Inolvidable Mompiche

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Saliendo de Montañita nunca pensamos que iba a ser casi una travesía llegar a Mompiche. Para empezar, no había viajes directos de un lugar a otro, así que tomamos un bus rumbo a un pueblo donde debíamos comprar pasajes para llegar a nuestro destino; luego de cuatro horas sobre la ruta arribamos al dichoso terminal y nos bajamos en búsqueda de nuestros tiquetes, preguntamos en cada ventanilla que encontramos e increíblemente nadie sabía de la existencia del pueblo “¿Mompiche? No tengo idea donde es“  decían. Pensamos que era un destino turístico común y resulta que era un lugar que ni los ecuatorianos conocían. Después de tocar en cada ventanilla y recibir miradas inverosímiles acerca de nuestro adecuado funcionamiento cerebral, un hombre nos sugirió que fuéramos a Esmeraldas donde podríamos conseguir viajes a cualquier destino. Seguimos el consejo y pensamos que el recorrido tomaba poco tiempo, pero la ruta era demasiado larga porque se adentraba en Ecuador y después volvía hacia el Océano Pacífico. Solo hasta la media noche pudimos llegar a Esmeradas en un colectivo destartalado y sin aire acondicionado lo que nos tenía muertos de calor y sed. Ya era muy tarde, nos dolía el estómago del hambre y los ojos del sueño, así que tomamos la decisión de buscar un lugar para hospedarnos y salir al otro día hacia Mompiche que por cierto quedaba hacia el sur, es decir que nos habíamos pasado y tocaba devolvernos. Al día siguiente también fue un viaje de varias horas donde debimos hacer nuevamente algunas peripecias de intercambio de buses y búsquedas infructuosas de pasajes. Sin embargo el tiempo de espera valió la pena.

Mompiche queda lejos de la carretera y de las masas lo cual lo hace más atractivo para mí. Es un pueblo muy pequeño, las calles son en arena y lodo, las casas pequeñas y rústicas y al final del pueblo que no ocupa más de cuatro cuadras, se ve el océano tranquilo frente a la arena gris que lo espera. Encontramos un hostal con una habitación casi perfecta, al abrir la puerta ante nosotros solo estaba el mar que permanecía calmado durante el día con la playa húmeda y compacta, y a las seis de la tarde cambiaba en su totalidad porque la marea subía y las olas se levantaban hasta una barricada que separaba el pueblo del agua. El “casi” que alejó a la habitación de la perfección, se debe a que no hubo una sola noche en que pudiéramos dormir bien, porque cuando caía la oscuridad empezábamos a sentir en las piernas picaduras de mosquitos que se iban extendiendo por todo el cuerpo, era una maravilla el amanecer cuando desaparecían esos pequeños bichos aunque el recuerdo de ellos estuviera presente todo el día en forma de ronchas.

En la última de nuestras comunes caminatas de exploración por la playa fuimos hasta el rincón más lejano del pueblo lo que nos tomó cinco escasos minutos y atravesamos un río que nos daba a los tobillos, nos subimos sobre una serpiente gigante de concreto, pasamos del otro lado y tomamos camino hacia donde nos llevara la playa. De la serpiente hacia adelante todo era desolado, la arena era gris y estaba compacta, fría y húmeda por la marea, sobre esta, había decenas de cangrejos ermitaños que se escondían en su caparazón cuando los perseguíamos para tomarles fotografías, el mar se veía en calma y al otro lado había algunas casas rústicas que parecían fincas de veraneo, palmeras, troncos caídos y cocos que intentamos abrir golpeándolos contra el suelo pero nunca lo logramos.

El silencio y la soledad fueron nuestras compañeras durante tres horas de caminata que fueron interrumpidas por la desembocadura del río en el océano; en medio de este encuentro del agua dulce con la sal, había una especie de cuadrado en el que se formaban figuras geométricas con pequeñísimas olas que iban de un lado a otro, era como si el mar al final no quisiera recibir al río sino fuera una lucha por el territorio, la superficie apenas tocaba la arena y yo podía estar en medio de esta lucha de agua cristalina, veía mis pies jugando con las figuras que se armaban y con unos animales que parecían pequeños erizos, eran flexibles y se encogían dejándose llevar por las olas, también había infinidad de cangrejos que hacían sus huecos bajo el agua al perseguirlos y era emocionante verlos, solo un cangrejo grande estuvo listo a agarrarle los dedos a Rodrigo con sus tenazas porque se acercó imprudentemente y se sintió amenazado.Mompiche

Mompiche

Después de varias horas de caminata de regreso llegamos nuevamente a la serpiente gigante y la trepamos para pasar al otro lado, estando arriba nos topamos con una no tan grata sorpresa, eran las siete de la noche y el mar estaba crecido, lo que antes era un pequeño río que nos llegaba a los tobillos ahora ocupaba casi toda la playa y la luz del pueblo apenas lo alumbraba. Confieso que me intimidó mucho el agua oscura que probablemente ya no llegaba solamente a nuestros tobillos sino al pecho. No podía ver nada, si estaba profundo, si no lo estaba o que había debajo de la superficie, me pareció bastante aterrador, pero más aterrador era quedarnos atrapados del otro lado y entre más tiempo pasara más subía la marea y el río sería totalmente cubierto por el mar.

Que cobarde estaba siendo, sentí un miedo casi paralizante pero Rodrigo me animó a pasar tomando su mano, lo debí dejar sin circulación por un momento. Acto seguido, caminé junto a él con una inmensa valentía que no se reflejaba en el temblor de mis piernas y el sudor de mi manos, valentía que igual me duró hasta que dejé de sentir la arena bajo mis pies y el agua me dio al cuello. Creo que mi mantra para no entrar en pánico fue decir la misma grosería una y otra vez, si ya estaba adentro, lo que hubiese rondando cerca a mis piernas no tenía por qué importarme; pasamos lo más rápido que pudimos, Rodrigo caminando porque alcanzaba la arena y yo nadando porque mi pequeña estatura no da para más,  hasta llegar empapados al otro lado. Como me había sucedido varias veces en el viaje sentí miedo pero no me detuvo, “No es valiente aquel que no siente miedo, sino quien sabe conquistarlo” decía Nelson Mandela.

Mompiche_Cuentos_De_Mochila_2

Cerca al pueblo se encuentra la Isla de Portete caminando durante una hora por una carretera destapada. Se suponía que al final de esta nos encontraríamos con una inmensa playa y el océano tibio y reconfortante, sin embargo al final del recorrido nos topamos con un “laguito” y un hombre en una chalupa quien estaba esperando que le pagáramos un par de dólares para navegar por allí. Estábamos confundidos, la promesa de toneladas de arena y agua esperándonos se habían reducido a un paseo en una pequeña barca oxidada con un señor que no hablaba y no nos daba indicaciones. Nos dimos vuelta para revisar en que parte del camino nos habíamos perdido y retomar el rumbo; de pronto nos detuvimos, nos miramos con Rodrigo y sonreímos haciendo al mismo tiempo una cara conocida entre nosotros que decía con la mirada “que inteligentes” a manera de sarcasmo y nos subimos a la chalupa. El destino final era la ISLA de Portete, como más íbamos a llegar ¿si no atravesando una porción de agua?, ese “laguito” era el mar que separaba a Mompiche de la isla.

A partir de tan inteligente observación  atravesamos el agua y nos encontramos con una playa desolada de arena blanca entre palmeras y exquisitos batidos de fruta. Allí pasé toda la tarde acostada recibiendo la brisa que rozaba mi piel. Como no todo es perfecto, para mi descontento vi una mole de cemento recién construida en la isla, un mega hotel disonante con las olas y la playa. Tal vez esta gran idea acabe con Portete ya que los turistas están exigiendo una manera fácil de acceder  en auto, en algunos años seguramente ya no será un paraíso, o lo será pero para personas que no piensan como yo y prefieren la comodidad antes que la conservación del medio ambiente.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
Natalia Méndez Sarmiento

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