Nuestro bienestar corpóreo y cerebral, se vio retribuido en el trayecto desde Uyuni a Oruro, lugar al que llegamos a la madrugada para buscar transporte hacia La Paz, a diferencia de anteriores travesías en Boliva . No podría decir exactamente si fue la preparación mental, el cansancio por no haber dormido bien durante tres días o si realmente la carretera era mucho mejor que la de Tupiza a Uyuni pero pudimos dormir en el recorrido.
Llegamos a La Paz a las siete de la mañana, los pasajeros y el conductor del bus estaban desesperados porque era domingo y había una maratón en la ciudad por lo que las vías estaban cerradas y todo era un caos. Nos bajaron en medio del embotellamiento y quedamos totalmente perdidos, no sabíamos hacia qué lugar ir, ninguno de los cinco (nuestros compañeros de excursión en Uyuni) había estado en La Paz, bueno, de los seis, porque una japonesa realmente asustada que viajaba sola desde Uyuni y no hablaba español, se mantuvo pegada a nosotros desde las cinco de la mañana en el terminal de Oruro y nos pidió que no la dejáramos sola sin importar si nuestros destinos no coincidían. Comenzamos a preguntar cómo llegar al centro de la ciudad para buscar un hospedaje pero nadie nos daba razón, o nos ignoraban o nos confundían más. Estuvimos dando vueltas durante una hora hasta que hicimos el descubrimiento más ridículo de nuestra estadía en Bolivia, resulta que no estábamos en La Paz. ¿Cómo era posible? Pagamos un bus que nos llevaría directamente a la capital y el conductor nos había bajado diciéndonos que habíamos llegado a destino. ¿Dónde estábamos entonces?, la respuesta salió de la boca de un turista: en El Alto a las afueras de La Paz. Todavía nos faltaba camino por recorrer.
Una vez supimos entre risas cuál era nuestra ubicación en el planeta, intentamos conseguir un taxi que nos dejara en la ciudad porque los buses no podían entrar, sin embargo nadie nos quería llevar, no querían hacer parte del trancón monumental que se estaba formando a causa de los cierres y quienes se ofrecían a hacerlo nos cobraban una cantidad absurda de bolivianos. Después de un largo rato dando vueltas y preguntándonos como llegar, encontramos un hombre con una van que podía transportar varios pasajeros y nos dio un precio razonable. Decidimos tomar esa opción, pero en el momento de subirnos al auto mágicamente el costo del pasaje se elevó por alguna excusa que ni entendí, como era común que sucediera en Bolivia.
Ninguno le siguió el juego al hombre, salvo unos cuantos japoneses con quienes nuestra nueva compañera feliz y tranquila se subió pagando lo que fuere que cobraran. Nos dispusimos a emprender la búsqueda de otro medio de transporte pero el dueño de la van al ver nuestra determinación de irnos nos persiguió y nos pidió que tomáramos su servicio por el precio inicial. Se dio cuenta que no era tan fácil “tumbarnos”, tal vez porque somos latinoamericanos y hablamos el mismo idioma y con eso no me refiero al castellano.
Llegamos un par de horas después a La Paz, los mexicanos decidieron quedarse ya que era su último destino menos el de Gonzalo que llegaría hasta Lima pero él también quería conocer la ciudad. Le propuse a Rodrigo que nos quedáramos unos días pero después de horas de trancón y el caos que pareció La Paz cuando la vi ya no me entusiasmó estar allí, prefería buscar destinos naturales y estábamos a pocas horas del Lago Titicaca, así que nos despedimos y tomamos un bus hacia Copacabana. El viaje era de cuatro horas y ya estábamos agotados, desde el momento en que llegamos a Uyuni, hacía ya cinco días, no habíamos tenido tiempo de descansar un solo minuto, de dormir tranquilamente en un lugar y de no alistar maletas todos los días para partir. Necesitábamos un descanso y esperábamos que eso fuera Copacabana.