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Somos tres, él, ella y yo. Siempre lo hemos sido y eternamente seguiremos siendo unidad hasta que alguno se hastíe y detenga su andar. Somos siameses, adheridos inseparablemente, compañeros de toda una vida desde la panza de mamá. Donde yo voy ellos van y si no van no hay manera que yo lo haga, entre los tres no existe la palabra autosuficiencia porque dejamos de existir si a alguno se le ocurre partir. Somos tres, pero componemos un solo ser. A pesar de toda una vida juntos, tomando decisiones en las que hemos naufragado tantas veces como hemos salido airosos de las peores situaciones, somos irónicamente enemigos y no encontramos el equilibrio, por todo discutimos, no hay punto medio que se encuentre sin una precedente controversia.

El primero de los tres es él, un músculo que bombea vida henchido de millonésimas partículas de sangre. Es suficientemente fuerte para aguantar extensas caminatas en las más altas montañas y tan frágil que una emoción lo puede hacer estallar, es un guerrero que ha resistido las más oleaginosas delicias gastronómicas sin sucumbir a un infarto o si quiera protestar; late, siempre está en movimiento enviando energía a mi cuerpo, renovando ese valioso fluido rojo que me provee de existencia. Lo he presionado a latir lento y rápido, meditando, durmiendo, bailando y montando en bicicleta. Tengo suerte de contar con un socio sumamente versátil que se ajusta a mí deambular de mochilas y hostales como a mis días sedentarios de rutinas urbanas, sin embargo no es perfecto, es un enfermo delirante.

Romántico, crédulo, idiota muchas veces. Su ingenuidad de límites insospechados nos ha enfrentado a portentosos desafíos porque cree en todo, en el amor, en las sensaciones más sutiles como un beso, un abrazo o una palabra; se desnuda ante los instantes de extrema emoción, ante las sonrisas de las personas, es de los pocos que aún cree en aquello que llamamos buena fe y ya nos hemos visto envueltos en madejas de desilusión y desengaño por su exacerbada candidez. Los más simples detalles lo apasionan como unos ojos negros, una mirada coqueta, la espera de un mensaje, un dibujo, una llamada, ¡hasta olores y sabores!, ayer cocinando una olla de arroz, me obligó a suspirar por el recuerdo de un día de verano lejos de casa. Tan desmedida pasión lo mantiene en un desequilibrio del que me burlo cuando no me jala con él, a veces exagera y se acomoda de tal manera en mi esternón, que me genera presión y hasta dolor en el pecho y se ha atrevido a formar nódulos en mi garganta que terminan en lágrimas, controla los sentimientos o al menos eso cree. Si él está feliz la trinidad salta de dicha, si está apachurrado nos lleva a todos al hoyo. Sin embargo, a pesar de parecer un tonto extralimitado es maravillosamente intuitivo y me comunica sus presentimientos con fuertes latidos que en ciertos momentos apenas me dejan dormir. Un completo inútil en cuestiones de razonamiento y autocontrol pero útil para recordarnos que existimos.

La antítesis es ella, aniquiladora de toda sensación. Paradoja en la vive porque es la creadora de todo mi universo interior conocido, incluso es quien envía remembranzas al corazón, la que permite los olores y sabores nostálgicos y sin más preámbulo es la que manda.  Si quiero mover tan solo un párpado debo pedirle permiso, si quiero cocinar ella me recuerda la receta, decide lo que queremos comer, hacia donde mirar, como vestirnos, es la creadora de todo y con todo no me simpatiza porque siempre me confunde, es cizañera, ambigua y aunque se crea equilibrada está loca de remate. Todo lo piensa, todo lo arma y desarma, es inteligente, culta, pero estúpidamente egocéntrica. Razona un beso, una sensación y cada atracción. Quiere saberlo todo, entenderlo, controlarlo y perfeccionarlo, íntima amiga del ego y oponente acérrima del corazón.

Y en el medio estoy yo, dependiendo de este par de zánganos en una relación simbiótica, sin ellos no vivo y viceversa. Momentos en los que ataca el corazón me causan poderosas sensaciones, o estoy extremadamente feliz o depresivamente sumida en un agujero oscuro sin salida. No me comprende, le pido que pare de sufrir, si es que la vida es una ilusión, una fantasía creada por nosotros tres y de nosotros solo depende la felicidad. Pero no, no he logrado controlarlo. Hay días que no me deja dormir, que no me deja caminar y que necesita abrazos, siempre necesita abrazos, es intenso y empalagoso. Cuando me dejo llevar solo por él hago locuras e insensateces, como besar a un chico que apenas conozco, saludar a desconocidos, agarrar mi mochila y dejar todo lo construido sin terminar, salir corriendo al primer lugar que se me antoja y en general vociferar muchas afirmaciones que me llevan a los más gratos momentos.

Con ella en cambio vivimos en luchas constantes, todo lo quiere poner en una balanza y me obliga a analizar los pros y contras de cada situación, nunca deja que me vaya a la ligera y que ande por ahí haciendo caso al corazón. Divaga y yo me siento a escucharla horas, se confunde, a todo le dice no porque tiene miedo, es tan racional que le da miedo correr, saltar, nadar, amar, volar, encuentra objeciones para todas las situaciones. También escribimos, pensamos, dialogamos, tomamos certeras decisiones, olvidamos, a veces me río de ella porque es distraída aunque su despiste nos ha inmiscuido en serias contrariedades. También es positiva y comparte momentos con él, pero otras veces se chocan y me obligan a buscar un equilibrio que pocas veces encuentro. ¿Con quién me voy? Debo preguntarme siempre, ¿con la cabeza o con el corazón?

Agradecida estoy de aquellos momentos en que somos una inmaculada y perfecta trinidad. Pocas veces ocurre este descomunal suceso, pero cuando las condiciones son apropiadas para tal efecto, todo es perfecto, armónico, es el encuentro de la felicidad misma aunque dure un micro instante. ¿Y cuándo sucede? Solamente en aquellos momentos en que el intuitivo corazón me susurra un camino a seguir, una decisión por tomar, una acción por hacer y yo impulsiva como él accedo, preguntándole previamente a la cabeza si está de acuerdo y ella dice: “Dejemos que pase lo que tenga que pasar, vivamos cada instante, liberémonos de los miedos, lancémonos a la vida y salgamos del circunloquio, es solo un instante de toda una vida lo que vamos a probar”. Entonces comenzamos a cantar juntos una canción que el corazón ama y la cabeza recuerda, escribimos párrafos de las sensaciones de él con recuerdos de ella, caminamos por donde al corazón le late con el mandato de las neuronas, probamos ese chocolate comprado impulsivamente que ella transforma en un dulce sabor acariciando mi lengua, le decimos al hombre de la sonrisa perfecta que lo queremos sin importarnos su reacción y pintamos imaginarios de mil colores que se convierten en realidades.

Cabeza, te agradezco por esos momentos de liberación, aunque al final creo que prefiero siempre la compañía del corazón, ¡es usted es muy obstinada!

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
Natalia Méndez Sarmiento

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