Reaprendiendo

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Me enseñaron a vivir o sobrevivir preocupándome por el futuro y pensando en lo material como finalidad de la vida. A estudiar y trabajar no por gusto, sino como paso obligado al escalón más alto de una ilusoria carrera al éxito, medida por la cantidad de dinero y reconocimiento que llegara a tener, compitiendo para poder ser, aquí va mi frase preferida: ALGUIEN EN LA VIDA. ¿Y la felicidad? Esa llega con el dinero entendía yo, si tengo un yate y una casa con piscina en el Mediterráneo, puedo llegar a ser más feliz que si me muero sin haber tenido siquiera un auto.

Me enseñaron a asegurar mi futuro que ni siquiera sé si viviré, muriendo en el presente y obligándome a conseguir aquello que ni siquiera sé si voy a disfrutar. Me enseñaron que existe el fracaso y me obligaron a temerle. Me dijeron que los seres humanos somos todos diferentes, una mesera está tres peldaños abajo que el dueño del restaurante y este a su vez tres más abajo que el del restaurante continuo al que entran más personas. Me contaron que si alguien tiene mucho dinero o es muy famoso, lo debo saludar con una reverencia sintiendo admiración y respeto y que no debo entrar en confianza con la mujer que limpia la casa.

Aprendí que la vida se puede vivir de una sola manera con un itinerario inamovible. A los 4 tengo que saber hablar, a los 10 dividir, a los 17 saber qué voy a estudiar, a los 22 trabajar, a los 30 hacer una familia, a los 40 tener el futuro asegurado, a los 60 jubilarme y a los 70 regalarle toda mi pensión a las compañías farmacéuticas.

Me enseñaron a aferrarme fuerte a las reglas de vida preestablecidas, recuerdo haber siempre sido la mejor en el colegio, portando orgullosa banderitas de buen comportamiento y disciplina. Estudié dos carreras e hice varios pos estudios y talleres. Tengo 28 años y la mayoría de mis amigas ya se casaron o buscan con afán a su príncipe azul porque ya las está dejando el tren. Algunas son mamás y las más exitosas tienen buenos cargos en su carrera o están pagando un crédito hipotecario; yo en cambio, no tengo un trabajo en ninguna de mis carreras, ni hablar del príncipe azul o de mi panza creciendo salvo porque como mucho y definitivamente mañana no sé dónde voy a estar. ¡Fracasada! Tanto dinero invertido, tanta educación que intentaron imponerme, y yo resulto perdida sin una piedra propia donde sentarme evadiendo responsabilidades, o al menos eso me dicen algunos.

De las situaciones más difíciles de enfrentar antes de salir a un viaje sin fecha de retorno, es desaprender lo que me enseñaron, no porque no sea una manera válida y respetable de vivir, sino porque no es la única.

Además de los latigazos de amigos, familiares y de la sociedad, estaban los propios. Prometedores trabajos y entradas económicas aguardaban por un impulso en Bogotá, solo era necesario paciencia y constancia para encaminarme. ¿Cómo dejar todo para irme de viaje? Tuve miedo, el día que decidí volver a viajar senté a mis padres y como si tuviera 10 años y hubiese roto su lámpara preferida, con vergüenza confesé mis nuevos planes aventureros. La primera pregunta fue: ¿y tú pastelería? Vas a perder todo lo que has logrado hasta ahora. Entré en pánico, era cierto, en mi ilusoria escalera al éxito estaba andando con paso firme, detenerme era fatal según los libros de finanzas y administración. Pero el libro de la vida me decía que el momento es ahora y debía actuar según lo que me hiciera feliz. Me propusieron abrir mi tienda y dejarla organizada para luego irme de viaje en unos años y así tener asegurado mi futuro, pero insistí en que es ahora cuando quiero viajar. ¿Y si mañana no existe para mí?

Estando de acuerdo sin estarlo me apoyaron en mi locura, pero aún tenía una confrontación conmigo. Empecé mi viaje confrontada, amarrada a Bogotá y a mis proyectos, pensando unir todo para no dejarlos atrás y no sentir que había perdido el tiempo y el dinero invertido. Pero poco a poco, a medida que transitaba el camino desaprendí, o mejor aún, reaprendí.

Reaprendí que el futuro no existe, que no hay nada que pueda hacer para planearlo o controlarlo, un simple mensaje puede cambiar todos los planes. Reaprendí que el éxito así como el futuro es una ilusión, que puedo sentirme más a gusto con el cariño de una persona, que escuchando los aplausos de 10.000 quienes no saben quién soy. Que el dinero es necesario pero efímero, y me daña si solo lo hago en función de sí mismo.

Reaprendí sobre la felicidad de los instantes, de un jugo de mora, de un paseo en lancha. Reaprendí acerca del fracaso y como debería ser una palabra suprimida en el diccionario porque no existe. Existen las subidas y las bajadas y las lecciones aprendidas en estas. He estado en diferentes escalones inventados sin sentirme menos ni más, porque el dinero y el éxito no nos definen como personas, solo si así permitimos que suceda.

Todo esto muchas personas lo han aprendido sin viajar, en otras esferas de la vida y de otros modos, yo sin embargo lo he reaprendido viajando. No tengo idea si mi vida vaya a ser mucho tiempo así, si encuentre un lugar y me quede, si encuentre a la persona que me acompañe aquí o allá, si vaya a tener mucho dinero, si alguien me conozca por lo que hago ahora o lo que haré después o solo muy pocos se enteren de mi existencia, si vaya a ser mamá o no, solo sé que no cambiaría nada de hoy y es suficiente para saberme feliz.

Hace días hablé con un chico en la playa, un médico de la misma edad que yo pero con vidas muy diferentes. Me intentó persuadir para que dejara de huir de mis responsabilidades como si no las tuviese viajando, me dijo que toda mi vida era una ilusión, que estaba incorrectamente vivida y que al final de mi existencia me arrepentiría por no haberme esforzado en encontrar el éxito, la fama y el dinero. Ante tales afirmaciones se me ocurrió preguntarle: Si mañanas fueras a morir, ¿qué harías hoy? Él me hizo una lista de sueños incumplidos y me rebotó la pregunta a lo que yo respondí: Mi vida podría terminar hoy y no tengo sueños pendientes, los estoy cumpliendo.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
Natalia Méndez Sarmiento

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