Quería despojarme de esta insensata rutina de mi vida circular acomodada en incierta ciudad que me acunó al nacer, transitando senderos inexplorados por mis patas viajeras, dirigiéndome hacia rumbos nunca antes percibidos por mis sentidos. Quería inmiscuirme en el diario de otras ciudades, deslumbrarme con formas arquitectónicas, humanas, naturales, atravesar fronteras arbitrarias e imaginarias y desfigurarme hasta encontrar mi esencia entre las rutas, probando intransitados atajos, helándome con lunas llenas y escudriñando entre el tibio sol de diferentes amaneceres.
Quería habitar otros parajes que cambiaran mi percepción del tiempo, sin sucumbir a los pasados ni antojarme con los futuros inciertos; por ese tiempo quería estar allá y no aquí, siendo allá ahora aquí y aquí ahora allá. Quería conocer a los desconocidos hasta ese entonces y saludarlos, apreciarlos, quererlos, amarlos, aborrecerlos, abrazarlos, besarlos y despedirlos. Abrir la puerta y dar pasos, zancadas, brincos, sabiendo que podría tropezarme, estrellarme y levantarme, concibiendo el dolor sin sufrimiento y la felicidad en instantes.
Quería llegar a lugares y atravesar otros, sumergirme en las aguas de los lagos, nadar con los cardúmenes en las olas, escalar montañas y elegir no hacerlo. Desenmarañar mapas, pegar chinches en los lugares dormidos y transitados; acampar, caminar, contemplar, sonreír y llorar. Dibujar rutas y anécdotas en estas, escribir, aliviar los moretones de la piel y sanar los del alma, dejarme llevar por el sentido latir en mis venas, amar, desamar, encontrar el equilibrio perdido entre el cemento. Quería convertir momentáneos y mágicos soplos en eternidades y desprenderme de mí hasta poder regresarme.
Quería hablar otros idiomas, reaprender ideas y reescribir historias. Estar lejos, tan lejos que quería recordar el significado de extrañar, que la nostalgia me atrapara y en seguida me liberara, que un mensaje de alguien valiera más que un lingote de oro y el sencillo sonido de una sola voz pudiese ser reconfortante.
Quería probar mi soledad, decidir conmigo, inventar el camino, reinventarlo, vivir la incertidumbre y asegurarme el futuro cambiante. Quería abrir barajas de nuevas ideas, reconocer mis errores, respirar, resucitar de los letargos y no perderme un segundo de vida. Explotar de emoción, arrinconarme a llorar, sentirme acertada, equivocada, vulnerable, enérgica, fuerte, guerrera, acompañada y solitaria. Quería viajar por relámpagos de alegría, de tristeza, de dolor, de suerte y de infortunio. Quería estar donde estoy y quería hacer lo que hago ahora.
Quiero con intensidad renovar ilusiones frente al místico Lago Atitlán viendo como se pone el sol desde el amaderado muelle, tocando la guitarra, aprendiendo a cantar, paseando en lancha, comiendo unos días espagueti con mozzarella y al siguiente un pan, y refrescando ideas que prolonguen el viaje y me regalen más mozzarella y menos arroz. Quiero estar aquí y a veces quiero estar allá, pero recuerdo que aquí es donde existo y donde elegí estar, encendiendo mi vista con el volcán y explotando el iris con los colores de Guatemala.
Quiero permanecer en un inerte movimiento de encuentros insospechados con maravillosos seres humanos a los que voy despidiendo, dejándolos ser, dejándome ser. Quiero dejar ser cada instante como viene, como la vida lo trae. Quiero sentarme a escribir cada noche como ahora lo hago y hacer vibrar las cuerdas de mi guitarra aunque una se haya roto. Sentir el miedo por los artrópodos en la ducha y reírme de mí, de mis cobardías y valentías. Quiero tejer artesanías, sueños e ilusiones. Quiero esto que vivo, esto es lo que quiero.
Quisiera también estar allá abrazándola, caminando por las calles bogotanas y renegando por el caos. Quisiera estar en México enamorándome de sus rincones y elegir uno para sosegar unos meses mis pasos, descansando de la mochila pero no de la vida mochilera. Quisiera que alguien estuviera aquí y luego quisiera seguir viajando sola, porque ese alguien me alimentaría pero también puedo alimentarme de la soledad. Quisiera volver a verte, volver a verlos, ¡cómo extraño a mis parceros!, quisiera una casa musical para comprar un re al aire y hacer sonar un arpegio de Pink Floyd, que tan bien me suena y le gusta a ese candombero que se fue hace unos días. Quisiera volver a aullar un par de canciones con esa piba que ya no es tan piba y reírnos de la simplicidad de muchas vidas, que no son como la de ella. Quisiera mañana ir a San Marcos antes de partir y tejer la mejor de mis mariposas. Quisiera comer un chocolate suizo de esos que encontraba en Bariloche o mejor llegar a Suiza para comerme cientos, aunque Suiza no me bastaría porque quisiera darle la vuelta al mundo y escribir sobre cada recoveco, sobre tu vida, la mía y la de ellos y sobre cada sobrecogedor pensamiento.
¡Cuántas cosas más quisiera! pero entre quisiera y quisiera se me escapa la vida, prefiero vivir en los quiero, forjando el camino para que los quisiera se conviertan en un quise y lo cumplí.