viajar en tiempos de pandemia

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En marzo, cuando toda la locura de la pandemia comenzó a hacerse real en América, pensé que podría vivir en casa por meses y meses sin problemas. Mientras tuviera como llenar la nevera, internet para comunicarme y hacer todo tipo de cursos, el mat para hacer yoga y las mancuernas para hacer ejercicio ¿qué podría desequilibrarme?

Desde este panorama privilegiado apoyaba totalmente quedarse en casa, no salir de viaje, no salir a respirar ni a la vuelta de la esquina. Confieso que tuve miedo de ir al mercado, de acercarme a las personas, alcancé a tener miedo de mis propias manos y del virus que pudieran contener. Jamás se me ocurrió pensar en lo difícil de sobrellevar una rutina obligada dentro de un estudio de 30 metros cuadrados con la incertidumbre de no saber cuando acabaría todo y cómo acabaría. Incertidumbre que por cierto todavía me ronda.

Con el pasar de los meses dejé de sentir que quedarse en casa fuera una responsabilidad social y comencé a sentir el agobio del encierro. Privada de la lluvia, del mar, de la arena, del aire fresco, de la vida. Tuve vergüenza de aceptar que estaba en medio de una burbuja de estrés y de ansiedad, vergüenza del privilegio de tener todo para sobrevivir y aún así no poder sonreír.

Para calmar estos espasmos de tristeza había una solución: pararme frente a las bardas de seguridad que separaban la calle de la playa, y a varios metros de distancia mirar el mar. Fui entendiendo que los viajes de antes, cuando agarraba la mochila y me iba sin saber cuando regresaba, no eran otra cosa que la necesidad innata de libertad y de contacto con lo natural.

No pude más, no quise más. Al terminar la cuarentena obligatoria hicimos planes de viaje con Re hacia Isla Mujeres, una isla a 20 minutos en ferry desde Cancún. Esa necesidad primordial de ver el mundo y sentirlo no podía llenarse de miedo, ya era suficiente con temer a tocarme a la cara y con el miedo a respirar aire fresco en cambio del reciclado acumulado en el tapabocas que con el calor del verano se hacía insoportable.

Salimos armados de gel antibacterial y tapabocas hacia los buses que conectan Playa del Carmen con Cancún. Tantas cosas grandes y pequeñas cambiaron en este tiempo que llegamos al lugar incorrecto. Los buses habían dejado de salir del paradero habitual y estaban estacionados bajo un puente sobre la carretera Federal, una autopista de 4 carriles en cada sentido que empieza en Chetumal, frontera con Belice, y llega hasta Cancún.

Imposible subir al bus sin tapabocas y sin haber pasado las manos por gel antibacterial. Sin embargo, la ironía de la situación era que todos los puestos iban ocupados. Me preocupé, pensé si no estaría siendo una irresponsabilidad subirnos en aquel bus donde había protocolos de higiene pero no de sana distancia. Me concentré en respirar siempre con el tapabocas y en tocar solamente mis brazos con las manos. Hasta el momento no he sabido distinguir hasta que punto es cuidado personal y colectivo y cuando se convierte en miedo y paranoia.

Viajar no era para mí un plan, todo lo contrario, era irme sin planear tanto para dejarme sorprender por la belleza del camino. Pero la «nueva normalidad» no permite improvisaciones, así que llevábamos un itinerario cargado de dudas e incertidumbre.

La desesperación post-cuarentena se hizo evidente al llegar al puerto para tomar el ferry. Los precios de los tours eran inimaginables para la Riviera Maya. Atravesar el mar en lancha hacia la isla (ida y vuelta), con dos paradas para hacer snorkel, una hora de nado en las aguas cristalinas del Caribe y almuerzo viendo el atardecer, lo ofrecían por 500 pesos mexicanos (25 usd), cuando en marzo cobraban esa misma cantidad solo por el almuerzo.

Subimos a la lancha con pocas personas, la ocupación máxima era del 30%. Comencé a pensar que la nueva normalidad debería ser la «normalidad normal». Fue una dicha disfrutar de un tour sin aglomeraciones y a precios justos; poder nadar entre peces de colores y mini medusas blancas sin comerse el golpe de las aletas de otro turista, sin sentirse en medio de un naufragio con cientos de personas amarradas a un chaleco salvavidas esperando la embarcación, frustrados por no haber visto a los peces que salieron despavoridos.

Las playas estaban cerradas en aquel entonces. Tengo dudas también acerca de las aperturas, cierres y medidas que se han ido implementando en el mundo. ¿Por qué nos pudimos subir seis desconocidos a una embarcación, pero no pudimos acostarnos separados en la playa? ¿acaso no es más fácil mantener la sana distancia en 10 kilómetros cuadrados de arena que en una lancha?

Tres días y dos noches estuvimos en Isla Mujeres sin playa. Caminamos por las calles de fachadas rústicas, alquilamos un carro de golf para bordear la isla, nos hastiamos de sol, de vitamina D, de aire, del sonido del mar y de aire en la piel. Era todo lo que necesitaba para volver a sentirme libre y viva, sin miedo a mis manos, sin la carga pesada del estrés de estar pensando en el futuro, en la incertidumbre del desempleo y en la vuelta a una normalidad que desapareció de repente un día de marzo.

Cuando compartí esta alegría en redes sociales hubo algunas reacciones de enojo por mi «irresponsabilidad». No hago parte de lo que comenzaron a llamar los «negacionistas», aquellos que aseguran que el virus no existe y que hay conspiraciones para arrebatarnos la libertad. De hecho, siento empatía con todos aquellos que han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias de salud a causa del Covid, siento empatía con el personal médico que se desligó hasta de su familia y ha vivido con el miedo de ser contagiado y de portar el virus. Pero también creo firmemente que tenemos que volver a vivir, de otra manera, pero con la libertad de sentir y ver el mundo.

Viajé de nuevo para ser empática conmigo y regalarme lo que necesitaba. No sé cuándo regresen los viajes sin fecha de retorno y no se cuándo vuelva a escaparme para sentir la brisa marina. Ahora ratifico que los viajes nunca han sido para mí ni una moda ni un capricho, son una necesidad de reconexión con el mundo y conmigo.

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¿Quieres más información de Isla Mujeres?, en el próximo post haré una guía de viaje hacia esta bella isla caribeña.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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2 comentarios en “viajar en tiempos de pandemia”

  1. Se nota que te encanta redactar. Además lo haces muy bien. Por un momento también sentí el calor, labrisa, la arena y el agua de la playa. Gracias!

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