Huyo de la perfección, no es otra cosa que una ilusión, una fantasía armónicamente construida por pequeños trozos de felicidad e instantes de placer. Corro en sentido opuesto a la sístole y la diástole aligerando su frecuencia ante las formas y contra formas que llenan el espacio físico e involuntariamente los agujeros imperceptibles del alma, que dejan de serlo cuando las formas se deforman y entonces llega el dolor.
Huyo del tacto al que no le basta exaltar los nervios sino las pasiones, de los dedos entrelazados susurrando lo que solo entienden dos, de los choques de la piel y los roces incorpóreos que transponen la distancia. Evito en general las sensaciones gráciles de los sentidos, las miradas cómplices de orilla a orilla, el gusto frutal de los labios enlazados, las remembranzas de instantes soberbios ante los aromas de miel y el sonido incesante de acordes resonantes.
Huyo de realidades elaboradas en escenarios desnudos y áridos que se convierten en recuerdos poéticos trastocados. Escapo a evocaciones de millonésima felicidad a través de canciones, letras y paisajes. Prefiero que las formas y colores sean solo formas y colores más no recuerdos de una específica anatomía, así el rojo de una cereza no será más que una ilusión óptica, más no la similitud a unos labios.
Huyo de la quimérica distorsión del tiempo ante la compañía, de las horas convertidas en segundos por un abrazo y de los segundos convertidos en horas por la distancia. Me marcho cuando el reloj se detiene así como la vida por una ausencia corpórea, igual cuando las manecillas galopan si el espacio está cobijando un momento de erotismo.
En resumen a lo que huyo es al amor, porque me estremece la incertidumbre del anunciado desenlace imperfecto de la perfección.