El aspecto físico y la idiosincrasia son características claves diferenciales entre las personas del norte argentino y las del resto del país. Normalmente cuando se habla de un argentino, por lo menos en Colombia, es común imaginarse el típico perfil europeo, piel blanca, cabello claro, ojos celestes y de larga estatura. Sin embargo la realidad es que solo unos cuantos porteños y tal vez las personas del sur tienen estas características, el resto conservan rasgos muy latinos sobre todo en el norte, su aspecto físico comienza a ser muy similar al de los bolivianos y la amabilidad de otros lugares se pierde con cada kilómetro recorrido, son personas más herméticas, menos sonrientes y más pasivas.
El atractivo de Cafayate son los cultivos vinícolas y el paisaje de los Valles Calchaquíes. Cómo turistas en nuestras mañanas de descanso hicimos recorridos en algunas bodegas, tomamos el famoso vino torrontés de la zona y escuchamos una y otra vez la explicación de su elaboración. Sin embargo no soy una persona que disfrute del gusto por los vinos, pero si soy una que se deja llevar de los destinos naturales, y allí, a unos cuantos kilómetros, está la Quebrada de las Conchas, un lugar que acunaba al océano hace millones de años y con el desplazamiento del agua, la tierra, la erosión y la acumulación de minerales, se generaron increíbles formaciones rocosas de colores.
Desde el pueblo tomamos un bus por la ruta 68 hasta un lugar llamado La Garganta del Diablo en la Quebrada; así como este, existen varios puntos en medio de los Valles con alguna particularidad que invita a los turistas a visitarlo. Nosotros, con nuestro desbordado amor por mover las piernas sobre el paisaje, caminamos de un punto a otro bajo el sol abrazador del medio día. Cada cierto tiempo pasaba un bus o un carro por la ruta pero ni un alma en el camino, estábamos solos, desde una vista área debíamos parecer perdidos. Caminamos desde el primer punto hasta El Anfiteatro, una cueva con una maravillosa acústica natural en la que el atractivo es gritar, cantar, reírse o hacer cualquier clase de sonido o en su defecto ruido para escucharlo amplificado, es tan impresionante que parece que uno estuviese hablando con un micrófono pero solo es la forma del lugar.
Después caminamos durante dos horas hasta llegar a un mirador desde donde puede verse la quebrada a plenitud, con sus hermosas montañas coloradas y sus rocas verdes, turquesa, anaranjadas y amarillas. Para llegar al siguiente punto debíamos caminar por lo menos tres horas más pero el sol y el cansancio se apoderaron de nosotros. Al vernos rodeados por decenas de turistas que iban en sus autos, nos lanzamos a hablarles y pedirles que nos llevaran por la ruta al siguiente punto del camino hacia donde ellos también se dirigían, sin embargo todos inventaron excusas para no hacerlo y media hora después estábamos completamente solos de nuevo en medio del mirador. Nos paramos en la ruta a hacer dedo o esperar un bus pero nada sucedía. Queríamos llegar a un lugar llamado La Yesera que habíamos visto en fotos y parecía hermoso. Pasada más de una hora paró un automóvil y nos recogieron, eran unos brasileros que estaban de paseo por Argentina y nos hicieron el favor de llevarnos para cumplir con su misión de intentar evangelizarnos, regalándonos libros que hablaban de Jesús y la Biblia.
Una vez en La Yesera, me sentí en la película Yellow Submarine o en un cuadro de Salvador Dalí. ¡Es tan surreal!, uno de los lugares más bellos que haya visto, las formaciones rocosas parecen un helado napolitano, son capas y capas de diferentes colores, también hay montañas rojas que parecen castillos y otras color turquesa como si tuvieran piedras semipreciosas incrustadas. “Dios se la fumó verde cuando pintó este lugar“, dijimos con Rodrigo. En medio de la maravillosa soledad y un surrealismo tangible, almorzamos y nos paramos en la ruta a levantar el pulgar, pero terminamos tomando un bus que nos llevó de vuelta a Cafayate porque el autostop no parece funcionar en la 68.