Divagaciones Frutales

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¡Fruta!. ¡Fruta!. Existen miles de palabras según la Real Academia Española que comienzan por F y a mí no se me ocurre otra más común que fruta. Tal vez si se me ocurren como fin, fenómeno, fantasía, fiera, falange, festivo, forma, función, fresco, fanático, pero al final siempre regresa a mi cabeza la palabra fruta, y aunque evite escribirla para no caer en un lugar común, está tan presente, tan arraigada en mis pensamientos que decido utilizarla.

Pienso en la fruta como alimento pero es poco sugerente, tibia, insípida, no es igual la palabra al objeto en este caso, por eso es tan perfecta la palabra chocolate por ejemplo, porque es tan encantadora ella como el objeto. Sin embargo soy tan obstinada para esto y para todo, que no me interesa que tan insulso pueda ser mi escrito porque sé que al final algo se me ocurrirá, algo estúpido, algo gracioso, algo reflexivo, cualquier cosa.

He comenzado a relacionar la fruta con otras palabras pero no puedo salir de lo elemental y lo obvio. Gastronomía, sabor, pulpa, tentación, mercado. Intento no frustrarme y le doy espacio a mi cerebro para entretejer letras y por fin empiezo a alejarme de la palabra como tal, llegando a rincones escondidos de mis memorias de infancia y recuerdos recientes, la común palabra me ha llevado a la evocación de instantes con aromas frutales y sabores dulces, momentos lejos, muy lejos de mi desayuno.

¿Por qué me parece que fruta es tan común?, porque me recuerda aquel juego de lotería para niños guardado en un armario bajo y pequeño de mi habitación. Iglú se escribe con i y con ñ ñandú, con x xilófono, con j jirafa y con f fruta. Es por eso tan elemental, porque así me recordaban didácticamente el abecedario. No sé cómo se juega lotería, hace 20 años lo tenía claro pero no debía ser tan impactante porque no lo recuerdo, a diferencia de las ilustraciones en los cartones. Así debió empezar a picarme el bicho del diseño, a través del gusto por el color, los dibujos, las imágenes, la tipografía y las formas.

Me desvío ahora de las remembranzas como diseñadora gráfica precoz y recuerdo a David, mi hermano, era él con quien jugábamos lotería, también a las muñecas aunque a mi abuelita le diera terror verlo vestir a una Fresita porque salía a relucir su parte femenina, que luego cambiaba y entonces yo era más masculina y salíamos a jugar al fútbol en el potrero trasero de la casa, bajo las caprichosas reglas que se nos antojaran, como por ejemplo, cualquier falta siempre era penal aunque no estuviéramos en el área.

Feminidad y fútbol también comienzan con f y no puedo salir de los recuerdos con mi hermano, me decía nená, así, con el acento en la A. “¿Dónde está la nená?”,preguntaba, mientras yo antipática y celosa me encerraba en mi habitación con mis amigas pedantes y lo dejábamos por fuera.

La carta, hace mucho no recordaba una carta que una vez, teniendo cuatro o cinco años pasó por debajo de mi puerta que decía: “LOS AMO, DÉJENME ENTRAR”. Veintidós años después me hace llorar, quiero abrazar y besar a mi nenecito con barba. Así le digo, que ridícula soy pero no puedo parar, de nenecito ya tiene poco, ha vivido un cuarto de siglo y es más alto y fornido que yo, siempre piensan que yo soy la menor, que soy la nená de la casa. Vuelvo otra vez al fútbol y la feminidad, ¿será a causa de la relación con mi hermano, qué mi lado masculino ha prevalecido?

Nunca he sido una chica muy femenina, a veces veo pasar a esas mujeres tan hermosas y perfectas (términos subjetivos y antagónicamente partícipes de la alienación) con sus tacones, la piel de porcelana como si en cambio de maquillaje utilizaran photoshop, su cabello como actriz de Hollywood que mata durante dos horas momias vivientes y el peinado sigue intacto, huelen a frutas y utilizan vestidos vaporosos que resaltan su figura. A veces pienso que se deben sentir especiales, pero luego cuando intento ponerme unos tacones o un vestido, o cuando pierdo horas en un espejo peinándome, me doy cuenta que mi magia no proviene del mismo lugar que el de ellas y entonces me halaga ser tan así, tan yo, con el cabello recogido siempre, sin una gota de maquillaje, con las mismas botas de montaña esté o no en la montaña y con el aroma de la frescura, no por el splash cítrico, sino porque me importa un comino si llueve y el cabello pierde su forma o si tengo que pasar por el lodo y los zapatos se me ensucian, y jamás se me parte una uña porque las corto tan abajo que me han preguntado si me las como. Así que me doy cuenta que puedo ser tan encantadora como ellas, pero hablando de fútbol y esbozando una sonrisa.

¿Cómo llegué a este último tema que no tiene nada que ver con la fruta?, maravillosas neuronas que conectan historias y recuerdos. Iba en la lotería que jugaba en mi casa con el nene que ya no es nene. Esa casa, la casa de mi infancia. Un apartamento tan chiquitito como mi hermano y yo, con un piso reluciente de madera que mi mamá siempre nos ponía a brillar y no era aburrido, era lo suficientemente divertido porque nos amarraban a los pies unas camisas viejas y debíamos patinar sobre el pasillo. Luego de brillar y asear, yo y mi consabido carácter obligábamos a mi hermano a jugar al amo y al perro, al profesor y al alumno, a la mamá y al bebé y yo siempre tenía que estar en la posición de poder. Que rata me dice ahora riéndose, “yo siempre tenía que ser el puto perro”. ¡Cómo lo quiero!

Entonces iba en el recuerdo de mi casa ¿verdad?, esa casa chiquitica pintada de mil colores y mi habitación azul, siempre azul, fanática demente de Millonarios, el mejor equipo de fútbol en la historia de Colombia y el peor en la actualidad. Me río, me río de mi fanatismo y como ahora me vale otro pepino como el del pelo porque estoy de viaje, porque estoy en otras esferas de la vida que quizá jamás me conduzcan de nuevo a los diarios para aprenderme las tablas de posiciones del fútbol colombiano, del inglés y del italiano.

El fútbol fue una de tantas cosas que nos enamoró, no a mi hermano y a mí, no, ya cambié de hombre. A mí y a él. No sé porque cada vez que escribo él, siento que él sabe de quién estoy escribiendo aunque él no sea siempre el mismo. Soy una romántica, cursi y obsesionada con esos mensajes secretos de las viejas historias, ocultos para todos pero claros para nosotros. Así que ahora ya llegaron los recuerdos del él y de las tardes de fútbol, las mañanas de fútbol y las noches de fútbol. Fue tan intenso y fueron tantas canchas por televisión y fueron tantos goles, que al final cada vez que me hablaba de fútbol yo lo callaba y le pedía que cambiáramos de tema, pero aun así seguíamos enamorados porque con balones pecosos o sin ellos, él sabía quién era yo y solo a él confiaba todas mis locuras, corduras y estupideces. ¿Me volveré a enamorar? A veces pienso que el amor es solo uno y aunque no sea eterno es solo ese. Había tanto amor entre los dos que nos dejamos volar y seré feliz con su f de felicidad y él con la mía.

Fruta, fruta, fruta. Es esa la palabra que tengo en mente, ¿Qué diablos hace mi cabeza volando en otros mundos si tenía que escribir sobre la fruta? Ahora pienso al revés, ¿y si alguien tuviera que escribir sobre la fruta, llegaría mi recuerdo en algún momento? Creo que sí. Al menos en este viaje como fruta en la mañana en la tarde y en la noche y no me aburre (no sé si a los receptores) hablar de Colombia, de su ubicación en el trópico y de todas las frutas que allá existen y que no encuentro en ningún otro lugar. Hablo siempre de la canasta llena de granadillas, guanábanas y pitayas en el comedor de mi casa, del sabor a coco y a cereza. ¿Será que si hablo del olor a coco y del sabor a cereza, ellos entenderán el mensaje oculto? Este romanticismo me está matando. Mejor que no me recuerden, o que lo hagan pero no me entiendan.

Ahora veo porque fruta era mi palabra a elegir para mis divagaciones con f. Existe una conexión que pareciera infinita de recuerdos y sensaciones que llegan a partir de una básica y elemental palabra. Si le permitiera a mis dedos moverse al ritmo de mi cabeza, más de lo que ya he escrito podría traducirlo al papel. Recuerdos de mi hogar, de mi infancia, de Colombia, de ellos, del sabor, de los aromas, se han revuelto solo por cinco letras acomodadas de cierta manera. Me parece que si no paro voluntariamente, podría continuar divagando acerca de conexiones frutales e historias con sabor a miel.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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