del mismo nombre- nos sentamos a tejer accesorios en chaquiras y macramé. Rodrigo, mi novio para ese entonces, también aprendió a tejer pues en un arrebato decidió acompañarme en esta travesía.
Con algunos ahorros hechos en un año, compramos los pasajes de avión para Buenos Aires. Confieso que fue mi primer momento de shock. En una madrugada de mayo sentada en el comedor de mi apartamento, comencé a hacer un clic tras otro en una página de venta de pasajes, no sé ni cómo lo hice pero salió un aviso que confirmaba la adquisición de dos tiquetes para volar el 15 de julio de 2012 a un poco más de 4500 kilómetros de mi casa. Me asusté, entré en un estado ridículo de niña consentida que nunca había estado lejos de mamá. Por un momento pensé en perder el dinero y no tomar ese avión, sin embargo aunque el miedo ha sido uno de mis compañeros de vida, nunca me ha paralizado.
Tuve dos meses para hacerme a la idea que en realidad iba a estar lejos de casa y pude empezar a desapegarme de mi familia, mis amigos y mi Bogotá pensando que el día de tomar el avión solo viajaría a conocer Buenos Aires, algunos destinos más y regresaría a casa un tiempo después a empezar mi vida “normal”. Sin embargo, nunca regresé.
2 comentarios en “El Pretexto Perfecto”
Nunca regresaste…
Así pasa mi amiga de mochila, un abrazo desde Cuernavaca una ciudad de Mexico en el estado de Morelos. Pues te diré que me encanto esta experiencia que contaste. ¡Motivas he! Bravo por tu pagina es muy atractiva. Bueno chica amiga de mochila Naty. Te comente esto a la 1 AM y tengo mucho mucho sueño. Espero un día así como viajeros encontrarnos en el camino de la vida.
Hola Enrique!
Que bueno que te hayas encontrado con mi blog y además… que te motive!!!
No fui a Cuernavaca, me quedaron muchas cosas pendientes por hacer en México, espero algún día poder regresar.
Saludos viajero!!