Microvacaciones en Antón

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¿Cómo es posible buscar vacaciones, si vivo de vacaciones? Visitar tres días al Valle de Antón a dos horas de Ciudad de Panamá en bus, pensando en descansar para luego regresar a la ciudad, hacer dinero y seguir el viaje, me hizo pensar en todas las preguntas y afirmaciones que me han hecho con respecto a este y otros viajes. Las frases que más escucho cuando hablo de mi próxima travesía son: “Que bueno poder tomarse unas vacaciones de seis meses” o, “viviendo de vacaciones la vida debe ser muy buena”, pero la verdad es la siguiente: No estoy de vacaciones ni de paseo, estoy haciendo un viaje. Para poder hacerlo necesito dinero, nunca he ganado lo suficiente para ahorrar grandes sumas y no tengo una persona que financie mis escapadas por el mundo, así que me toca trabajar por lo que los días de descanso no son tan descarados como parecen.

Un día común de viaje se me puede ir sentada ocho horas frente a mis artesanías intentando venderlas, caminando y sonriendo para convencer a alguien de comprar las tortas de banana que me paso horneando toda la mañana, o tejiendo tobilleras en el hostal, todo con el fin de hacer el dinero para llegar al próximo destino y poder subir montañas, tomar fotografías, dejar al sol broncear mi piel en la playa o entrar a algún destino turístico no apto por su costo para mochileros.

Por esa razón y con las ganas inminentes de seguir el viaje, decidí tomarme unas pequeñas vacaciones en el Valle de Antón cerca de la ciudad, pero lejos del calor, el ruido, la contaminación, las ventas y todo lo que había hecho y conocido en los últimos días. La bienvenida a este lugar que había escuchado en repetidas ocasiones como recomendación para conocer, estuvo cargado de lluvia que el cielo nublado no pudo contener en toda la tarde. No iba sola, me he dado cuenta que para viajar realmente sola me tocaría ser la versión más antipática que conozca de mí, incluyendo no saludar, no sonreír y deliberadamente negarme a cualquier invitación, de lo contrario “corro el riesgo” de atrapar algún amigo en el camino.

Ante el diluvio, nos refugiamos en un restaurante que se convirtió en los siguientes tres días en nuestro proveedor de comida, dándonos banquetes de arroz con lentejas y plátano por 1,50 balboas el plato (un balboa es lo mismo que un dólar). Panamá en general es un país costoso, pero hasta ahora no me he gastado más de 2 balboas en un almuerzo, lo más importante de esto, es tener la imaginación suficiente para suponer que cada día la comida es diferente y no entrar en un estado de hastío, en especial si el vegetarianismo hace parte del estilo de vida lo que reduce las posibilidades de variedad gastronómica. A pesar de la fuerte lluvia, caminamos hasta el hostal sobre la vía principal y prácticamente única del Valle, para después, así como en unas vacaciones, echarnos a dormir y por lo menos yo, borrar de mi mente la frase “hola chicas, pastafrola y tarta de banana por USD 1 la porción” con el acento argentino de Daniela, con quien hacíamos cuanta receta encontrábamos con el abundante banano o guineo de la zona, para salir a vender en Ciudad de Panamá.

Valle de AntónLos siguientes tres días se fueron entre montañas y termales. El clima del Valle fresco pero soleado (por momentos) fue una invitación para caminar y conocer el pueblo que se pierde entre las montañas. La India Dormida es la montaña característica porque carga con la leyenda de Luba, una indígena enamorada de un conquistador que decide no traicionar a su pueblo y renuncia al amor, entrando en la montaña con un profundo sufrimiento y muriendo en ella. Se supone que el cerro tiene la forma de una mujer acostada de perfil, pero no voy a mentir, nunca la pude ver. Lo que si pude hacer, fue subir entre sus árboles y cascadas, nuevamente luego de largos meses me di el gusto de andar entre el paisaje selvático, saltando quebradas, refrescándome en el río, cerrando los ojos para escuchar detrás del fuerte ruido las palabras de la cascada y respirando el aroma a viaje que para mí, huele a naturaleza.

No recuerdo cuantas horas caminamos, tal vez fueron las ganas de volver a hacer una mini travesía entre los árboles que no me di cuenta si fueron horas o minutos. Desde el inicio de la caminata soñé con encontrarme la cima para hacer mi plan preferido sobre cualquier otro, sentarme a contemplar, la situación fue que nunca encontramos la cima de la India así que nunca pude ver la panorámica del Valle, estoy segura que se puede llegar a esta, sobre todo tras ver un letrero invitando a los más aventureros a alcanzarla, ¿podría ser que no soy tan aventurera?

Además de la India a la que nunca le vi la forma, nos dimos el gusto de ir a los pozos termales que emergen del interior de la montaña. Bueno, no es que los haya podido disfrutar porque dejé mi bikini en el hostal y quien no tenga traje de baño no puede entrar en la piscina, ni los pies son permitidos sin la indumentaria adecuada. Solo cuando el hombre que vigilaba los pozos se daba vuelta, me atrevía a una ligera terapia de pies, si estos absorbían los minerales del agua, tal vez le hacían bien al resto de mi cuerpo. Lo que no me perdí, fue el barro medicinal para eliminar las impurezas de la piel, al menos las del rostro porque no estaba permitido aplicarlo al resto del cuerpo, salvo si se pagaban unos cuantos dólares extra.

Las pocas horas que permanecimos en los termales fueron un recordatorio de la frase preferida por los panameños, en especial quienes se sienten con autoridad: “No está permitido”. “No está permitido tomar cerveza en la calle”, “no está permitido entrar con una bolsa al mercado”, “no está permitido entrar a un supermercado con comida en la mano”, “no está permitido poner los pies en la piscina”, “no está permitido servir un plátano más en su plato”… seguro en algún lugar no estará permitido respirar. Además, me aburrí de preguntar curiosa y fastidiosamente el ¿por qué? puedo o no puedo porque  en general no hay respuesta.

Coherente con las microvacaciones este ha sido un microrelato. Después de tres días entre montañas, termales, prohibiciones y descanso, regresamos a la ciudad, por mi parte, esperando con ansias el siguiente destino pero con el propósito de seguir viaje hacia el norte. Lento pero seguro.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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