El momento de decir adiós

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Corren mis días escoltada de sutiles sonidos susurrándome al oído, provenientes de mil direcciones pero inconstantes. A lo largo de mi vida me ha ocurrido varias veces, casi siempre se esfuman aunque a veces continúan, tengo el recuerdo de poderlos apaciguar con el rasgueo de mis dedos a una guitarra, con tinta derrochando palabras que provienen de mis sentidos, con los baches de un largo camino al compás de un blues o cuando simplemente me rebosan hasta el alma los pequeños instantes del ahora. Sin embargo los últimos días sin remedio, se ha perdido la sutileza del sonido entre insoportable constancia y fugaces pero ensordecedores chillidos, no sé cómo he permitido que atraviesen mis oídos y continúen su marcha en el viento sin elaborar sentidos discursos al respecto, ni un pensamiento, ni siquiera un esbozo de semántica.

El concierto malogrado de lo que ahora parecen voces me ha colmado la paciencia las últimas horas, había vivido largos días, incluso años, sin escuchar la estridencia tal de la que soy presa. Retumba en mi cabeza, vibran las fibras más ínfimas de mis oídos, mi pecho se estremece. Caminar es una solución pasajera, respirar profundo también lo es, pero al regresar a este cubo de muros blancos y amarillos, el director de la orquesta ordena un crescendo que rompe mis tímpanos. Me sobrepasa mi testarudez, sé que puedo acallar el sonido distrayéndome en mí, en lo que me hace sonreír, lo he vivido antes pero no tengo ganas, me siento como un diminuto e insignificante ser en el más grande universo. Me acurruco y me hago cada vez más pequeña, como si el tamaño fuese proporcional al desenfreno.

¿Y si pego un grito? ¡Uno que les reclame su estupidez, su irrespeto! Exclamo un impetuoso alarido interno “¡Me harté! ¿Por qué no se callan?”. De inmediato mi aparente esquizofrenia se detiene y el disonante sonido se convierte de nuevo en un susurro pero esta vez de una sola voz, una proveniente de mi interior. Sosiego mi ira y me conformo con saber que puedo acallar mil aunque una continúe latiendo. Su jerga es incompatible con mi lenguaje,  no quiero escucharla, ya bastante me ha gritado y me ha hecho insoportables las recientes horas.

Me abrigo con el sabor de un café caliente y un pan de chocolate, consiento a mi paladar, me río. La voz está ahí, susurrando, paciente a que se me antoje escucharla. Hoy una amiga se declaró lunática y pienso que yo puedo serlo también, salgo a mirar la luna y me estrello con una bola brillante en el cielo, lo que aun no comprendo es si la luna llena me chifla o me aquieta. Con una sonrisa culpable y la cabeza hacia abajo, le pido a la voz que hable, percibiendo así que es mi propia voz la que retumba en mis rincones, soy yo misma quien grito sin entenderme, soy yo en medio de un clamor, un eco que suplica mi regreso.

Abro los ojos, no los del rostro sino los del alma y me veo en medio de un camino acaramelado que en otros tiempos me cautivó pero ahora es pegajoso y empalagoso, me han despistado con dulzuras como a Hansel y Gretel. Me perdí, me abandoné, navego a la deriva en una cloaca de insensatas ilusiones. Busco a quien culpar, sentimientos ególatras me impiden suponer que pude haber sido tan ingenua para dejarme secuestrar en una casa de chocolate.

Entonces grito al aire: “Compañero andariego, ¿quién se cree que es además de una simple pieza de esta travesía que llamamos vida, para sacarme de mi camino?, vino, fisgoneó, me desnudó el alma y desapareció como apareció sin previo aviso. Cobarde su desvalorado valor de acercarse y traerme hasta aquí para luego no hacerse cargo. Pero hoy, caminante hipnotizante, he de quitarle el poder de arrebatarme la sonrisa. Mi eco se ha percatado de mi ausencia y me busca, me suplica que vuelva y que deje de andar perdida en mieles ajenas. Abandono los restos del barco que usted naufragó. Le agradezco por ser el espejo de mi locura, me parece que no es del todo culpable, fue mi error haberme embarcado sin salvavidas. ¡Me largo a volver conmigo!” Y la voz desapareció.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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