Fueron 25 días recorriendo México en auto, conocimos 10 ciudades y rodamos 4100 km. La primera estación fue Monterrey, volamos desde Lima hasta allí con Copa Airlines, de allí bajamos al desierto en San Luis Potosí, y vivimos el Día de Muertos en San Miguel de Allende y Guanajuato. Desde allí, nos encaminamos hacia el punto más al sur de este recorrido: Acapulco.
Lee la primera parte de este viaje aquí: Road Trip, 4000 km en México
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CUARTA PARADA: ACAPULCO, MAR Y MORDIDA
En mi memoria estaba Acapulco por dos razones. La primera: “acuérdate de Acapulco María Bonita”, y la segunda, porque mi mamá me contó alguna vez que iba a hacer una excursión a Acapulco cuando era la playa de moda– como lo es Cancún ahora, por ejemplo –, y al final no pudo ir. Esas eran mis referencias.
El tramo en auto desde Guanajuato hasta esta ciudad costera, fue uno de los más difíciles y estresantes del road trip. El viaje duró aproximadamente doce horas, dos de estas, las perdimos atravesando Ciudad de México cuando nos paró un policía antes de entrar a la ciudad, porque las placas del auto eran de otro estado y no podíamos circular los sábados, es decir, ese día.
Aunque le pedimos ayuda argumentando que éramos turistas, y le dijimos que no entraríamos a la ciudad y que nos devolveríamos por otra ruta, nos amenazó con que nos quitaría el auto durante todo el fin de semana,que nos tocaría pagar 4800 pesos mexicanos de multa (250 usd), más los dos días en los patios, y, como si fuera poco, que el auto no lo podíamos sacar nosotros sino el dueño, y como el auto era rentado nos hacía más negro el panorama.
Por otro lado, nos propuso que le pagáramos los 4800 MXN en efectivo, y así él nos haría un permiso de turismo para poder transitar por la ciudad los fines de semana. Obviamente lo que quería era una mordida, lo que significa que estaba esperando dinero para dejarnos ir. Totalmente corrupto y desgraciado. Así que nos vimos en la disyuntiva de permitir que se llevara el auto cuando teníamos un itinerario muy preciso de viaje y arruinarnos el fin de semana, ver cómo sacar el auto sin ser los dueños, y pagar un platal, o, darle su dinero e irnos “tranquilos”.
Nos sentimos robados, manipulados y totalmente impotentes ante la situación. Teníamos el dinero pero no se lo íbamos a dar todo, así que simulamos que buscábamos en nuestras billeteras y le mostrábamos que no teníamos nada, solo mi hermano sacó la suya, sacó unos billetes de la misma sin que se diera cuenta, y le dijo: “esto es todo lo que tenemos”. El tipo los recibió mirando de reojo que nadie lo estuviera viendo, y nos hizo un post-it,SI, UN POST-IT con una nota que decía que nos dejaran pasar. Ese era el supuesto “permiso” que necesitábamos.
La rabia nos duró todo el camino, además, fue el tramo con más peajes de todo el recorrido, no íbamos preparados para sacar tanto dinero y al final contábamos las monedas para llegar a Acapulco. Como si fuera poco, la noche llegó y nosotros seguíamos en la ruta, había pocas luces y la visibilidad era reducida. En medio del carril rápido, había una llanta tirada de un camión enorme que alcanzamos a esquivar para no toparla de frente, aún así, tronó contra la parte delantera del auto que tuvo mínimos daños. Llegamos a Acapulco estresados y fastidiados.
Dormidos y relajados después del peor día de carretera que tuvimos, salimos a conocer Acapulco que estaba silencioso por la temporada baja. Las playas me parecieron un espectáculo que no esperaba: grandes, relucientes, y el mar fuerte pero azulado y cristalino, como si fuera una mezcla perfecta entre el Caribe y el Pacífico.
En ese mar de oleaje bravío, vimos el show nocturno de los clavadistas en La Quebrada, un plan imperdible en Acapulco por su tradición que tiene más de 80 años. Desde un acantilado rocoso, jóvenes hacen clavados estupendos en el mar. Parece sencillo pero estos chicos arriesgan su vida cada vez que presentan un show.
La peripecia consiste en bajar por las rocas hacia el mar y nadar hacia el acantilado de 45 metros de alto, un nado impresionante por lo rápidos que son y la habilidad que tienen para no permitir que las olas los hagan chocar con las rocas. Después se suben escalando a la punta del acantilado, parecen cangrejos subiendo, sus cuerpos son delgados y muy atléticos. Estando arriba, se encomiendan a la Virgen de Guadalupe para que el salto salga perfecto. Se toman su tiempo, tienen que esperar el momento justo para que la marea esté lo más alta posible, ellos saben cuándo deben tirarse al agua, un mal cálculo podría hacer que chocaran contra el fondo. Son momentos de tensión para los espectadores, da miedo verlos allí arriba. Cuando la marea está en su punto, saltan y caen al agua como una bala, la profundidad no supera los 4 metros así que necesitan habilidad para salir a la superficie antes de chocar contra las rocas.
Fue un show sencillo, los pocos espectadores estábamos sobre una plataforma de piedra, no hubo luces, no hubo presentaciones, fue un momento íntimo en el que al final todos salimos asombrados, aplaudiendo con alegría a los 4 jóvenes clavadistas de esa noche.
Al día siguiente nos fuimos hacia el campamento Amigos del Mar, un lugar donde cada atardecer liberan tortugas. En las noches, los conocedores del tema salen a buscar huevos enterrados que han dejado las tortugas, los desentierran, y los llevan hacia el campamento para volverlos a poner organizadamente en hoyos en la arena. Cuando las tortugas nacen, las llevan a la playa para que ellas mismas encuentren el camino al mar, cuidando que no sean comidas por depredadores.
Estuvimos allí durante la liberación, algunas tortuguitas iban directamente hacia el mar, y otras se tomaban su tiempo porque estaban desorientadas así que los voluntarios las guiaban. Fue un momento hermoso de conexión con el mar, con el atardecer y con la naturaleza.
QUINTA PARADA: CIUDAD DE MÉXICO, 6 DÍAS NO SON SUFICIENTES
Es gigante. Siempre pensé que al haber nacido en una ciudad cualquier otra sería fácil de manejar, pero no es así. Ciudad de México es exagerada en tamaño, en cultura, en actividades… es simplemente desmesurada. Esto podría ser un defecto y así mismo una cualidad. Un defecto porque ir de un punto a otro puede tomar horas, nosotros pasábamos más tiempo en el metro que conociendo. Y una cualidad porque es diversa y hay mucho por hacer.
He decidido hacer un post exclusivo para Ciudad de México, para contarles lo que hicimos y lo que nos faltó por hacer. Por ahora, haré un resumen de los 6 días que no fueron suficientes para recorrerla.
Empezamos el recorrimos citadino con Six Flags, un parque de diversiones al sur de la ciudad. Hacía muchos años no entraba a uno, y aunque tenía ganas de hacerlo se me doblaba el estómago del susto. Tuve que quitarme los miedos y no pensar en la altura ni en la velocidad para disfrutar el parque, fue un día en el que gritamos como locos y sacamos todo lo negativo que pudiéramos llevar dentro de nosotros.
Los días siguientes a este desborde de adrenalina, los dedicamos a recorrer la ciudad. El tema del auto quedó atrás, pensábamos que estaríamos cómodos recorriendo las calles mientras escuchábamos música y tomábamos fotografías por las ventanillas, pero era imposible movilizarse por el tráfico y las distancias. Comenzamos a utilizar el metro y a dividir Ciudad de México por sectores para aprovechar al máximo lo que hubiera por hacer en cada uno.
Así, dimos una vuelta por el barrio bohemio de Coyoacán; conocimos el Estadio Azteca por dentro y el de la UNAM por fuera; rodeamos el bosque de Chapultepec y anduvimos en bicicleta por el Paseo de la Reforma; dimos vueltas en el centro una y otra vez para conocer la Torre Latina, el Museo de Bellas Artes, el Zócalo, y para comer chocolates en la tienda de José Ramón Castillo – un chef mexicano que hace unos chocolates para derretirse – ; fuimos a Teotihuacán, esta vez no lo iba a dejar pasar, y con suerte puedo decir que fue uno de los mejores días en la ciudad; viajamos hasta Xochimilco para navegar en trajineras; algunos fueron a las tradicionales luchas libres; y montamos tanto en metro que ya podría describir de memoria algunas líneas.
De cierta manera este fue el final del viaje. Aún faltaba regresar a Monterrey con dos paradas de por medio, pero justamente era eso: el regreso. Ya no íbamos más hacia el sur sino que empezaríamos a cerrar el círculo hacia el norte
Esta historia parecer ser muy breve porque la ciudad se merece miles de palabras para describirla, pero si me extiendo le quitaré el espacio al road trip, así que pronto les dejaré un artículo exclusivo de Ciudad de México.
SEXTA PARADA: HUASCA DE OCAMPO
El clima cambió de repente, el calor moderado de Ciudad de México se transformó en un frío intenso, neblina y lluvia. Nos adentramos en el estado de Hidalgo que parecía una historia de suspenso. Re nos había hablado de hadas y duendes, y definitivamente parecía la casa de estos seres, al menos como los ilustran en los cuentos infantiles.
Hicimos un recorrido por los prismas basálticos, paredes de piedra que hace millones de años fueron lava volcánica. La belleza de estas piedras, además de su altura, es su forma hexagonal, por momentos parecen grandes troncos cortados a la mitad, o un panal de abejas de dimensiones extravagantes.
No estuvimos mucho tiempo allí, la lluvia nos obligó a refugiarnos en la pequeña cabaña que habíamos alquilado muy cerca de la carretera. El frío en la noche nos mantuvo atentos al fuego en la chimenea. En la mañana, todo estaba congelado afuera, el pasto, las telarañas, las ramas delos árboles, las puertas del auto estaban cubiertas de hielo y pegadas por la helada.
Así como hubo un tramo de ruta poco amigable entre Guanajuato y Acapulco, este entre Huasca de Ocampo y Xilitla fue maravilloso. El paisaje estaba nublado, mucho más que el día anterior. Todos los árboles en la carretera estaban cubiertos por hielo, lo que hacía que el paisaje se viera blanco y cristalino.
Había árboles caídos, corríamos el riego de que alguno cayera justo cuando pasábamos por allí, pero no sentíamos miedo, íbamos precavidos de la ruta, pero emocionados ante la belleza de paisaje. Sin duda,el tramo más hermoso de los 4000 kilómetros que recorrimos.
SÉPTIMA PARADA: XILITLA
El objetivo era solo uno: conocer los jardines surrealistas de Edward James. Este hombre era un escritor y escultor de la corriente surrealista, en la década de los 40 llegó a México y se quedó para construir un jardín mágico, su versión del edén.
Además de la arquitectura que parece un sueño, con pilares sin terminar, escaleras sin fin, flores gigantes y puentes que no llevan a ningún lugar, allí se respira paz y tranquilidad. Estas estructuras se encuentran rodeadas por plantas de diversos tamaños, árboles y musgo. Existe una completa armonía entre la arquitectura y la naturaleza, entre las dos se complementan.
El agua también hace parte del recorrido, en medio de estructuras con formas orgánicas y que a veces parecieran no tener sentido, cae una cascada hacia varias pozas en las que es posible nadar en verano. Parece un cuento, como si James hubiera querido demostrar que los sueños y las ideas más locas y absurdas también pueden hacerse realidad.
Allí, el tiempo paso lento, es un lugar absolutamente fotografiable pero no tenía de ganar de sacar la cámara, prefería contemplar, respirar, estar presente. Vale la pena dejar la tecnología a un lado para vivir el momento y que el recuerdo quede solo en la mente y en el cuerpo.
Entre el sueño de Edward James y la industrial Monterrey, cumplimos 4000 km de viaje y alcanzamos un poco más. Fueron 25 días para recorrer diferentes caras de México, un país enigmático, diverso y enorme, tanto, que mirando el mapa nos harían falta 10 viajes parecidos a este para poder decir que realmente conocemos México.
Conoce más de esta historia en el video de abajo
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https://youtu.be/6–2P3Hq_n8