Hoy nos sentamos a almorzar. Re cocina delicioso, hace muchos meses no probaba sus comidas especiales con ingredientes mexicanos que desconozco. El trabajo absorbía tanto su tiempo que apenas llegaba con ganas de cortar un banano, ponerle dos cucharadas de yogurt y, si no tenía sueño, se agachaba por el frasco de cereal.
Ahora que el tiempo va lento y las ocupaciones obligadas disminuyeron, volvimos a sentarnos juntos en la mesa, regresaron los platillos con mucho picante, las verduras frescas a los platos y las charlas sin finales azarosos: «luego me cuentas, corre que se te hizo tarde».
En el plato hubo arroz, maíz, zanahoria, espinacas y aguacate. Era una montaña muy bien armada de los ingredientes con salsa casera de limón y chile serrano. En el vaso de vidrio, con hielo, había agua de panela fría con gotas de limón. Hace un año mis papás nos visitaron y trajeron a México un bloque de panela que ha aguantado cuatro estaciones.
Los almuerzos de estos días han sido sencillos. Para pasar la cuarentena con los ahorros hemos tenido que moderarnos y distribuir la comida, volver a lo simple. Y así como han sido sencillos también especiales y únicos, pues jamás habíamos almorzado en circunstancias como estas.
Estoy acostumbrada a los panes baratos con queso (del más barato también) y tomate. Viajando siempre fue así, para ahorrar no compraba yogurt, ni panes multigrano, ni ningún queso que valiera su precio como un mozzarela. Así que no me siento con hambre, no me aterra pensar que comeré pasta al burro todos los días.
Por supuesto que extrañaré en esta cuarentena la leche de almendras, los huevos revueltos con más queso que huevo y los panes de Das Brot, una panadería alemana donde venden unos bollitos veganos de pan por 10 pesos mexicanos cada uno (50 centavos de usd). Pero no me importa, mis niveles de nena consentida (si, a veces se me sale), son iguales e incluso menores a mis niveles de fuerza mental y física. Disfruto espiritualmente la escasez material, pues es el mejor momento para darme cuenta que soy abundante, que somos abundantes sin importar la cantidad de dinero o de cosas que tengamos.
Las situaciones extremas nos llevan a valorar lo que teníamos y lo que tenemos. Al ver la montaña de arroz quise comerla pero me detuve. Aunque nunca lo hacemos, sentimos que era el día para agradecer antes de la primera cucharada.
Gracias porque tenemos arroz para todo el mes. Es una fortuna que, aunque el mundo esté aparentemente detenido, tengamos como comer. Gracias por el dinero ahorrado para sobrellevar esta crisis. Por tener una casa donde refugiarnos hasta que todo pase. Por la terraza para salir a respirar y ver el azul del cielo, el brillo del sol y las manchas de la luna.
Gracias porque nos estamos reconociendo entre seres humanos. Porque nos estamos escuchando y viendo a los ojos para hablar. Gracias por tener a alguien con quien compartir estos días de incertidumbre. Porque volvimos a tener tiempo para cumplir auto promesas, para llevar a cabo eso que siempre quisimos empezar: hacer ejercicio, aprender un idioma, ver una película sin dormirnos, meditar, cocinar, escribir, pintar.
Lloré de nuevo, ayer les conté que la alexitimia no es lo mío. Hay personas hoy que no pueden comer, algunos no tienen ahorros y están contando los últimos centavos, muchos están llorando a sus muertos a la distancia, otros están solos, hay miles que se encuentran lejos de su país y no tienen refugio. Lloré de tristeza y de alegría, me siento feliz por lo que tengo. Gracias, mil y mil gracias a la vida.
Yo soy abundante, ustedes también. Cuando se sientan apabullados por la zozobra, agradezcan por algo, lo que se les ocurra, entre más agradecimientos hagan, más fácil se les hará sonreír.
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Idea #3 para no enloquecer en esta cuarentena:
Meditar. Es una manera de reconectarse y no perderse entre la bruma de información y miedo. Hace poco encontré esta meditación que les quiero compartir, pues está hecha a la medida de esta cuarentena.