Máncora, la belleza de los detalles

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Montañas de arena y roca, una tras otra sin fin, se veían a los costados de la ruta solitaria que conectaba Piura con Máncora en el norte de Perú. A veces el paisaje se tornaba desolador, por la cantidad innumerable de máquinas extractoras de petróleo a lo largo y ancho de este desierto, y por los montículos de basura en las piedras o colgados en las ramas secas de los arbustos. Un paisaje naturalmente majestuoso por su tamaño indeterminado a la vista, así como descuidado por la humana apatía.

Dependiendo de la perspectiva, es posible que la primera impresión de la vía hacia Máncora deje un mal sabor. En cuanto a mí, durante cuatro horas me pasmé incrédula viendo el paisaje por la ventana del bus, esperando que el pueblo no fuera un gran basurero. Hubo suspiros de impotencia antes de enfocarme en lo bello, en el regalo natural que es tener el mar, el atardecer y el desierto al mismo tiempo.

Playa de Máncora
Bajamos en la avenida principal, ruidosa, atestada de moto-taxis, estrecha e incómoda. Hoteles en edificios pequeños pegados a tiendas, panaderías, una iglesia, restaurantes poco peruanos, artesanías… un desafío. Sin embargo, a los costados de esta ruta inmersa en el comercio, encontré la encantadora vida de Máncora, solo hace falta adentrarse un poco entre sus callejones para descubrirla.

Lo que vi después de un mes de estadía, fue un pueblo pequeño cuyos límites a cada lado son dos puentes vehiculares, atravesar Máncora de un punto a otro caminando a paso lento, es cuestión de treinta minutos. A un costado de la vía principal está el desierto; al otro costado se encuentra el Océano Pacífico; y en el medio, están los centenares de casitas de adobe, madera y bambú, en su mayoría pintadas con colores fuertes, y otras despintadas por el paso del viento, la arena y los años.

Los detalles me enamoraron de Máncora. Caminando se ven los contrastes entre las puertas turquesa y el bambú rosado, o las puertas más abajo del nivel de la acera. También los letreros artesanales que ofrecen cremoladas – pulpa de fruta congelada – y la parte baja de las fachadas manchadas naturalmente con la arena que vuela por la fuerte brisa que la arrastra.

Máncora

Hace calor, de manera que durante el verano una caminata entre las casas se puede tornar intensa. Sin embargo, al costado del poblado, el viento sopla muy fuerte en la playa, incluso algunos pasan con ligeros sacos para no sentir el frío de la brisa al atardecer. Dependiendo del clima hay olas grandes o pequeñas. Sin importar su intensidad, los aprendices de surf se sientan en sus tablas a esperar la ola para transitar el mar con ella. Al otro lado, en los cerros desérticos, se encuentra el mercado, las ventas de ceviche y un mirador junto a un faro rojo con blanco, que sobresale en el pico chato de la montaña.

Fuimos hasta allí caminando sin información previa, no es propio de los locales decir que este faro existe, ya que quieren derrumbarlo para hacer un parqueadero, de manera que es el pueblo de Máncora vs el hombre que dice ser dueño de esa tierra y que por tanto es imposible que derrumben su faro. Desde el lado romántico de la historia, prefiero que mantengan el faro y la subida al cerro, en cambio de convertirlo en un estacionamiento, ya que es un punto único para ver el atardecer. Es cierto que también puede verse desde la playa, pero desde arriba junto a los techos de las casas, le otorga un plus sublime.

El Pacífico no perdona, los atardeceres son tan bellos que provoca sentarse cada tarde a verlos. Casi todos los días salí a la playa, a veces con Re, a veces sola, a ver el cielo pintado de rojos, rosados y anaranjados. Al fin y al cabo, es uno de los objetivos de los visitantes de este lugar, sentarse en el playa o en el faro a ver la proyección de esta película natural.

Máncora es un lugar para verlo desde los detalles. Escuché muchas veces antes de ir, que era un desastre por la basura, la fiesta y el ruido. Pero es cuestión de elegir a dónde se va y hacia dónde se dirige la mirada. Yo decidí ver lo bello, lo que está escondido a simple vista, y al final viví con Re un mes allí. De manera que si me preguntan, sí, vale la pena conocer Máncora cuando visiten el norte de Perú.

INFO ÚTIL

¿Cómo llegar?

Máncora está muy cerca de la frontera más occidental entre Perú y Ecuador, así que muchos deciden llegar por allí. También es posible llegar desde Piura, una ciudad a cuatro horas donde salen constantemente buses. El transporte en general en Perú está bien interconectado, así que no les va a ser difícil llegar.

Hospedaje
Recomendadísimo un hostal llamado Inkarri, queda a una cuadra de la playa, es de los más económicos en Máncora, limpio, tiene cocina, es casi nuevo y el dueño es muy amable.

¿Dónde comer?

Los puntos turísticos de Perú (casi todo el país) son generalmente muy costosos en cuanto a los restaurantes. Un plato en un lugar corriente puede costar entre 7 y 10 dólares. Por eso fíjense en los puestos de comida al aire libre en la calle principal, algunos son muy buenos y sirven abundante, además, no les cuesta más de 3 dólares.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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2 comentarios en “Máncora, la belleza de los detalles”

  1. Maria Eugenia Sarmiento

    Que rico que escribas nuevamente, haces que uno se sienta en el lugar, viajando contigo y disfrutando el momento.

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