¿Era San Martín o La Comarca?

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Mi memoria se embelesa al recordar la despedida de Mendoza con un cielo espectacular que podía ver a través del cristal del bus. El atardecer se presentaba con un amarillo brillante que intentaba ganar la lucha contra las nubes negras que hacían caer delicadas gotas de agua imponiéndose en el cielo; en el horizonte, se veían pastizales amarillos por el sol, reflejando una especie de rocío en medio de la inminente oscuridad, y en la mitad, un arco iris. Un paisaje surreal que hablaba desde el brillo de la estrella hasta la amenaza de la tormenta. Yo solo veía por la ventana este espectáculo de la naturaleza mientras iba camino al destino inicial, ese que me hizo soñar y me tenía en un bus recorriendo Argentina, La Patagonia.

Fueron muchas horas para llegar a Neuquén, solo hasta las siete de la mañana del día siguiente llegamos a este pueblo en el que nos recomendaron no quedarnos, allí lo único que podíamos conocer eran los casinos, al parecer muy famosos en el lugar. Jamás he entrado a un casino, Rodrigo tampoco y no nos apetecía llegar a un pueblo a hacerlo por primera vez, así que apenas arribamos al terminal nos despejamos un poco, estiramos las piernas que después de un viaje tan largo llegan a incomodar e inmediatamente compramos un pasaje hacia San Martín de los Andes. El viaje duró por lo menos siete horas más con un camino aburrido, el paisaje no cambiaba como ya nos había sucedido en otros trayectos por las rutas argentinas pero fue emocionante por fin empezar a ver la cordillera nevada, nos estábamos acercando a la Patagonia y eso era motivo suficiente para olvidar las horas incómodas en un bus.

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El clima iba cambiando gradualmente, en Mendoza, hubo días que no aguantábamos el calor, la ropa se pegaba al cuerpo y sentíamos casi una imposibilidad para movernos, el sol abrazador nos quemaba y siempre buscábamos la sombra, salíamos a caminar en falda, pantaloneta y camiseta y aun así era desesperante. Por el contrario cuando llegamos a San Martín de Los Andes a las seis de la tarde, debimos colocarnos chaquetas de invierno, bufandas y gorros, el viento soplaba helado y las manos por fuera de los guantes se enfriaban en cuestión de segundos.

Empezamos a caminar con nuestras maletas buscando algún lugar donde nos dieran información sobre un hostal. Solo andando un par de cuadras ya veía que este pueblo era un sueño, se parecía a la Comarca donde viven felices los hobbits o tal vez a un lugar sacado de alguna película de Tim Burton. Para nuestra felicidad esta descripción también correspondía al hostal donde nos hospedamos, era un lugar escondido entre árboles, ramas y flores, construido en piedra y madera, acogedor, romántico y perfecto. Esperé con ansias que pudiéramos quedarnos infinitas horas allí. Tomamos una habitación compartida, la más hermosa en la que me haya quedado, todo era en madera y las camas eran acogedoras con colchas gigantes para evitar el frío y calentadores para el invierno. Cuando recuerdo este lugar solo pienso en algo cálido, incluso lo recuerdo todo amarillo aunque no lo fuera.

Ese mismo día salimos a dar una vuelta, el frío era muy fuerte y aún a las siete de la noche el final de la luz no llegaba. San Martín de los Andes es muy pequeño, en un par de horas es posible hacer un recorrido del pueblo. Hacia donde se mire está la cordillera nevada que se esconde tras árboles frondosos en la primavera, intentaba imaginar cómo sería aquel lugar en el otoño con las hojas secas sobre el piso y los árboles coloreados como el sol; en el costado sur, cuando termina el pueblo y se encuentra la ruta para ir hacia Bariloche está el inmenso lago Lácar, con una playa de arena blanca y el agua helada en contacto con el viento frío que baja de la cordillera. Allí comienza la Ruta de los Siete Lagos que termina con el Nahuel Huapi en Bariloche, son casi 100 kilómetros de recorrido entre las montañas, la nieve y los lagos.

San_Martín_de_Los_Andes_ Cuentos_De_MochilaDurante los siguientes días nos dejamos sorprender por el lago Lácar desde los miradores. Una mañana tomamos el sendero hacia uno de ellos, el Bandurrias,  por una montaña tapizada con hojas de coníferas donde los árboles parecían solo parar en el cielo y la aventura estaba en cada paso. Lodo, caminos equivocados, obstáculos de árboles caídos, abejas gigantes que parecían salidas de un cuento para niños y resbalones por la humedad de las hojas. Al llegar a la cima, buscamos una piedra para sentarnos y contemplar el lago que desde la playa parecía tan pequeño como el pueblo, pero desde arriba me dejaba sin palabras. Me tomé un tiempo para entender la inmensidad del Lácar que se perdía en el horizonte bajo las montañas con poca nieve por la próxima llegada del verano. Fue el frío el que nos hizo bajar después de largos minutos e ir a trabajar para poder seguir sorprendiéndonos con el mundo.

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Con la energía recargada y las ganas de no partir, llegamos a la feria del pueblo ubicada en la plaza central. Como en todas las ferias de artesanos nos hicieron fiscalización y comenzamos a darnos cuenta que en el sur el panorama se complicaba. En esta ocasión, como nunca nos había sucedido, nos permitieron exponer solo la mitad del parche. Algunos artesanos son extremadamente puristas y no aceptan ningún material que no haya sido trabajado con la manos, incluso los ganchos de los aretes debían ser fabricados por nosotros. Con unas cuantas manillas regadas sobre una tela como si fuese agosto en Plaza Francia, nos dispusimos a vender con la actitud que requiere sonreír y ser amable en medio de una feria fantasma y de la temperatura rozando los números de un solo dígito. Sin embargo el esfuerzo no fue suficiente, parecía que los turistas no estaban enterados de la existencia de este bellísimo pueblo y nadie pasaba por allí. A pesar de las señales indicativas de partir pronto para que los ahorros aguantaran, nos obstinamos en quedarnos y nos hicimos los sordos por varios días, estábamos enamorados de cada detalle de ese lugar. Intentamos otras maneras de vender que no fuera en la feria y de conseguir algún trabajo temporal en algún restaurante pero no fue posible.

Insatisfechos pero conscientes del dinero que teníamos y no podíamos gastar de más, tomamos nuestras maletas y subimos a un bus que recorría la Ruta de los Siete Lagos hacia Villa la Angostura. Ya comenzábamos a sentir La Patagonia en el corazón y en el bolsillo.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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