¡Eso No te da Derecho!

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Una mañana de septiembre despegué en un avión sobre la sabana bogotana hacia el infinito de mis sueños. Sobre las nubes navegaba para conectar a Ciudad de Panamá con México en una travesía solitaria, anhelaba percibir la magia del mundo más allá de mi burbuja, respirar el aire gélido de un volcán en el alba, internarme en mis recovecos del alma junto al mar, dejarme envolver por el viento, las olas y el sol, recibir de las personas y devolver la luz, comer, reír, llorar, subir, caer, conocer, amar, sentir y crear el escenario de mi vida viajando.

Yendo y viniendo entre marejadas, se avecinaba el sexto mes cuando llegué a Nicaragua, el país de las preguntas con respuestas baldías. Los nicaragüenses son conversadores y curiosos, me atornillaban constantemente con dudas del viaje y me fusilaban cuando la palabra “sola” aparecía entre charlas. Era inconcebible para casi cualquiera, que estuviera cerca a los treinta sin un marido y viajando. Todo lo que tratara de explicar era en vano porque una mujer que se respete en Nicaragua en definitiva no podría ser como yo.

Aunque en total desacuerdo las charlas no me molestaban, pero las calles comenzaron a tornarse insoportables así nadie quisiera creerme. En Granada, una ciudad turística, tenía miedo de salir a conocer, los hombres me gritaban toda clase de piropos, Lucy, una amiga alemana sufría por lo mismo al igual que Male y Daniela, no era una percepción individual.  Nos sentíamos cohibidas en cualquier calle por dónde camináramos, incluso en la calzada atestada de turistas. Algunos hombres más atrevidos se acercaban a tocarnos, hubo uno que lo hizo cuando caminaba con un amigo. Esa vez protesté porque me sentí respaldada y acompañada por él, le grité al hombre las primeras palabras rabiosas que salieron de mi boca, pero el infeliz tan solo se burló de mí. Más grande se hizo mi demonio cuando mi amigo me dijo que debía aprender a anticiparme, que yo andaba por la vida feliz y despistada, y que no fuera atrevida de gritarle a un tipo de estos porque mis reacciones alebrestadas podrían causar peores consecuencias, así que debía cambiar mi manera de actuar y guardar silencio ante el acoso. Me sentí culpable de que una bestia alargara su mano para tocarme los senos y se burlara de mí.

Me quedé un par de semanas en Granada porque a pesar de todo había bellos motivos para permanecer allí. Así, compartí en el hostal varios días con Nicolás y Nicolás, un uruguayo y un francés que querían hacer autostop hasta El Rama, un pueblo al oriente de Nicaragua para tomar un barco hasta Bluefields y después hasta Corn Island. Yo soñaba el Caribe y hacía meses que venía escuchando de aquel lugar paradisiaco. Los chicos me invitaron a ir con ellos, dudé al principio porque el miedo estaba enquistado en mí y consulté la opinión de mi travesía a una pareja de amigos argentinos que también los conocían. Dándole vueltas al asunto, decidí levantarme temprano el día de la aventura, desayuné con ellos y salimos juntos hacia el destino. Cuando íbamos a media cuadra de la salida, otro chico del que no quiero decir la nacionalidad porque no quiero encasillar a todo el género masculino de su país, nos pidió ir con nosotros, diré que se llamaba Camilo, aunque ese no sea su nombre real.

Nos dividimos entonces en dos parejas para hacer autostop, a mi me tocó con Nicolás el uruguayo, aunque la mayoría del camino logramos subirnos los cuatro en los mismos autos. La pasamos de maravilla, otra vez tenía la sensación del viento jugando con mi cabello mientras recorría rutas desconocidas, me sentía sin duda muy feliz. Irónicamente, tuvimos alguna conversación con ellos tres acerca de las mujeres viajando solas y del machismo, les conté lo difícil que había sido para mí estar en Nicaragua y ellos defendieron mi posición, bueno, Camilo no lo hizo, él en cambio me contó que tenía una novia en otro tiempo, una chica que se enfadaba porque no podía salir a hacer autostop con un short ya que se sentía agredida con la mirada de algunos hombres. Sin vergüenza, contó que le había dicho: “no seas bestia, ¿cómo se te ocurre salir con un short?, los provocas a todos”. Así que para él una mujer era una bestia por vestirse para el verano, y nunca se percató que las bestias eran quienes la violaban con los ojos.

Llegamos en la noche al Rama y pedimos hospedaje en una tienda mientras tomábamos algunas cervezas, el espacio que nos prestaron para colocar las tiendas de campaña tenía dos problemas, el primero es que era muy pequeño y solo cabían dos, el segundo era que mi carpa necesitaba clavarse al piso para poderse levantar y este era de cemento, así que fue imposible para mi montar mi casita.

No quería dormir acompañada en la carpa por nadie. ¿Por qué?, Por el mismo miedo que nos han obligado a tener de dormir junto a un hombre, como si hacerlo nos obligara a estar con él, o fuera un síntoma de coqueteo aún en las condiciones en las que estábamos. Sin más remedio y con rabia tuve que dormir con Camilo, los otros dos chicos eran amigos y dormirían juntos en una carpa muy estrecha, casi abrazados, así que sería mejor para mí meterme a la carpa con este personaje en un espacio más grande donde hubiese suficiente aire entre cuerpo y cuerpo.

A pesar del calor insoportable de Nicaragua, dormí con una camisa larga y un pantalón para “no ser bestia y no provocarlo” y puse de intermedio mi sleeping y alguna ropa para que entendiera que su espacio era de la mitad de la carpa hacia la derecha y el mío era la otra mitad hacia la izquierda. En el silencio de la noche cuando ya estaba durmiéndome, sentí un aliento en mi cuello, unos labios asquerosos y un brazo pasando por encima de mi cintura, obviamente era Camilo. Me exalté y le grité, él me respondió burlándose y me dijo que parara mi histeria, pensó que tenía derecho a tocarme solo por estar en la misma carpa.

Afuera llovía, el tipo se acomodó sobre mi sleeping poniendo su cara frente a la mía, no se corrió ni un centímetro y se durmió. Yo no era capaz de cerrar los ojos, ni siquiera de acostarme, la noche fue un infierno pensando que me podría hacer algo. Apenas amaneció empaqué mis cosas con prisa, llorando y trasnochada, me sentía vulnerable, salí de la carpa con una llovizna todavía sobre mí, me senté en unas escaleras frente a la tienda y até los cordones de mis zapatos temblando, tomé mi mochila, me limpié las lágrimas y me fui. Camilo me persiguió unos pasos y me preguntó con sarcasmo porqué me iba, yo grité lo más alto que pude para que los otros dos escucharan que era un hijo de puta y que me indignaba y me encabronaba la actitud de los hombres frente a una mujer viajando sola. Pero no hubo ninguna reacción…

Corrí hacia un tuk tuk por si acaso me perseguía, estaba paranoica, asustada, el señor me llevó hasta la terminal de buses y agarré el primero hacia Managua. Todo lo que hacía era llorar. Tenía rabia, mucha rabia. Al llegar a la capital hice un cambio de autobús para irme a León donde estaba la pareja de amigos argentinos, en este cambio, mientras buscaba a cual debía subirme, los conductores y sus ayudantes gritaban su destino en el estrecho pasillo de la terminal e intentaban convencerme de tomar el servicio con ellos, uno comenzó a jalarme del brazo para obligarme a subirme en su camión y yo le grité que me dejara en paz y me solté a la fuerza. El hombre y sus compañeros burlaron de mí como lo hacían todos y una vez más me llamaron histérica.

Para ese momento me odiaba a mí por haberme ido sola de viaje y odiaba  Nicaragua. Cuando llegué a León mis amigos me reclamaron y me dijeron que era obvio lo que había sucedido porque no podía meterme sola en la carpa con un tipo. De nuevo, la culpable era yo.

Siempre la culpable he sido yo, Cuba por ejemplo también fue un infierno a causa del acoso de los hombres en la calle, y alguien me dijo que la culpa no era de los cubanos, sino que era mía por ser una mujer “coqueta” y que debía “revisar mi comportamiento con los hombres” para que no se me lanzaran como bestias en celo.

De manera que nos convencen desde que somos unas niñas, que las mujeres somos las culpables por provocar a un hombre, porque tomamos de más, porque viajamos solas, porque hacemos autostop con otros mochileros, porque utilizamos la ropa que nos da la gana, porque sonreímos, por nuestras actitudes, por nuestros deseos, porque así como a ellos nos gusta el sexo… Nos obligan a aceptar que un hombre tiene el derecho de abusar de nosotras, acusarnos de provocadoras, bestias, coquetas, putas y borrachas. Cuando “nos portamos mal” y peleamos, cuando no nos dejamos, cuando nos hacemos respetar, nos tildan de histéricas y nos quieren callar, incluso hasta llevarnos en muchos casos a la muerte. Pero un final fatal y el abuso se justifican “porque nosotras lo buscamos”.

Eso es lo que leo siempre que hay un feminicidio, una violación, una mujer golpeada o ultrajada. Es eso lo que he leído en las redes sociales los últimos días ante la muerte de dos chicas argentinas que viajaban por Ecuador. Al parecer esa es la ilógica lógica de la humanidad, donde el victimario termina justificado por un “comportamiento inadecuado” de la víctima.

Quiero alzar mi voz como lo he hecho antes a través de este post, porque también he sido víctima en diferentes niveles del machismo proveniente de hombres y mujeres. Mis anécdotas se han quedo por suerte en eso, en anécdotas, pero yo hubiera podido ser esa chica, cualquier mujer que tú o yo conocemos. No pretendo cambiar el mundo, es una tarea imposible, pero si lograra al menos que una persona me leyera y no se atreviera a decir nunca más que las chicas argentinas que mataron son culpables de su final, me consideraría escuchada. Ha sido una lucha de siglos por nuestra libertad y me enoja que todos los días sucedan atrocidades de este tipo, me enoja que quieran hacer a la mujer culpable de su destino.

Puta, borracha, coqueta o viajera, ¡eso no te da derecho!

Este post lo dedico a Maria Jose Coni, Marina Menegazzo y a las millones de mujeres que han muerto o han sido maltratadas en el intento de buscar su libertad.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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6 comentarios en “¡Eso No te da Derecho!”

  1. Sentar en el banquillo y justificar la violencia contra la mujer, al parecer ya se volvió un tema natural y justificable. Al igual que tu Natty, recrimino todo comentario que condene y culpe a las mujeres que son agredidas física o verbalmente. Hermoso post!

  2. Laura de la Fuente

    Creo que también es nuestra responsabilidad como mujeres y principales afectadas del machismo cultural que padecemos, iniciar la tarea de educar y concientizar a nuestros hij@s, parejas, padres, herman@s, tíos y a nosotras mismas también, sobre el gran problema que sufrimos, sobre todo porque está tan naturalizado, que ni siquiera son capaces de entenderlo. Buen artículo. La lucha continúa.

  3. Totalmente de acuerdo contigo Natalia.
    Nosotras no somos culpables de nada. Creo que eso es algo que hay que tener muy claro de entranda. Sin embargo, y a pesar de ello, yo, que soy española y vivo en Marruecos (país musulmán de mente mas bien cerrada en ese aspecto) he adecuado mi vestimenta al lugar en el que vivo, no usando prendas que puedan ofender a la mentalidad predominante, ya que en este caso me parece mas bien una cuestión de respeto cultural, que choca tanto a hombres como a mujeres (aunque la raíz sea siempre el machismo).
    Eso si, no pierdo ocasión nunca para hacerme valer y respetar, pero sobre todo de hacer entender que nos somos objetos sexuales… Y no he tenido problema alguno en gritar y dejar en ridículo al que ha intentado propasarse. Y a pesar de que muchos hayan intentado hacerme sentir culpable a mi, el respeto que me he ganado a base de discursos y agotadores argumentos una y otra vez, me han servido para que la gente (muchos, hombres) se pongan de mi lado y denuncien la actitud del misógino de turno.
    El cambio es lento, y como ya han dicho por ahí, la clave está en la educación que demos a nuestros hijos., y el resultado se irá viendo de generación en generación.

    Un abrazo y suerte en tu camino.

    Alicia

    1. Hola Alicia.
      Totalmente de acuerdo con todo lo que expones. Por respeto a la cultura de un lugar muchas veces debemos cambiar el chip y adecuarnos, pero también estpa bien que haya un freno cuando nos están faltando al respeto.
      Es muy triste a veces temer a viajar sola por estas circunstancias, pero eso también nos convierte en embajadoras del respeto a la mujer y ojalá en al algunos años, el fin paulatino del machismo que afecta a todo el mundo pero de diferentes formas.

      Un abrazo!!
      Naty

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