Cuando finalizó mi primer viaje mochilero tenía claras dos cosas: quería volver a la ruta, pero jamás lo haría sola. Me parecía una insensatez enfrentarme a la incertidumbre, las incomodidades y los tropiezos de un viaje sin compañía.
Tras hacerme a la idea de abandonar una vez más mi casa y sus pendientes, comencé a trabajar en la manera de alcanzar un nuevo destino buscando a su vez un alguien como parte imprescindible del plan. Sin embargo hubo un factor que truncó mi idea, un viaje mochilero sin fecha de regreso no es un planteamiento común del colectivo, así que la segunda cosa que tenía tan clara se desvaneció.
Paulatinamente mis allegados se fueron enterando de mi nuevo viaje, la respuesta a la pregunta del millón ¿con quién te vas? les parecía aterradora. Escuché desde consejos de quedarme en casa, risas nerviosas que apuntaban a mi locura, comentarios desatinados y machistas como “consíguete un novio para que te cuide” y hasta gritos que señalaban mi imprudencia. Pero siempre pensé, que si me quedaba esperando a quien quisiera acompañarme se me iba a pasar la vida.
Con eso como premisa compré un tiquete de avión y me aventé sola a la aventura. Algunos me despidieron en el aeropuerto, muchos menos que en el primer viaje hacia Buenos Aires, porque ya habían dejado de ser una novedad mis planes mochileros y se habían convertido en disparates de una mujer que a pesar de los 28 no sienta cabeza.
Una vez atravesé la barrera de migración, tuve la sensación de ser por primera vez absolutamente responsable de mí y libre de tomar decisiones, desde comprar o no un café, hasta seguir caminando al avión o devolverme a casa. Fue placenteramente abrumador, la soledad que deseaba con ahínco cada tarde encerrada en mi cueva escuchando música, había llegado.
Sin embargo poco a poco la sensación placentera se fue degradando hasta convertirse en miedo. Si hubo un momento en el que lo sentí, fue cuando llegué al aeropuerto de Panamá. Francamente me di cuenta que estaba sola entre un río de gente que no me dirigía ni la mirada. Con un nudo contenido en la garganta y los ojos encharcados pero sin derramar ni una gota, pasé mi mochila por la aduana y me paré frente a las puertas de salida incapaz de atravesarlas. Me senté en el suelo porque no había donde más y busqué con desespero a un amigo por Skype, quien con paciencia me escuchó y me alentó a enfrentar el miedo, mientras yo derramaba lágrimas por doquier y me arrepentía de haberme aventado al vacío dándole la mano no más que al viento.
Me han dicho que se necesita corazón de acero para viajar sola, pero ha quedado demostrado que una llorona envuelta en una madeja de miedos como yo, también puede hacerlo. Me ocurre a menudo que el miedo me ataca pero no me paraliza, cuando todo sale al revés o cuando me siento perdida mi reacción es reconfortantemente histérica. Lloro, lloro tanto que termino por aburrirme, entonces miro hacia mi interior y me río del melodrama, me levanto, me limpio las lágrimas y actúo. Esa fue mi primera lección viajando sola, depende solo de mí encerrarme en mi angustia o darle la cara a la vida. Esa tarde en el aeropuerto de Tocumen enfrenté el miedo, me sequé hasta la camisa llena de lágrimas y pasé las puertas del aeropuerto. Las consecuencias de mi supuesta insensatez han sido asombrosas.
MIEDO 1
ENFERMARME
No tengo un cuerpo resistente a la enfermedad. Si hay un virus en el hostal, a mí me ataca; si como algo diferente a lo habitual, me duele la panza; si todos tienen gripe, fui yo quien los contagié. Con esa previa iba asustada de mi propio cuerpo y sus arrebatos, ya me imaginaba sola sin poder levantarme de la cama a preparar un té.
La primera vez que me enfermé fue en Ciudad de Panamá. Un día amanecí sin aparente explicación con todos los síntomas de un virus, o una intoxicación, o una indigestión… nunca supe el diagnóstico porque no pagué por un doctor. En todo caso no podía levantarme de la cama y la fiebre me dormía, sin embargo siempre tuve un té en mi cama, paños de agua fría en la madrugada para bajarme la fiebre, remedios en la mesa traídos de la farmacia, infusiones y alimentos curativos, consentimientos reconfortantes, e incluso, mis artesanías se vendieron mientras yo estaba en la cama durmiendo. Hacía pocos días había conocido a tres viajeros que me cuidaron como si fuesen mis amigos de toda la vida.
Pensé que esa vez había sido cuestión de suerte haberme enfermado en ese lugar y rodeada de aquellas personas, pero unos meses después durmiendo en Costa Rica me picó un alacrán y tampoco estuve sola. Mi compañera de habitación con quien hasta ahora nos estábamos conociendo, no paró por un segundo de estar pendiente de mis síntomas por si fuese alérgica llamar a una ambulancia de inmediato, y no durmió ayudándome a mantener compresas frías en la nevera para evitar el ardor.
MIEDO 2
LAS FRONTERAS
Hay mitos acerca de cada paso fronterizo e historias reales de “esto le sucedió al amigo de un amigo”. Son comunes los relatos de largas estancias en las fronteras, deportaciones, retenciones en la aduana y otros más. Como si fuera poco, a las historias se suma mi pasaporte colombiano y la ignorancia de la generalización. Nunca me esperé el elevado nivel de discriminación en Centro América con los colombianos, tenemos paso pero con restricciones y condiciones, muchas más que para los ciudadanos de otros lugares del mundo, así que cada nueva aduana es todo un martirio.
En Costa Rica los colombianos tenemos visa restringida y solo nos dan 30 días para visitar el país, pero como 30 días son pocos, me dispuse a hacer lo que hacen muchos pero no es común entenderlo hasta que se viaja: pasar la frontera y devolverse para adquirir otros 30 días.
Tomé un bus a las 6 de la mañana en Santa Teresa, sola, para llegar al ferry que atraviesa el Golfo de Nicoya, tomé otro bus en Puntarenas y me bajé a esperar otro en el Cruce de Barranca. Al medio día, en el Cruce, un lugar donde la carretera se bifurca hay un paradero, nada más, allí me fui a hablar con un hombre que vendía tiquetes para un bus directo a Nicaragua.
El tipo me indicó las sillas libres y me pidió el pasaporte. Fue indiscutiblemente una desagradable sorpresa cuando me dijo que no podía subirme por ser colombiana. Alegué argumentando que tenía los papeles en regla, sin embargo ese no era su interés sino el retraso que generaría al bus por la exhaustiva revisión que en la aduana me harían, ya que los colombianos siempre cargamos cocaína en la maleta, literalmente me lo dijo. Con la sangre hirviendo pero sabiendo que comentarios como este solo parten de la falta de conocimiento, le arrebaté mi pasaporte y me senté a esperar otro bus. Una mexicana se acercó al conductor y se llevó la misma desagradable sorpresa que yo, a los argumentos que le dieron el conductor agregó: “usted me entiende, es que todos los mexicanos son narcotraficantes”. En medio de alegatos y desconcierto, el tipo llamó a la frontera y le autorizaron dejarnos subir.
En la aduana todos los pasajeros fueron revisados menos nosotras dos porque nos distrajimos cambiando dinero, así que la suposición del conductor quedó reducida a una simple estupidez. Ante el ridículo que había hecho, se convirtió en un amable hombre. ¿A dónde van? nos preguntó, ninguna de la dos tenía una mínima idea del destino, así que en cuestión de segundos decidimos que nos íbamos juntas para Granada. Isadora y yo, no nos separamos las siguientes 12 horas.
El regreso madrugado hacia Costa Rica fue sin ella porque su viaje terminaba en Nicaragua, pero conocimos en la noche a Juan, un argentino que estaba haciendo lo mismo que yo y nos hicimos amigos en el camino de regreso. Sin preverlo, hice dos nuevos compañeros de viaje, una que me invitó a su casa en Veracruz cuando llegue a México, y otro que me invita cada tanto a un rico crep con Nutella que prepara en su restaurante en Santa Teresa.
MIEDO 3
QUEDARME SIN DINERO
Entre tantas cosas que dije en su momento acerca de viajar sola, me prometí que solo lo haría si tenía el dinero suficiente, pero resulta que nunca he ganado un salario para un gran ahorro.
Conociendo de antemano que podía hacer el dinero en el camino, decidí, superando otro miedo y rompiendo promesas basadas en este, hacer artesanías para vender. Iba muy segura, los primeros meses anduve vendiendo por las calles de Panamá para poder seguir mi camino y funcionaba, lo que nunca me imaginé, es que la policía panameña me fuera a quitar todas mis artesanías por estar ejerciendo una actividad ilegal, lo que significa que estaba trabajando aun teniendo entrada de turista.
Al principio el miedo 3 no me dio miedo, soy obsesivamente ahorradora y siempre guardo para momentos como ese. Sin embargo una semana después cuando conté el dinero que me quedaba para irme a Costa Rica, me asusté, pero pensé que al cambiar de país la energía cambiaría y me recuperaría económicamente. Con el positivismo en un su máximo nivel llegué a Puerto Viejo, positivismo que quedó reducido a cero cuando me di cuenta que no paraba de llover y no había manera de vender.
Ahí, de verdad me asusté, pero no podía sentarme a llorar y hacer el consabido show depresivo… igual lo hice, siempre es mi previa al gran salto. Una vez más, conté con ayuda de una amigo. Él, se comunicó con una amiga en otro lugar de Costa Rica y le pidió que me dejara quedar en su casa unos días. Así llegué con mis últimos 35 dólares a Santa Teresa, pero no fueron poco porque durante 15 días tuve estadía gratuita. Sin lugar a excusas, entré restaurante por restaurante y hotel por hotel buscando un trabajo, 3 días después a falta de uno tenía dos y pude no solo vivir, sino ahorrar para continuar mi viaje.
MIEDO 4
NOSTALGIA EXTREMA
Los primeros días de viaje me choqué con mi tristeza, y a veces los segundos y a veces estos últimos días también. Son momentos que se presentan tras alguna dificultad, una fecha especial, un recuerdo, una despedida, que por cierto son muchas durante un viaje, a veces esos instantes me punzan el pecho y comienza un interrogatorio interno acerca de porque estoy aquí, sola, pudiendo estar en otro lugar más seguro y acompañada.
Los atardeceres solían ponerme nostálgica, hasta que aprendí a disfrutar ese y cada momento desapegándome del pasado.
Es normal, extraño a mi familia, a mis amigos, mi hogar, incluso extraño mis deberes y tengo cientos de apegos, pero cuando miro a mi alrededor y veo que estoy en otro lugar, conociendo personas, viendo increíbles atardeceres, trepando montañas, compartiendo una parrillada, olvidándome del tiempo, caminando en una playa, viendo paisajes a través de la ventana de un bus, tomando decisiones y experimentando la libertad de vivir este instante sin obligarme a pensar en el siguiente, la nostalgia se pierde, a veces no se va tan rápido pero la vida sin sensaciones no sería vida.
Además, hace 30 años una llamada a casa costaba un día de hospedaje y una carta a veces llegaba mucho después del propio regreso. Ahora existe Whatsaap, Facebook, tarjetas de llamada internacional, Skype y los paraísos sin wifi cada vez son menos, así que un arrebato de nostalgia está a cinco pasos de ser sanado en el próximo ciber café.
MIEDO 5
SEGURIDAD
Los seres humanos vivimos con miedo alimentado por los medios masivos de comunicación. Robos, violaciones, asesinatos, terrorismo, masacres… Todo el tiempo nos bombardean con esa información. Yo opté hace un tiempo atrás por dejar de ver las noticias, porque me di cuenta que desayunaba y me atragantaba con mi plato de fruta escuchando cada historia de terror, salía paranoica a la calle, con rabia, odiando a la humanidad, escupiendo odio y fastidio fundamentado en el temor.
Cuando uno viaja se da cuenta que el mundo no es tan malo, de verdad no lo es. Me doy cuenta que la paranoia ante los acontecimientos diarios es extrema, un día la cocinera del restaurante donde trabajé en Costa Rica, me dijo que yo estaba loca de remate por dormir en un camping, ya que en la noche se podría meter un hombre con un cuchillo, violarme, matarme o robarme todo. Al final ella misma se rió ante mi mirada estupefacta y me dijo “bueno, puede que la loca sea yo”. NO quiero decir con esto que me crea viviendo en un mundo perfecto donde todos corren como Heidi por la pradera y sonríen, porque la verdad es que vivimos en un lugar bastante hostil, lo maravilloso de salir de la cuatro paredes de cemento y el televisor es darse cuenta que no es lo único, también hay personas que te prestan su casa, que te regalan un plato de comida, que te abrazan si lo necesitas y que definitivamente no quieren entrar a tu carpa con un cuchillo.
La sensatez es indispensable para no poner en riesgo la integridad, pero no solo es en el viaje, es en la vuelta de la esquina cerca de mi casa. No hay porqué pensar que no podemos viajar solas, somos muchas mujeres que lo hacemos y hemos encontrado maravillas en el camino; también es cierto que el machismo impera en el mundo pero no nos podemos dejar apabullar y mucho menos justificar que no hemos podido cumplir nuestros sueños porque no tenemos un hombre que nos acompañe en el viaje.
LAS CONSECUENCIAS
Darme cuenta que siempre hay alguien dispuesto a ayudar, que se crean pequeñas familias pasajeras pero incondicionales. Que hay miles de andariegos solitarios en el camino con quienes intercambiar historias y hacernos compañía.
He aprendido sobre la verdadera independencia cargada de responsabilidad. Viajando de mi mano no hay cabida para las indecisiones, los caprichos o la timidez. Cuando llegan los tiempos difíciles solo se puede hacer algo: actuar. He aprendido a valorar todo aquello que dejé, los momentos con mi familia, las copas con mis amigas, mi cama caliente y hasta la cocina equipada.
He conocido facetas de mí que estaban escondidas. He descubierto hasta donde puedo llegar, he aprendido a reconocer mis límites, a tomar decisiones, a no quedarme paralizada esperando soluciones. He descubierto cosas que no sabía que me gustaban, otras que no sabía que tanto me disgustaban. Cada día me preocupo menos por lo que vendrá mañana y me río con sorpresa por lo que me pasa hoy. He aprendido a burlarme de mis arrebatos y mis errores porque no trascienden como hechos perjudiciales, sino como aprendizaje.
Viajando sola, perdí el miedo a viajar sola.
6 comentarios en “¡Mujer Viajando Sola!”
Que buen artículo! 🙂 después de superar los miedos que vengan muchas aventuras mas!!!
Hola Luis!!! gracias 🙂
De ahora en adelante no quiero dejar de viajar
Me cuso muchisima curiosidad tus artesanias…que son exactamente?
Hola Angie.
Las primeras artesanías que se ven en la foto, con vinchas de un material que se llama hilaza, y están tejidas con aguja. El resto, son accesorios como pulseras, collares, tobilleras y separadores de libros, elaboradas con mostacillas (chaquiras).
Gracias por el interés. Si necesitas alguna, recuerda que están a la venta y me ayudarías a continuar el viaje.
Un abrazo
Natalia, me encantaron tus palabras en este texto porque me siento muy identificada con dos puntos: la seguridad y las fronteras. Durante mis viajes han existido ocasiones en las que el «estigma» de ser una mujer colombiana me ha amedrentado. Uno no puede escapar de los malos comentarios, ni en los países del mal llamado primer mundo, pero no tiene por qué dejarse llevar por el odio que cargan tantos seres violentos que habitan el planeta. Gracias por escribir esta entrada, un abrazo y muchos éxitos. Saludos desde Cali.
Hola Erika
Gracias por tu interés en el blog 🙂
A veces es difícil explicar a las personas la dificultad doble de ser mujer, además colombiana, para viajar por el mundo. Me da gusto que te sientas identificada, aunque me molesta que tengamos que vivir con el yugo de los estereotipos. Sin embargo, nosotras debemos ser las embajadoras como mujeres y como colombianas, para que poco a poco estos estigmas se vayan borrando.
¡Un abrazo!