Creciendo Entre Glaciares

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El Chaltén, un diminuto pueblo conocido como la Capital Mundial del Trekking, fue el destino perfecto para nuestros planes preferidos de caminatas y contemplación. Al día siguiente de haber estado en el Glaciar Perito Moreno, tomamos un bus desde El Calafate y llegamos a las nueve de la mañana al terminal de El Chaltén. En la entrada al pueblo nos sugirieron diferentes senderos para hacer caminatas, algunos de pocas horas y otros de días enteros. Nuestra elección fue hacer una caminata que nos tomaba seis horas ida y vuelta hasta la Laguna Torre, para devolvernos el mismo día al hostal y huir de La Patagonia a regañadientes. Para regresar el mismo día, nos aconsejaron comprar el tiquete de vuelta antes de la caminata.

La ventanilla donde nos vendían los pasajes estaba cerrada, nos sentamos a esperar la apertura durante una hora, acompañados de suizos y alemanes que aguardaban un tiquete para tomar un bus a punto de partir e ir hacia El Calafate. Tanto ellos como nosotros estábamos perdiendo la paciencia, ellos porque el conductor amenazaba con dejarlos y nosotros porque estábamos perdiendo tiempo para la larga caminata que nos esperaba.

Una hora y media después aparece al fondo de la oficina un hombre joven tomando mate, con un tufo que se podía oler a metros de la ventanilla y los ojos rojos. Abrió el local, pero se quedó  disfrutando momentos de romance junto a su novia. Todos en la fila los mirábamos fijamente con impaciencia. Unos segundos después le pregunté con fastidio si nos iba a atender, con desgano preguntó quiénes se iban a subir en el próximo bus ya que a ellos los atendería primero. Los suizos hicieron la fila y por alguna razón, tal vez por pelear primero me atendieron a mí. El tipo se demoró una cantidad ridícula de tiempo revisando el computador, Rodrigo solo lo miraba con desespero.

– ¿Qué te pasa a vos? – le replicó a Rodrigo.

– Nada.

– ¿Nada?, yo le explicó que pasa – le dije. –Llevamos una hora y media esperando que usted llegue y cuando aparece no nos atiende.

No sé si los suizos comprendieron lo que dije, pero mi tono de voz les dio a entender que estaba peleando así que se unieron lo cual me causó una pequeña satisfacción. Finalmente con mala gana, el tipo me entregó los tiquetes y se retiró. Uno de los suizos golpeó la ventana para que le vendieran sus pasajes y el diálogo siguiente fue tan descarado que en ese momento no supe si abogar por ellos civilizadamente, ya que me había convertido en su líder durante segundos, insultar al que atendía, o echarme a reír por su “caradurez” – adjetivo que utilizan los argentinos para describir a una persona sin vergüenza -.

-No me hinches las pelotas, ¿no ves dónde estamos?- dijo el que atendía.

– Necesito un ticket, no entiendo lo que dices. Ticket.

– No tickets para vos, mirá a ver cómo te vas – Le dijo, cerrándole la ventana en la cara.

Peleando y defendiendo a los suizos, me fui de la absurda escena porque el tiempo de trekking se agotaba.

Comenzamos la caminata desde el pequeño pueblo entre la cordillera, subiendo una empinada pero pequeña montaña con piedras y raíces de algunos árboles que nos hacían tropezar. Al llegar a la cima, el terreno se convirtió en una planicie desde la que podíamos ver picos nevados, entre estos el monte Fitz Roy, una montaña de 3400 metros de altura en el límite entre Chile y Argentina, una suerte haberlo visto, por lo general está oculto tras la nubes. A medida que caminábamos, el sendero se hacía más fácil y hermoso, nos adentramos en bosques de pinos y árboles amarillos, caminos empedrados bordeando un río y miradores naturales desde donde podíamos apreciar las montañas nevadas. El clima fue intermitente durante el día, por momentos el viento helado y la lluvia me obligaban a utilizar la chaqueta y minutos después  el sol se asomaba y el poco calor me obligaba a despojarme de mi abrigo. Al llegar al final del sendero, entendí que el paisaje del Lago Torre con trozos de hielo a la deriva resguardando el glaciar Torre al fondo, pagaba las tres extensas horas de caminata y cualquier sacrificio, dolor, angustia o miedo que sintiera en ese momento o en cualquier otro.  Estuvimos sentados dos horas escuchando el silencio de las montañas y discutiendo nuestro siguiente paso en el viaje. El_Chaltén_Cuentos_De_Mochila

Se suponía que ya la decisión de partir era inminente, pero enfrentarnos a estos lugares nos hacía repensar si habíamos hecho lo posible por seguir conociendo o debíamos esforzarnos un poco más. Teníamos dos opciones, la primera, cumplir el objetivo del plan cuando tomamos rumbo a La Patagonia, llegar a Ushuaia, el fin del mundo. Esto significaba algunas horas de viaje hasta Chile y allí tomar un ferry que atravesara el océano para llegar a la provincia de Tierra de Fuego nuevamente en Argentina. No eran muchas horas de viaje pero si eran 200 dólares por persona, más el valor que pagábamos del hospedaje triplicado. En varias ocasiones, escuchamos mochileros y turistas hablando de Ushuaia como un pueblo común, con el único atractivo de tomarse la foto en el faro del fin del mundo. Sin embargo era un objetivo que me había planteado y la satisfacción de cumplirlo me nublaba la mente, situación que no aquejaba a Rodrigo, ya que su obsesión por llegar a la meta no era comparable con la mía.  La segunda opción, era llamar a nuestra familia adoptiva (amigos) en Buenos Aires, quedarnos allí unos días y partir hacia Uruguay, lo que significaba recorrer más de 2000 kilómetros que podíamos hacer a dedo, aunque nuestra experiencia nos indicara que tal vez nos rendiríamos antes de empezar, o quedarnos en una iliquidez abrumadora y gastarnos los últimos 500 dólares en un pasaje de bus que nos llevara a Buenos Aires.El Chaltén Cuentos De Mochila¿Qué hacer? Estábamos en el dilema de cumplir un sueño, de ser guerreros y arriesgarnos para llegar al objetivo, o ser sensatos y prudentes. No fue una decisión fácil de tomar, el ego y el orgullo se interponían en las decisiones. Si ya habíamos dicho que llegábamos a Ushuaia, allá teníamos que llegar, nuestros amigos y familiares estaban esperando que les enviáramos una foto desde el fin del mundo.

Cada experiencia en el viaje hizo parte importante de mi metamorfosis; repensarme cada cierto tiempo no era fácil, a veces me sentía abrumada y asustada sobre todo al darme cuenta que tal vez llevaba 26 años equivocada, viviendo para complacer a los demás relegando mi propia felicidad. Tras pensarlo una y otra vez, fui entendiendo que era yo quien estaba viviendo las circunstancias y era libre de tomar mis decisiones, que ser guerrera, luchar por mis sueños y alcanzar mis objetivos no significaba que debiera meter la cabeza hasta hundirme y ahogarme, que aprender a decir “no” es en ocasiones sensato y prudente y que se necesita valor para abandonar el ego y la testarudez. A pesar de darme cuenta del error que cometía esperando complacer a todos, no era fácil salir de la costumbre de preguntar si lo que hacía era correcto y justificarme por mis acciones. Por eso pedí consejos a mi tía y la respuesta me llevó a decirle a Rodrigo que compráramos un tiquete a Buenos Aires porque entendí entre glaciares que así es como se aprende, viviendo.

“Esas decisiones hacen parte de la belleza de la libertad que te estás atreviendo a vivir y no es tan fácil, ¿cierto? Uno sigue tendiendo a “cumplir las metas propuestas”, a “llegar a los objetivos que planeó”, o sino “debería sentirse frustrado” o, lo que es peor, “los otros (papá, mamá, amigos) van a pensar que no cumplimos”, y cuando eres capaz de decir hasta aquí o no me provoca seguir por la razón que sea, aunque no parezca correcto, estás dando pasos inmensos hacia SER de verdad tú misma y no a INTERPRETAR el papel que te “tocó” vivir.

Y conste que eso lo he aprendido, en gran parte, de mis “frustrantes hijos” que no han cumplido ni un 10% de lo que se “esperaría” de ellos pero han dado más del 100% como seres humanos hermosos (…) tratando de ser felices a su medida y antojo. (…) Ya te la has gozado como loquita y te esperan los demás países preciosos: Uruguay pinta lindísimo y Perú y Ecuador son maravillosos. Pero el más precioso sigue siendo Colombia y te espera con los brazos abiertos para foguearte sobre lo que aprendiste. ¡Qué maravilla! No me alcanzo a imaginar cómo será la vuelta a la rutina, qué apasionante.”

Te amo montonones. Martucha.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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