¿Plan Mochilero o Burgués?

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Con la actitud mochilera incrementándose a medida que el tiempo avanzaba y el viaje nos daba experiencia, decidimos hacer autostop. Pensamos que un trayecto de 123 kilómetros no era imposible, así que salimos muy temprano con mochilas al hombro desde Bariloche, un cartel en un pedazo de cartón que decía “EL BOLSÓИ” con la N al revés, debido a alguna atípica falla mental de Rodrigo, – no estoy siendo sarcástica, para que él escriba mal es porque algo extraordinario debió suceder – y con las ganas de llegar a destino sin pagar un bus. Estuvimos parados sobre la ruta una, dos, tres horas y nadie paraba, algunos conductores nos hicieron señales de estar ridículamente mal ubicados dándonos a entender que debíamos estar del otro lado de la carretera.

No habíamos salido del hostal sin averiguar cuál era el camino hacia El Bolsón, sin embargo parecía que el dueño no tenía la menor idea de lo que estaba indicándonos.  Haciendo caso a las señas tal vez mal interpretadas, pasamos al otro lado de la ruta y las manos de quienes estaban tras el volante hacían el mismo movimiento. Nunca pudimos entender, sabíamos que en una dirección u otra había caminos que llevaban a El Bolsón, de cualquier lado podrían recogernos pero no sabíamos cuál era el más apropiado, tal vez  tantas horas habían sido una pérdida de tiempo.

Por fin, cuatro horas después pasando de un lado a otro e intentando entender las repetidas señas alguien tuvo la amabilidad de indicarnos como llegar a un round point a 10 kilómetros donde se abrían varias rutas que nos facilitaban el trabajo. Este trayecto en carro son insignificantes minutos pero caminando podríamos demorarnos más de tres horas; sabiendo de antemano que nos esperaban burlas de los conductores por pedir un aventón de tan corto kilometraje hicimos dedo; escribimos del otro lado del cartón las palabras round point y nos dispusimos a levantar el pulgar. No estábamos equivocados, al pasar frente a nosotros en cambio de recogernos y ayudarnos nos hacían “montoncito”, -o por lo menos así nos dijo una chica argentina que le llaman a esa expresión que hacen con la mano, uniendo los dedos y moviendo la muñeca diciendo sin palabras “que boludo”- pero no nos importaba hacer el ridículo, alguno tendría que parar. Una señora, curiosa por entender nuestra “pereza” por desplazarnos tan solo 10 kilómetros, frenó y nos llevó al punto que necesitábamos, una ruta que conducía hacia El Bolsón o hacia el aeropuerto de Bariloche.

Estuvimos dos horas en este nuevo lugar con el viento helándonos y dos opciones, o permitir que el frío nos durmiera la lengua intentando sonreírle a los autos que pasaban o abrigarnos con pasamontañas y bufandas lo que haría aún más difícil que nos recogieran, hacer dedo es todo un ritual que incluye el contacto visual y la sonrisa, para generar confianza. Con los labios helados y la mandíbula entumecida, logramos  que un hombre en una camioneta frenara, no iba hasta El Bolsón pero nos llevó a un punto en el que la ruta solo se dirigía a nuestro destino lo que nos daba más chance de encontrar ayuda. Un poco preocupado por la hora y el poco éxito que habíamos tenido hasta el momento, nos dejó en la entrada a un lugar donde podríamos encontrar camping y comida por si nadie nos recogía.

Nuestra corta experiencia en el autostop nos cobró algún tiempo en aquel nuevo punto, estábamos parados justo al final de una bajada en la que los carros no podían detenerse pero nos daríamos cuenta de esto solo una hora después. Al entender nuestro error, caminamos hacia un lugar plano y en menos de diez minutos ya estábamos cómodos y calientes en el auto de un alemán quien iba con su pequeña hija dirigiéndose hacia El Bolsón.

Él era un nostálgico contratista que vivía por temporadas en La Patagonia haciendo casas prefabricadas, la mayoría de historias de vida que intercambiamos fueron acerca de los cálidos y al mismo tiempo helados inviernos navideños en Alemania. Por suerte sus episodios de tristeza al recordar a su familia, los opacamos con la precaria comunicación, una mezcla que tuvo como base el inglés, algunas palabras en alemán que no entendíamos, el español muy lento para que él nos entendiera e incluso un “espanglish” que nos hacía sonreír a todos, como en el momento en que nos preguntó si hacer dedo en Colombia era “dangeroso” – un mix entre dangerous  y peligroso-

El amable hombre alemán, nos dejó entrada la noche en El Bolsón y buscamos un camping. Nos acostamos a dormir con grandes expectativas porque nos habían hablado de caminatas maravillosas entre la cordillera y de la famosa feria artesanal en la que podríamos trabajar. A la mañana siguiente un frío penetrante en los pies me despertó, abrí la carpa y me encontré con un aguacero torrencial, – ¿me estás cargando? – le dijimos a Bruce-.  Me explico: “me estás cargando” es una expresión argentina que adoptamos sin intención, quiere decir “¿te estás burlando?” o también puede significar en un tono irónico incredulidad. Por otro lado, Bruce, fue una de las tantas ridiculeces que inventamos en el viaje. En algún trayecto en bus vimos la película Todopoderoso en la que Jim Carrey interpreta a Bruce, un tipo a quien Dios concede sus poderes. Como no somos muy creyentes en el tema pero al mismo tiempo nos sentíamos más seguros pensando que alguien manejaba la situación y todo iba a estar bien, nos encomendábamos a él, intentando mantener la fe disfrazada de ateísmo detrás del ridículo.

En el camping había un restaurante, no teníamos intenciones de gastar dinero en una gran comida, con nuestros sandwiches bastaba, sin embargo la lluvia no cesó en todo el día y no tuvimos otra opción que tomarnos un café para calentarnos. Esa tarde fue memorable, por primera vez en mi vida vi como el reloj marcaba las diez de la noche y hasta ahora la oscuridad caía, hablaba con mi mamá por skype y ella me decía “pero donde es que están, ¿si allá son las 10 de la noche por que se ve claro en la ventana?”.Bolsón

Mientras disfrutábamos de las diferencias entre el trópico y la cercanía a los polos extrañé con nacionalismo Juan Valdéz, la taza de café que nos sirvieron me hizo entender porque el sabor del café colombiano es tan famoso, en Argentina es como tomar agua negra con azúcar, es la bebida más desabrida que haya probado. Desde el primer sorbo los dueños del restaurante estuvieron pendientes de nuestra “valiosa” apreciación como colombianos acerca de su café. – Y… ¿cómo está? – nos preguntaron. Por cortesía dijimos que estaba bien si no lo debíamos comparar con el café de Colombia, no nos atrevimos a decir la verdad.

Pasamos dos días enteros entre la carpa viendo fotos y comiendo pan porque la lluvia no cesaba, teníamos la esperanza que la tercera mañana fuera la vencida. Sin embargo llegó el día tres, abrimos la carpa y de nuevo soltamos la frase “¿me estás cargando?”, acompañada de “¡la concha de tu madre!” otra vez lloviendo. No solo no podíamos salir a trabajar sino que nos estábamos perdiendo la promesa de increíbles caminos por la montaña. Pero la lluvia era torrencial, no era una llovizna que nos ayudara con el cliché de salir con capas y cantando, eran aguaceros de horas que además humedecían el piso y congelaban la carpa. Los destinos que más nos interesaban huían de nosotros y no había espacio para la terquedad y la insistencia, al cuarto día al abrir la carpa no solo llovía, sino que la montaña frente a nosotros antes árida ahora estaba cubierta de nieve. Adiós El Bolsón.

En nuestros días entre el sleeping cubierto por chaquetas de invierno y lleno de migas de pan, pensamos en la idea de llegar a nuestro próximo destino – El Calafate – haciendo dedo. Teníamos dos caminos posibles, la ruta 40, la más famosa de Argentina porque atraviesa el país de sur a norte o la ruta 3 cercana al Océano Atlántico. Sin embargo la primera en La Patagonia es trocha, razón por la que no pasan muchos carros y por supuesto ningún camión o bus lo que dificulta hacer dedo, y la segunda son kilómetros de estepa con algunos pueblos petroleros donde un hostal cuesta cinco veces más que en Bariloche. No sentíamos la pasión, la actitud o siquiera las ganas de intentarlo, pero el dilema estaba presente porque no hacer dedo significaba un bus que nos costaba mucho dinero y temíamos que se nos acabara con gastos de enormes proporciones.

Al cuarto día recogimos nuestra carpa en medio de la lluvia con un poco de frustración y fastidio impedidos para aceptar la vida como se presentaba. Salimos del camping y llegamos justo al lugar donde debíamos hacer dedo o donde podríamos comprar los tiquetes de bus aún sin haber tomado una decisión. Nos quedamos algunos minutos solo viendo llover, sin movernos, sin hablar. En la balanza estaba la exageración de gastarnos 400 dólares para recorrer un poco más de 1000 kilómetros, y haciendo contrapeso, el espíritu aventurero y apasionado de lanzarnos a empaparnos rogando llegar a algún lugar.

¿Plan mochilero o plan burgués?, le pregunté a Rodrigo. Nos debatíamos entre estas dos palabras porque mi tía Marta me dijo alguna vez que nosotros así como su hija, éramos mochileros burgueses. Es decir, guerreábamos el camino y nos lanzábamos a aventuras fuera de nuestra zona de confort,  pero llevábamos ahorros y  en caso de situaciones extremas podríamos recurrir al dinero de casa.” ¡Qué carajos, plan burgués!” Dijimos. “Hemos trabajado mucho para conseguir el dinero, hemos comido todos los días sándwiches de solo queso y manzanas con agua y acabamos de dormir tres noches sobre el piso helado, tomemos un bus hacia El Calafate”. Así fue, nos esperaba un viaje de 26 horas.

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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