«Pegadito al Paraná»

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El rock argentino fue mi compañero en el colectivo que me llevaba desde la universidad a la casa, mi profesor en mi fallida carrera como guitarrista, mi confidente en momentos de despecho y el amigo que al oído me repetía “es solo una cuestión de actitud”. Entre todas las bandas y solistas hay uno que fue y sigue siendo el único que reúne todas las cualidades para acompañarme en cada paso. Fito Páez. Un día conocí su música y me atrapó.

No soy fanática de averiguar la vida de los personajes que me gustan, prefiero permanecer sumergida en su talento, así que de Fito me sé casi todas sus canciones pero de él como persona no tengo idea, salvo que nació en la ciudad de Rosario. Algunas veces estuve tentada a llegar allí, con el fin de lograr el objetivo más cliché de un fanático, estar en la ciudad, en la casa, en la calle y hasta en el baño donde su artista preferido estuvo, sin embargo eso al final nunca me motivo, lo que sí logró una de sus canciones.

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Río Paraná

Un día caminando por las calles de Bogotá, conectada a la música y desconectada del mundo, sin afanes, sin ganas de llegar aún a casa, presté atención a una canción que sonaba en mi mp3, Caminando por Rosario. Ya la había escuchado varias veces pero me dispersaban las burlas de mi mamá, referentes a un par de errores de afinación del señor Páez. Como nunca antes, ese día la repetí una y otra vez y me perdí en ella, supongo que el próximo viaje a Argentina me hacía buscar cualquier tipo de conexión con el país, así, terminé sintiéndome invitada a recorrer las calles de Rosario y pensé que si la letra y la partitura reflejaban la realidad, no podría haber un mejor destino citadino.

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Lo mejor de todo es que no me equivoqué, Rosario logró enamorarme con solo pisarla y aún más el día que nos dedicamos a recorrerla en plena primavera, con los árboles florecidos de muchos colores y el sol brillando sobre la superficie del Paraná.

Alquilamos dos bicicletas, para mí, una de la mejores maneras de conocer una ciudad porque se pueden recorrer largas distancias en poco tiempo, parar donde a uno se le antoje y si lo llevo a otro plano, es hasta romántico.

Pedaleando, nos encontramos con el Monumento a la Bandera, una mole gigante de cemento que se levanta blanca e imponente en la ciudad,  conmemorando el lugar donde se creó y se izó por primera vez la bandera Argentina. Entre la gente nos hicimos espacio para caminar por allí, tomar las fotos correspondientes y escuchar a los guías abrumados por los gritos de los niños, a quien intentaban explicarles un poco la historia de su país. Más allá de la impresionante arquitectura y del nacionalismo hecho monumento, no encontré algo que me obligara a quedarme mucho tiempo, así que invité Rodrigo a seguir por La Fluvial, el camino que bordea el río Paraná hasta llegar a La Florida, una playa donde se reúnen los rosarinos a nadar y tomar mate, pasando antes por el curioso Museo de Arte Contemporáneo que sería antes una planta de almacenamiento de trigo, y ahora funciona no solo como recinto de exposiciones, sino como una obra en sí, ya que su fachada se renueva cada tres años.

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Una de tantas cosas que nos unió con Rodrigo en una relación fue el amor por el fútbol, ese hermoso deporte que me ha tenido horas frente al televisor, me ha hecho madrugar para ver el mundial y no creo que exista algo en lo haya gastado tanto dinero como en ir al estadio, 14 años cada 15 días en El Campín viendo a Millonarios, es una pasión. Con esta afición no podíamos salir de cada ciudad que visitamos sin antes conocer los estadios donde juegan los equipos locales, Rosario no fue la excepción, en nuestro recorrido nos encontramos con el Gigante de Arroyito donde juega Rosario Central, pasamos frente al estadio y le dimos la vuelta para verlo por fuera, había una puerta abierta y un hombre frente a ella, pensamos que una sonrisa era la llave de entrada para conocer el estadio por dentro y lo logramos, aunque no sé si fue la sonrisa o el acento colombiano. Saludamos al hombre, un señor bastante mayor quien solo con saber que éramos de aquel país del norte del subcontinente nos dejó entrar a la cancha, nos contó de su luna de miel en Cartagena y nos hizo prometer que no éramos hinchas de Newell’s Old Boys (el rival local de Rosario Central), dijimos por supuesto que no aunque Rodrigo mintió porque es seguidor de este equipo “manchado de sangre y luto”, por sus colores rojo y negro, como diría el hombre que nos dejó entrar. Me di cuenta que la llave de entrada a casi cualquier lugar en Argentina para un colombiano… es hablar.

Rosario_Cuentos_De_MochilaDespués del Gigante, logramos llegar al final de nuestro recorrido en el Parque Independencia con sus troncos de gingko biloba entorchados y esculpidos y sus divertidos columpios; tal vez nadie se acuerde de este parque por los juegos para niños sino por el lago, el estadio Marcelo Bielsa y el pasto esperando a ser utilizado en una siesta, pero yo, amo los columpios.  El día se fue único y hermoso en bicicletas playeras luchando con la nieve de la primavera, el polen que volaba de un lado a otro y se posaba sobre mí, por suerte no me produjo grandes estornudos

Y Así, entre monumentos, árboles coloridos y recorridos futboleros puedo decir que estuve “Caminando por Rosario, pegadito al Paraná… en el parque Independencia y en Arroyito también”.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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