Desde mi entrada a Mesoamérica, región así nombrada por encontrarse en medio del continente americano y asociada por las similitudes culturales de los pueblos indígenas, desde el norte de Costa Rica hasta el centro de México, me sorprendí por la importancia del cacao. Agradable sorpresa porque podría autoproclamarme como adicta al chocolate, he notado que no existe un día en que no quiera saborear así sea un chip dentro de una galleta y mi voluntad para dejar de comerlo es nula.
El primer encuentro inesperado con tiendas y museos dedicados al chocolate, estuvo a cargo de Granada en Nicaragua. Al callejearla, me topé con grandes casas coloniales adecuadas para la venta de productos achocolatados, provistas de carteles ilustrados con su historia y atestados de turistas aprendiendo a elaborar barras de chocolate de leche con mensajes de amor. No pude evitar las ganas por esos días de entrar con Lucy al ChocoMuseo, ella, una alemana que conocí en Granada tan atolondrada por el chocolate como yo, para que nuestro paladar pidiera a gritos cubitos dulces y amargos con nueces y otras delicias por 54 córdobas (2 usd)
Una vez consumidos un par de bombones, me dediqué a explorar en las grandes fichas colgadas en la pared la razón de la importancia del cacao en Mesoamérica. Una lástima que estas estuvieran solo en inglés, no paré de discutir en todo mi viaje centroamericano por el idioma que a veces pareciera ser solo un rezago de una cultura implantada, no así la religión católica. Por eso disfruté tanto mi visita a Guatemala donde apenas entendían español en pequeños pueblos y mucho menos inglés, sino alguna de las 23 lenguas indígenas oficiales. Supongo que la permeada cultura que se vislumbra en el idioma se debe entre otras cosas, a la masa turística de anglo parlantes que a los ojos de algunos lugareños son dólares andantes.
Una de tantas maravillas al viajar, es poder darse una idea más certera del mundo a partir de la historia y la geografía. Antes de leer las grandes fichas que con ilustraciones y textos indicaban la importancia del cacao y su elaboración, pensaba en llegar algún día a Suiza a degustar su famoso chocolate, en especial cuando a mi boca entró por primera vez en Bariloche una de estas lonjas amargas, desconociendo que la planta del cacao es un árbol originario de Mesoamérica y tras la conquista, españoles y franceses comerciaron con él en Europa. Solo fueron los avances tecnológicos más no la materia prima lo que hicieron famoso a Suiza por el chocolate, pero la idea original de procesarlo y consumirlo como bebida y darle una variedad de usos fue de los Olmecas, Mayas y Aztecas, una historia mucho más cercana de lo que imaginaba. Entendiendo entonces que el cacao en esa región del mundo es tan importante como el maíz, decidí probar cuantas muestras pusieran frente a mí, teniendo como top en mis pruebas al famoso chocolate de Oaxaca en México (estado pendiente por visitar, por lo tanto, un pendiente en mi Bukcet List).
Sin grandes encuentros y sorpresas chocolatosas después de Granada, llegué a Guatemala, país en el que el chocolate ha sido declarado patrimonio cultural. En cada tienda a la que entré, encontraba en una estantería especial numerosos tubitos de cacao envueltos en papel crepé de diferentes colores que rendían cuenta a su relleno. Nueces, menta, jengibre, ¡chile!, fue en este país cuando el sabor picante pasé de aborrecerlo a quererlo, y ahora en México ya no me sorprende si un nuevo plato que como me duerme la lengua y me descongela la nariz. Jamás se me había ocurrido que el chocolate podría combinarse con chile, pero luego bebería chocolate maya, comería bombones picantes y vería la elaboración del mole mexicano.
Tengo muchos recuerdos de la Antigua Guatemala, es la primera ciudad colonial que he conocido empedrada y conservada en su totalidad. Cada calle, cada esquina, cada elemento arquitectónico tiene siglos de haber sido levantado, así el recorrido no se reduce a dos cuadras turísticas sino a internarse en recovecos similares en su arquitectura pero únicos por lo que ofrecen, una señora vendiendo tamales, una mujer de vestimenta vivaz haciendo trenzas, un café -colombiano- y artesanías por doquier. Los colores de Antigua también los recuerdo particulares, la pintura descascarada pero de vivos tonos se estampa en cada pared y colgando de estas, cientos de coloridas telas y prendas de vestir que confieren una particularidad festiva a la ciudad y al país. Como si fuera poco el arco iris a la vista, en los días de mi primera llegada había en el aire considerables expectativas ad portas de la Semana Santa y se estaban elaborando sobre las avenidas inmensas alfombras vivas o pasionarias con aserrín de colores, semillas y flores, para darle paso y saludar a las procesiones católicas, causantes también de tumultos turísticos hasta el amanecer. Y por supuesto, como no recordar esta ciudad por la visita de tres mujeres (mi mamá, mi tía y una amiga) cuando me encontraba deambulando por tierras guatemaltecas, días en que descargué mi mochila y disfrute de los placeres “burgueses” que solo ellas podrían regalarme en mitad de un viaje como este.
En medio de memorables encuentros, despedidas, procesiones y otros tantos, estaba el chocolate, allí, en cada esquina empacado en llamativas telas típicas, envuelto en papel de colores y expuesto en vitrinas que provocaba diversas sensaciones según la empatía de quien las miraba. La mía, sobrepasó la empatía para convertirse en amor obsesivo. El día que entré a una de estas tiendas, caminaba a empujones entre ríos de gente dirigiéndose a la plaza principal para ver las procesiones. No sabía que recoveco elegir, sabía que debía entrar a alguno de estos lugares pero eran tantos y tan caros todos que no podía equivocarme. Choco La – La fue la elección por sus colores y flores que decoraban la fachada, los precios… un poco exorbitantes para mi disminuida economía, 30 quetzales (4 usd) por un mini chocolate, y aunque soy muy ahorradora, he aprendido a no cohibirme de pequeños placeres esporádicos. La tienda estaba llena de todo tipo de chocolates en barra y bebidas, me llamaron la atención unos bombones rellenos con exóticos ingredientes y elegí el de jengibre con limón. Salí de la tienda, le metí un mordisco, tomé la foto y me lo engullí en un segundo, ¿otro?, ¿por qué no?, “por favor dame uno con romero”, el segundo lo comí con más amor y menos obsesión, más despacio saboreando cada mini mordisquito para que no se acabara.
Ese no sería el último encuentro con el cacao guatemalteco ya que vendría el proceso de atiborramiento con la visita familiar y femenina. Cuando llegaron, como niña pequeña y consentida jodí todo el día para que me llevaran al ChocoMuseo de Antigua, si me preguntaban qué conocer en la ciudad yo solo podía referirme a ese lugar ya que era el momento de hacer uso de la frase: “vinimos a consentirte, pide lo que quieras”. Finalmente hicieron caso a mi obsesivo empeño y nos adentramos en la tienda. El sabor del chocolate entró por mi nariz, podía probarlo con el olfato y colmarme de sensaciones que oscilaban entre la sorpresa por la cantidad de productos inventados a partir del cacao (shampoos, exfoliantes, desodorantes, condones…), las ganas de probar una de tantas recetas que me llamaban desde el mostrador como brownies, trufas, pasteles, bombones, helados, licores y otras más, y la emoción de saber que podía “pedir lo que quisiera”.
Empecé con una muestra de té de cacao, aclaro que mi otra obsesión es el té, un día perfecto para mí podría terminar con un pan remojado en chocolate fondue y un té de… ¿cacao? Acto seguido pasé frente a los licores y pregunté si tenían muestras, los amables vendedores, sonrientes y felices como si se comieran la tienda día tras día, me ofrecieron licor de cacao con chile, mis sentidos estaban tan exaltados que en esa ocasión no le dije no al fruto picante y me dejé quemar la garganta con un trago de este licor, expectante, el vendedor me preguntó que tal me había parecido a lo que no alcancé a contestar, porque salió de la nada su compañero y dijo: “es colombiana y toma aguardiente, después de eso nada le parece fuerte”, sin embargo mi laringe se retorcía.
Para cerrar la tarde de cacao mesoamericano nos sentamos en el café del lugar (¿por qué llamarlo café si solo servían chocolate?), y dediqué varios minutos a leer detenidamente la carta porque no quería elegir mal. Frutas con fondue de chocolate, pastel de chocolate y almendras, helado de chocolate… y yo, atiné a pedir un brownie que a la vista fue encantador y un té de cacao, ya no la muestra, ahora un vaso completo para mí. La explosión chocolatosa en mi boca condujo al éxtasis a todos mis sentidos, cucharadita a cucharadita lo fui terminando sin querer hacerlo porque sabía que esos pequeños caprichos gustosos al paladar, no eran cuestiones propiamente del diario mochilero. Como si fuera poco el exagerado consumo de cacao, antes de salir de la tienda conté las últimas monedas que tenía (como para no abusar de la confianza mamá consentidora – hija mochilera) y compré una trufa con macadamia que acabé de un bocado.
2 comentarios en “Guatemala Chocolatosa”
Hola Naty, me alegro mucho que disfrutaras tu estadía en Guatemala, espero regreses pronto! es un gusto leer tus notas, tus apuntes, espero imitar tus viajes. Saludos y mis mejores deseos hasta donde estés!
Hola José.
Me encantaría regresar, siento que quedaron muchas cosas pendientes por conocer y además me encantó!
Gracias por estar en mi blog y me alegra muchísimo que mis relatos te animen a viajar.
Un saludo!