San Agustín Prehispánico

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En el sur occidente de Colombia existe un nudo montañoso llamado el Macizo Colombiano. Es allí donde la Cordillera de los Andes que se levanta desde el sur de Chile y Argentina, y recorre Sur América, explota de maneras intrincadas en tres cadenas montañosas que se extienden por Colombia y llegan a Venezuela. Sus nombres son sencillamente obvios: Cordillera Oriental, Central y Occidental. En las estribaciones del macizo, justo antes de convertirse en Cordillera Oriental, se encuentra el municipio de San Agustín sumergido en la montaña y junto con éste, los vestigios de una antigua  civilización a la que también llamaron San Agustín.

Acampamos -una amiga y yo- bajo la sombra de un árbol de guayabas durante dos noches a las afueras del pueblo. El lugar parecía un cuento, pues, las guayabas que no eran pocas, caían durante la noche y en la mañana decoraban como pequeñas borlas, el campo donde pusimos las carpas. Había silencio, guayabazos nocturnos a nuestros techos, disparejas montañas tupidas y por esos días, una redonda y brillante luna llena.

Desde el pueblo de San Agustín, que convertimos en el centro del viaje yendo y viniendo a dormir, caminamos por una carretera levemente empinada hacia el yacimiento arqueológico. No es común encontrar en Colombia huellas de antepasados, más que algunas dispersas como los trabajos orfebres de los Muiscas, por ejemplo; por esa razón éste y otros lugares cercanos como el municipio de Isnos y alrededores, están envueltos en un misticismo único.

Según cuentan los historiadores y arqueólogos, las ruinas de esta antigua civilización prehispánica han sido saqueadas desde siglos atrás, por lo que ahora las esculturas monolíticas que se levantan sobre los grandes campos verdes, no son más que un leve reflejo de lo que alguna vez construyeron de manera rudimentaria. Así mismo, poco se sabe acerca de esta cultura que adquirió su nombre contemporáneamente, salvo que se extendió por la región andina de Colombia, hasta llegar incluso a pisar un poco de la selva amazónica.

Por un sendero pedregoso cubierto de altos bambús, caminamos con el viento frío que comienza a poner los pelos de punta cuando ya la tarde se está despidiendo. El clima de San Agustín es plácidamente medio, no hay calor, no hay frío, una camiseta en la mañana y un ligero saco en la noche, apaciguan cualquier sensación térmica incómoda.

Son varios recovecos por caminar entre el parque, y muchos más a las afueras; imagino yo por lo que vi y leí, que bajo tierra deben esconderse una gran cantidad de ruinas que no han sido aún descubiertas, pues en diversos puntos de la geografía del Huila, hay monolitos con características similares.

San Agustín cuentos de mochilaLos campos despejados al finalizar los senderos, son verde limón; me recordaron a Palenque en México. Sobre éstos se levantan esculturas en piedra de diferentes tamaños y formas, todas de índole ceremonial; tumbas que fueron el destino de entidades corpóreas de mujeres, hombres y niños, así como el tesoro de saqueadores desde hace varios siglos.

Así como en el camping, también se siente el silencio en estos campos de figuras zoomorfas y muchas otras antropomorfas. Representaciones de animales como águilas, serpientes o jaguares, aparecen sobre máscaras de lo que parecieran seres humanos por la forma de su cuerpo, figuras que en la mitología, podrían haber sido deidades.

Las tumbas son enormes, eran construidas de esa manera con el fin de enterrar junto a los cuerpos, todos los tesoros materiales que pudiera necesitar el fallecido, y, aunque reconstruidas, muchas están bajo tierra con las entradas sostenidas por pilares de piedra esculpida.

Con un curioso pasaporte del parque arqueológico, pudimos entrar a diferentes lugares sagrados a lo largo de San Agustín e Isnos. Hace falta un medio de transporte para desplazarse de lugar en lugar, ya sea una bicicleta, aunque el camino es de ripio y por tramos empinado; un auto particular; un tour en 4×4; o una caminata de varios días con víveres y casa al hombro, porque el kilometraje es largo y desolado.

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Andando de un lugar a otro entre monolitos detallados, bajos, altos, gordos y flacos, nos encontramos con un antojo de la naturaleza: el estrecho del río Magdalena. No será el más largo, ni el más caudaloso de Colombia; si a esas características debiera su importancia, sería un pequeño desconocido de la cordillera. Sin embargo es un conducto fluvial de gran importancia para Colombia, ya que recorre los departamentos más poblados y por tanto es vital para la economía.

Quienes hemos viajado por Colombia, lo conocemos en diferentes puntos; es común ir pasando sobre un puente en un carretera y advertir que abajo corre el río. Recuerdo siempre a mi papá cuando era pequeña, decirnos en cada paseo: «ahora estamos pasando sobre el Magdalena», parecía que siempre fuéramos al mismo lugar, porque siempre estaba ahí. Pero no, la cuestión es atraviesa diversos lugares del país desde el Macizo Colombiano, hasta desembocar en el Océano Atlántico justo en Macondo, o, lo que yo llamé Macondo cuando lo conocí, que más exactamente es Bocas de Ceniza cerca de Barranquilla. 

Así que tremendo río, con tal desembocadura que golpea fuerte las rocas de Macondo y se abre imponente hacia el Océano, también juega a parecer un arroyo con remolinos. Dos metros separan una orilla de la otra en este estrecho revoltoso, pues, que sea pequeño en ese diminuto tramo del departamento del Huila, no lo hace calmo ni poco peligroso. Allí el sol calienta con más fuerza que en el propio pueblo de San Agustín. No hay un mínimo chance de meterse, a simple vista se vislumbra la corriente imposible de nadar, de manera que el ejercicio es la contemplación de la diminuta parte de esta inmensidad en medio de tupidas montañas arbóreas.

Por allí venden jugos de caña elaborados inmediatamente en el trapiche, y otros de naranja para calmar la sed. Hay gente pero la naturaleza se escucha a viva a voz, así como los sonidos místicos de lugares prehispánicos sagrados. Allí se oculta otra cara de Colombia de la que poco se escucha, y seguramente, de la que queda todo por descubrir.

San Agustín cuentos de mochila

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Datos útiles

¿Cómo llegar?
Desde Bogotá tomamos un autobús en la terminal, directo al municipio de San Agustín. Como los horarios de buses directos son muy pocos y a veces no se acomodan al itinerario, pueden también llegar a Pitalito y desde allí tomar una camioneta que los deja en el pueblo.

¿Dónde dormir?
Una vez se bajan del autobús, muchos les ofrecerán hospedaje. Aunque nunca es buena idea irse con el primero, algunos proponen buenas opciones como camping económico o habitaciones en fincas. Por ser un lugar turístico las opciones son variadas, dentro del pueblo y a las afueras.

¿Qué comer?
Si el plan es gastar poco dinero, hay varios supermercados en el pueblo para cocinar por cuenta propia; como es tan pequeño, no es difícil encontrarlos. De igual forma algunos lugares, incluso de camping, ofrecen desayunos a bajo costo.

¿Cómo llegar al parque arqueológico?
1. Caminando (es en subida y hace un poco de calor)
2. Hacer autostop
3. Tomar una moto en el pueblo que sube hasta las puertas del parque
4. Comprar un tour (totalmente innecesario, pero es una opción)

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Natalia Méndez Sarmiento

Natalia Méndez Sarmiento

Voy por el mundo con una mochila al hombro y una libreta recolectando historias, experiencias, sensaciones, conociendo personas, disfrutando paisajes y escribiendo para difundir mi pasión por los viajes.
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