Al anochecer, cuando el cacho de luna se acomode en medio del inalcanzable firmamento y la oscuridad me impida verlo con los ojos, pretendo deslizarme sigilosa en sus entrañables formas esbozando con la punta de mis dedos un paisaje en su piel, explorando ansiosa pero sin prisa su anatomía que me habla con el tacto y escuchando su apresurado aliento que se evapora sobre mi cuello suplicando por un beso.
Ansío que mis pretensiones inciten sus ávidos labios a buscar por los míos, perdidos en recovecos de los que mi boca lo hará consciente y que su corporeidad expectante se vuelque sobre la mía, para lanzar suspiros al viento que colmen la cálida atmósfera de cuerpos entrelazados e inundados placeres de evocables y dulces sabores.
Será corta la noche para el extenso recorrido de anatomías anhelantes, sumergidas, seducidas; entonces cuando la oscuridad sea un desaparecido y silencioso testigo de un momento de erotismo, nos iluminará el amanecer y el silencio hablará con la piel suplicando una prórroga del instante, así, cómplices, haremos eterno el primer rayo de sol con mis oídos en su xifoides escuchando la música que del alma emana.