Día 15 . La Habana con Speedo

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6 de Octubre 2015

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¡Hola La Habana!

La naturaleza viajera es desvinculada del destino en el planisferio para ser adoptada por las historias del camino y los personajes que emergen en la escena, algunos por lapsos temporales valiosos y otros cómplices de correrías viajeras que a la larga se transforman en amigos a la distancia. En 15 días, Cuba me ha regalado un sinfín de palabras, historias, choques, peleas, tristezas, risas, miedos y personas, no he tenido espacio, tiempo o al menos ganas de escribir acerca del sol en la alborada, de la terracería bajo las llantas de las carrozas o de las inigualables playas, porque a diario surge una anécdota nacida de una frase, una canción o una persona que me distrae del paisaje que en tantas ocasiones he descrito de otros rumbos.

Hoy regresé a La Habana en un autobús con la emoción cundida de nostalgia al saber que en dos días terminará un trayecto del viaje, uno de los más significativos por las singulares experiencias. Mi deseo era estar sola como acostumbro cuando tomo una ruta, ya que es mi momento de reflexión bajo las notas de instrumentos mezclados con voces y evocaciones que provienen de mis audífonos, es justo el tiempo de perderme en el paisaje a través del vidrio y vibrar con la simpleza de la vida, remembrar a través de fotografías mentales el lugar que abandono y escribir en líneas imaginarias que a veces borra la memoria, párrafos de lo sentido, lo vivido e ideas para transmitir en mil palabras la dicha de viajar. Es fácil sumergirme en esa soledad si tomo un autobús por mi cuenta, poca gente se atreve a emprender un diálogo cuando me ven en un estado de ensimismamiento, sólo tener los audífonos clavados en los oídos aunque no emanen sonido alguno, son una señal de “no molestar” como si pusiera aquellas cartulinas que cuelgan de los picaportes de los más huraños en los hoteles. Así voy yo en un bus, somos en coexistencia con la ruta, es mi danza y el vibrar más profundo con mis sensaciones viajeras.

Sin embargo hoy no hubo tiempo entre el camino y yo para amarnos en silencio. Me subí al autobús sin imaginar el compañero de asiento que me esperaba, me dispuse contra la ventana en posición huidiza, cerré los ojos, elegí una canción y el destino me envió a Speedo, la duda permanecerá eterna acerca del nombre de este hombre griego que se sentó a mi lado y se presentó sin percatarse de mi estado o tal vez intentando sacarme del mismo, dijo llamarse “Espido” si lo escribo como lo escuché, pero desde el mismo momento lo recordé por parecer su nombre a la marca de trajes de baño, así que lo apodé Speedo a la hora de escribirlo. Era un hombre mayor que subió tarde y peleando con el conductor, junto a una pareja que luego se presentaría. Su compañero era el suizo Alain, famoso en Europa por ser uno de los más importantes barítonos del continente, conocedor de Cuba por la una y doce veces que ha dado conciertos en el Gran Teatro de La Habana, él, estaba acompañado por su esposa estadounidense quien no me dirigió la palabra ni a nadie durante todo el viaje.

Speedo combinaba cuatro idiomas al hablar pero de español apenas unas palabras, la comunicación se hacía difícil, eran las barreras del idioma las que se interponían pero sobre todo las de la actitud. Él era un tipo escandaloso que no dejaba pasar una mosca en el bus sin comentarla, gritaba a su amigo dos sillas adelante y lo persuadía de cantar para demostrarle a todos la voz tremenda que salía de sus entrañas y Alain le secundaba la idea con un extraordinario concierto gratuito, mientras que yo solo pretendía conversar con los llanos cubanos. Fue un ejercicio de tolerancia y resignación al cambio de planes con el paso de las horas y la permanencia del espectáculo.

Cuando Alain no cantaba, Speedo gritaba contando sus historias del “mejor país del mundo”, para él, Cuba. Su profesión era el de comandante de un navío de manera que había estado en tantos países como su barco lo había permitido, se enamoró de una cubana cuando pisó por primera vez la isla, pero al cabo de unos años se dio cuenta que “la mujer estaba muy loca, loca, loca” y la abandonó pero se quedó con su casa en La Habana que construyó hace 25 años y viene dos veces al año, aun así no entiende la diferencia entre 1 CUC y 1 MN porque no le importa pagar 150 dólares por un plato en el Iberostar de Trinidad, esas eran sus historias.

Tras 6 horas de revuelo gracias a estos dos hombres que hablaban con todos, reían, cantaban y en general cumplieron la función de animadores para los 50 pasajeros, Speedo me preguntó si al llegar a La Habana podríamos pagar entre los dos un taxi ya que su amigo hacía trasbordo a Viñales en la terminal y se quedaba solo, pero eso significaba 10 CUC para mí, demasiado, sabiendo que en una guagua pagaría solo 0,018 CUC. Le dije que no tomaría un taxi y que prefería otro medio de transporte, tal vez quiso experimentar una aventura nueva en Cuba y entusiasmado me pidió ir en la guagua como si fuéramos a un recorrido turístico. Llegamos a la terminal de buses y le indiqué el camino hasta el paradero, en 500 metros que nos separaban de este pidió parar dos veces para fumar, luego a la espera de la guagua fumó otros tres en 15 minutos, y ya para ese momento el viaje en otro vehículo que no fuera un taxi le parecía demasiado para un “hombre de su edad”.

Me peguntó cuánto debía pagar y la confusión reinó en su cana cabeza. Yo le explicaba en español y le repetía en inglés que el costo del pasaje eran solo 45 centavos de peso cubano pero él pretendía darme 45 pesos, es decir 2 CUC (o 2 dólares). “¡No Speedo, eso es mucho! ni siquiera es la décima parte lo que debemos pagar.” Es de suponer que nunca entendió porque desesperado me embolsilló 2 CUC y me dijo que con eso pagara y aunque intenté devolvérselos me ignoró.  Cuando subimos su entusiasmo se apaciguó porque la guagua, como siempre, iba hasta el techo de gente y calor, se instaló en un asiento y comenzó a preguntar si llegaríamos pronto con el rostro enrojecido y sudoroso, durante 25 años de constantes viajes a La Habana apenas conocía el Casco Antiguo en taxi. Para su dicha, 20 minutos después la aventura terminó, cuando decidió escucharme y bajar en el paradero más cercano al Capitolio, único punto donde podía ubicarse, me miró a los ojos y con clamor suplicó “por favor, take care yourself, take care yourself, please, por favor”. Se despidió con angustiosa premura y yo saludé con una sonrisa a La Habana calurosa y atestada de autos, ruido y personas, me sentí en casa.

La Habana
Estaba de vuelta en la ciudad que tanta confusión me causó

La Habana o cualquier capital son mis nidos seguros, nací en la ciudad y la mayor parte de mi vida la he pasado allí, me acostumbro más rápido al ruido que al silencio, al caos que a la tranquilidad, a la diversidad que a la escasez, aunque en este aspecto en Cuba nunca me haya enfrentado a una estantería repleta de bolsas de leche con diferentes marcas aunque todas sean iguales, amo que a los días le hagan falta horas y no quehacer a los días.

Paso de estados de ánimo antagónicos que me sorprenden, ayer escribí sobre el limbo de mi vida y hoy me regocijo porque puedo caminar calles, horas, ver libros, vitrinas, esquivar buses y hasta huir de pervertidos, soy una mujer de ciudad y contra eso ya dejé de luchar. ¡Hola La Habana!

Este post corresponde a una serie de 17 escritos de Cuba, uno por cada día que estuve en la isla. Para leer el día dieciséis puedes seguir este enlace: Día 16 . Algo Más Por Decir

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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